Desde el mismo momento en que nacemos y hasta la muerte, asumimos una deuda y un compromiso con la vida que debemos honrar con nuestra conducta y comportamiento al relacionarnos con nuestros compañeros de hogar: plantas, animales y microorganismos.
Somos uno con la vida. Estamos íntimamente ligados a la naturaleza y a todas sus manifestaciones. Nuestra esencia es consustancial con el aire, el agua, la tierra y la energía. Aunque no lo vemos y vagamente lo percibimos, estamos unidos al centro de radiación de vida por un cordón umbilical indisoluble. Con cada inhalación tomamos el gran aliento y fijamos en nuestro cuerpo la realidad que nos envuelve. El agua es la sangre del planeta y el vínculo de tranfusión permanente que une y sostiene a la totalidad de organismos biológicos que existen dentro de la biosfera. Los alimentos sirven de puente o medio de transporte de la energía que transmite la tierra a los organismos para garantizar su existencia.
Desde lo más simple a lo más complejo, desde las expresiones más diminutas (una bacteria por ejemplo) hasta los gigantes descomunales (una ballena azul) y como testimonio fiel del hecho más cierto que existe en el seno de la naturaleza, surge la vida para hacer posible la realidad que compartimos. No importa su forma o medio de expresión y mucho menos el espacio que ocupe en la tierra, las aguas o el aire, la vida es el tesoro más valioso que existe y que a todos nos corresponde celebrar, pues cada ser humano es el mejor testigo de la sapiensa infinita de la naturaleza, acumulada e incesantemente perfeccionada por el lento discurrir de la evolución.
De ahí que toda expresión de vida que apreciamos en su seno, es el producto mejor elaborado, cuidadosamente seleccionado y dotado de todas las facultades para cumplir eficientemente su papel en el concierto de organismos que componen la biodiversidad.
Es así como el respeto a la vida se erige como principio ético y como un deber moral para el ser humano, pues toda forma de vida tiene un valor y una dignidad independientemente del criterio o el concepto que de ella se pueda tener. La naturaleza precisa de todas sus criaturas y sólo ella puede disponer de las mismas cuando así las circunstancias lo determinen. Todo en su seno puede ser beneficioso para la especie humana y útil para la vida en su totalidad. Vivir y dejar vivir debe ser el principio filosófico que le sirva de soporte a la conducta o al comportamiento del hombre con respecto a sus compañeros de hogar, no importa que su piel esté cubierta de plumas o escamas, cutículas o estomas.
LA ETICA AMBIENTAL
EN UN MUNDO GLOBALIZADO
En Panamá acaba de concluir el III Congreso de Biética de America Latina y el Caribe haciendo un llamado a la humanidad para asumir un compromiso global de amor y respeto por la vida
ELEUTERIO MARTINEZ
Santo Domingo
¿En qué consiste la inteligencia humana? La verdadera inteligencia del hombre reside en la capacidad que se tenga para comprender los procesos de la vida y de adaptarse a los mismos, facilitando o favoreciendo su desarrollo o su discurrir en el tiempo y en el espacio. Obrar en sentido contrario es un error aunque se obtengan éxitos aparentes, pues a la larga, es la naturaleza quien se encarga de demostrar que no existe sabiduría en el mundo que pueda superar la que ella ha acumulado a través de todo el tiempo que tiene en su haber. Sólo favoreciendo la vida y sus procesos se puede garantizar la existencia de los seres humanos en el concierto de expresiones vivas que se da en el seno de la Madre Tierra.
EL TECHO ES VERDE
Está debidamente documentado y la literatura antropológica así lo establece, que la especie humana como tal (Homo sapiens sapiens) tiene no menos de 30 mil años de existencia y que las ciudades o asentamientos humanos debidamente organizados en aldeas o poblados, con verdaderas residencias artificiales, apenas datan de 6 a 7 mil años (registros de las culturas más antiguas), lo cual significa que sin temor a equivocaciones, se puede aseverar que fue antes de ayer que salimos del bosque; pues al menos estuvimos 20 mil años bajo su amparo y protección.
Si ello realmente es así, ¿cómo es que ya hemos olvidado nuestro verdadero origen y desconocemos que el techo de nuestra casa siempre fue verde?, ¿por qué nos hemos enemistado con el árbol si siempre fue nuestro mejor aliado desde el principio y aún con todo el esplendor y el despliegue tecnológico a nuestro alcance, todavía sigue siendo indispensable para nuestra supervivencia?, ¿por qué si el éxito existencial lo alcanzó nuestra espcie bajo su sombra, hoy lo sustituímos por otros materiales de inferior valor (el cemento, la arena y la varilla)?
LA NATURALEZA: ALIADA O ENEMIGA
No es nuestro propósito analizar en esta oportunidad los impactos de la globalización sobre la naturaleza en su conjunto, pero para entendernos mejor, podríamos observar ciertas tendencias, actitudes o estilos de vida inconsecuentes, irracionales y que constituyen un verdadero insulto a la inteligencia que como capital primario depositó la naturaleza en nuestra semilla antes de que abriésemos la puerta de la existencia.
Si partimos de la lógica empresarial, el valor de la naturaleza lo determina el mercado. Si es útil la explotamos y comercializamos los productos. Si no posee bienes o servicios que aporten beneficios tangibles, entonces se desplaza o se elimina para colocar en su lugar una industria u otra infraestructura que se pueda contabilizar como activo fijo. El árbol vale tanto como su madera, no por su aporte en oxígeno, alimentos o refugio para la fauna silvestre, ni si quiera cuenta su aporte a la estabilidad ambiental o ecológica del medio en que se encuentra.
Por otro lado la receta de los organismos internacionales que regulan el comercio y la economía mundial (BM, FMI y OMC) se basa o establece que el crecimiento económico es el requisito primario para alcanzar el desarrollo y el bienestar de los pueblos. A mayor índice de crecimiento, mayor bonanza. Afirman que el desarrollo no se puede detener utilizando como pretexto la defensa de la naturaleza. En base a esta lógica (compartida por igual entre los gobiernos, políticos y banqueros), es que las naciones industrializadas han alcanzado su prosperidad. El consumismo, el dispendio y el derroche de energía son los estilos de vida de las sociedades modernas y aunque cualquiera se resiste a creerlo, todavía se considera que la contaminación ambiental es el precio que todos debemos pagar por el desarrollo.
Sin embargo, todo esto va en contra de lo que establecen las leyes que rigen la vida de los ecosistemas, donde nosotros entramos como simples componentes a pesar de nuestra autoestima y arrogancia. Ningún sistema natural soporta un crecimiento indefinido en el tiempo de una actividad ajena a la lógica con que opera ecología (la economía de la naturaleza). Esto está suficientemente demostrado (desde los tiempos del surgimiento del Club de Roma, 1968), sin embargo siempre se recurre a la evasión de responsabilidades con el futuro y se inventan fórmulas ficticias para dormirle la conciencia a la humanidad, como aquello del desarrollo sostenible o sustentable (ambas palabras carecen de sentido porque de no ser así no sería desarrollo).
EL PARAISO HUMANO
Con los avances logrados hasta el presente en todos los campos de la ciencia, en la investigación tecnológica, en la aeronavegación, en la informática, en la comunicación, los contactos virtuales, en la biotecnología…, día a día crece y se asienta en la conciencia humana la ilusión o la creencia sin fundamento de que el hombre es ‘‘dueño absoluto de la Tierra y su porvenir’’, que en la búsqueda de su felicidad le está permitido recurrir a todos los medios, incluyendo la transformación total de la biodiversidad y las condiciones en que se soporta la vida dentro de la biosfera.
Los primeros pasos del hombre sobre la Luna, el descenso de una máquina en Marte (no tripulada pero controlada desde Tierra), la internet, la transgenia fauna-vegetal, la clonación de mamíferos superiores y la construcción del mapa genético humano, demuestran que la tecnología le habre al ser humano un horizonte sin límites para la investigación y la experimentación. No cabe dudas de que cualquier día de estos el hombre intentará sustituir a Dios en sus tareas de concebir, modelar y crear la vida. Es entonces cuando intentará construir ‘‘un mundo a su manera (o a su antojo)’’.
CINCO VERDADES
Estos planteamientos de ninguna manera intentan regatear el derecho de nuestra especie a buscar la verdad científica. Ese es nuestro quehacer cotidiano y no hay dudas de que posiblemente esa sea la vía más expedita para desvanecer las tienieblas de la ignorancia que esclavizan al hombre; solamente intentamos provocar una reflexión de fondo y colocar en una escala de valores, las actuaciones de nuestra especie, para ver si éticamente son procedentes o pertinentes.
Independientemente de los criterios técnicos y los argumentos mejor sustentados, el hombre no tejió el telar de la vida, él es tan solo un hilo. Nuestra dependencia con el centro de radiación de vida es tal que ni por un instante podemos dejar de respirar, de ocupar un espacio en el seno de la naturaleza, de nadar en el manto energético que llena el espacio infinito, ni dejar de bañarnos día tras día con la luz solar. ¿Cree usted que algún día podríamos prescindir de la naturaleza y fabricar nuestra propia agua para calmar la sed, o que por nuestros propios medios y sin utilizar ninguna materia prima natural podamos fabricar los alimentos para nuestro sustento?
Estamos indisolublemente unidos al ambiente, es decir, al todo. No podemos imaginarnos sin ese tejido de relaciones entre nosotros y el entorno.
Esta inseparabilidad organismo-ambiente, es algo que la mente humana puede pasar por alto; sin embargo y si somos objetivos al analizar la realidad en que nos desenvolvemos, el funcionamiento de nuestro cuerpo se encarga de corregir este error de percepción, al tomar de instante en instante el aire para vitalizar el organismo (insesantemente y hasta la muerte), al ingerir el agua para reponer la deficiencias provocadas por el metabolismo normal del organismo, y al consumir los alimentos que eternamente tendría que estar transformando el organismo para abastecerse de las fuentes energéticas que precisa para garantizar su existencia.
DEUDA CON LA VIDA
A nadie hay que convencer de que al momento del nacimiento de cualquier organismo y en particular, el ser humano, se contrae una deuda con la naturaleza, pues se nos ha otorgado una vida sin que medie ninguna transacción que no sea la satisfacción de los deseos de nuestros padres. Vamos a suponer que la vida se nos ha regalado, pero para mantenerla, permanentemente tenemos que consumir unos bienes que no nos cuestan nada, salvo el esfuerzo de inhalar por las narices, ir a la fuente y tomar el agua sorbo a sorbo y extraer del seno de la Tierra los frutos de sus entrañas para procesarlos en nuestro organismo.
Ciertamente es algo curioso el hecho de que no obstante la indisciplina, la necedad, la falta de solidaridad con nuestros compañeros con hojas y plumas, pelos y escamas, de la agresión gratuita y constante contra el ambiente y en particular contra la biodiversidad…, no por ello la naturaleza deja de reconocernos como sus hijos legítimos, pues sin que medie privilegio alguno, ella alimenta a todas sus criaturas con un mismo aliento, los baña y alumbra con un mismo sol y para todos tiene un lugar único y especial en su seno.
Hay que cuidar la tierra para salvar al hombre
No importa lo que pueda pasar mañana, ni las escalinatas o las cumbres que pueda alcanzar el ingenio humano, siempre serán válidas las palabras del Jefe de Seattle, cuando condicionaba la entrega de las tierras de los Pieles Rojas al presidente Franklin Pierce en 1854: ‘‘Esto sabemos; la tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos; todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Lo que le pase a la Tierra, también le pasará a los hijos de la Tierra’’.
‘‘Hay que cuidar la tierra para salvar al hombre’’. Esta no es una hipótesis ni una tesis, es una ley. La Carta de la ONU sobre el Medio Ambiente Humano (Estocolmo, 1972), establece que: ‘‘el hombre es al mismo tiempo criatura y constructor de su medio ambiente; tiene la responsabilidad especial de preservar y administrar juiciosamente el patrimonio de la tierra representado en la flora y la fauna silvestres, así como su hábitat’’. La Carta Mundial de la Naturaleza (1982) plantea que: ‘‘la especie humana es parte de la naturaleza y su vida depende del funcionamiento ininterrumpido de los sistemas naturales, que son fuente de energía y de productos alimenticios’’. La Carta de la Tierra (Río 1992) proclama que: ‘‘la paz, el desarrollo y la protección al medio ambiente son interdependientes e inseparables’’.
Es decir, el respeto a la vida es un compromiso ético, pues es una responsabilidad o un compromiso que asumimos con nosotros mismos con el solo hecho de haber nacido y estar aquí. El ser humano no es algo ajeno a la naturaleza, sino una pieza clave de su engranaje vital, un organismo interdependiente al igual que las plantas y los animales, de quienes precisa para satisfacer sus necesidades primarias.
Si somos uno con nuestro cuerpo, uno con el ambiente, uno con la naturaleza…, uno con la vida; entonces nuestro destino es el destino de la naturaleza.
El ser humano, a diferencia de los demás entes vivientes que componen el capital vivo del mundo natural, tiene el don de la razón, la capacidad de discernir y el poder de ejercer la voluntad. De ahí que cuando se lo proponga, dispone de una capacidad ilimitada para hacer el bien y de contribuir para que las leyes de la naturaleza se cumplan, de favorecer y celebrar la vida en todas sus expresiones, y de impulsar medidas y acciones para que la naturaleza vuelva a recobrar sus fuerzas y marche sin tropiezos o perturbaciones hacia su destino.
Para salvar la Tierra no es preciso crear un hombre nuevo, sino cultivar una ‘‘cultura de la vida’’, de amor y respeto por el resto de la naturaleza orgánica. Eso se puede lograr deponiendo nuestra arrogancia y reconociendo que el ser humano es un ente ecológico, pues su organismo responde todo el tiempo a las leyes biológicas y no al criterio individual o particular de un individuo. Crear la Cultura de la Vida puede que sea el reto más grande que tiene por delante nuestra civilización y por lo tanto, esa debe ser su meta.
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BIOETICA
EVENTO: III Congreso de Bioética de America Latina y el Caribe
ORGANIZACION: Federación Latinoamericana de Instituciones de Bioética
LUGAR Y FECHA: Ciudad Panamá, del 3 al 6 de mayo del 2000
DELEGACION: Andres Peralta y Eleuterio Martínez (expositores)
CONCLUSIONES: Toda criatura tiene un derecho invulnerable a la vida que el
ser humano debe respetar como principio ético. Toda la humanidad está llamada a ofrendarle amor y respeto a la vida
Por Eleuterio Martínez
Publicado originalmente en el Listin Diario del 9 de Mayo 2000
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