En asentamientos más o menos improvisados acaban muchos de los más de 65 millones de personas que se han visto obligadas a huir de la persecución, el conflicto o las violaciones de derechos humanos.
Roma, 24 jul (EFE/Belén Delgado).- Se acerca la hora de cocinar y los campos de desplazados y refugiados de muchos países pobres se llenan de pequeños fuegos que consumen una materia prima indispensable, la leña, lo que puede dejar serias secuelas en la salud y el medioambiente.
En asentamientos más o menos improvisados acaban muchos de los más de 65 millones de personas que se han visto obligadas a huir de la persecución, el conflicto o las violaciones de derechos humanos.
Allí buscan cubrir sus necesidades básicas, incluida la obtención de combustible y energía para cocinar los alimentos y alumbrarse en la oscuridad.
La pregunta es: ¿cómo hacerlo de manera segura y sin degradar el medioambiente? Un reciente informe de un grupo de agencias de cooperación internacionales calcula que cada año se destruyen 64.700 hectáreas de bosque para dotar de energía a las familias desplazadas.
La madera es su principal recurso, igual que para los cerca de 3.000 millones de personas que cocinan, esterilizan el agua y calientan sus casas en todo el mundo usando fuegos o simples hornillos con los que queman biomasa y carbón vegetal.
Una actividad que cada año libera a la atmósfera 2.000 millones de toneladas de dióxido de carbono y que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), contamina el aire de los hogares y guarda relación con enfermedades que causan más de cuatro millones de muertes prematuras anuales.
“Los más vulnerables llegan al extremo de vender sus propios alimentos a cambio de combustible, reducir el número de comidas y tomarlas medio crudas para gastar menos”, señaló esta semana en Roma el director de Emergencias de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Dominique Burgeon.
Muchos son los que dependen de la recolección de las partes de los árboles y las matas, aun sabiendo que está en riesgo su integridad física.
De hecho, un alto porcentaje de los casos de violencia sexual en los campamentos se produce cuando las mujeres se alejan en busca de leña en países como Uganda, Etiopía, Chad o Sudán del Sur, según encuestas realizadas sobre el terreno por la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur).
Cuanta mayor sea la distancia, más expuestas se encuentran. Y esto sucede en sitios en los que las mujeres pueden tardar hasta nueve horas en recorrer largas distancias para recoger madera.
En varios de estos países las agencias de Naciones Unidas están intentando que el suministro de energía sea sostenible, que su demanda se reduzca y que se diversifiquen los ingresos de la población con nuevas actividades.
Enseñan a las mujeres a ahorrar energía mientras cocinan y les distribuyen hornillos más eficientes, de modo que necesiten menos leña y no tengan que emplear tanto tiempo y esfuerzos para conseguirla.
En el Estado sudanés de Darfur, donde la deforestación devora los campos a un ritmo del 1 % anual, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) está ayudando desde 2014 a los desplazados a preparar los alimentos de forma segura mediante los llamados “fogones eficientes”.
La consultora de esa organización Tania Osejo explicó que han logrado reducir en un 40 % el uso de madera para combustible, el equivalente a 180.000 toneladas de carbono cada año, si bien admitió que todavía deben mejorar el programa para llegar a más gente.
Burundi, Kenia, Somalia y Nepal son otros de los países interesados en esos proyectos, a los que todavía les queda mucho por experimentar.
El coordinador ambiental de Acnur, Amare Gebre Egziabher, llamó la atención sobre la necesidad de promover tecnologías innovadoras y respetuosas con el medio ambiente.
Algo que plantea interrogantes sobre su eficacia real, dijo, cuando no están claros los modelos de financiación ni los indicadores de evaluación, y cuando los desplazados carecen de los conocimientos para sacarle todo el partido.
Tampoco se ha investigado lo suficiente cómo explotar el ahorro energético en los mercados de bonos de carbono o tratar los desechos de la biomasa empleada en la cocina, entre otros asuntos.
Con las prácticas sostenibles Acnur también busca de alguna forma vencer la reticencia de los gobiernos a autorizar grandes asentamientos de personas por la degradación ambiental y el impacto negativo que esto supone para las comunidades locales.
Y mientras algunos países han empezado a tomar medidas drásticas como prohibir la tala de árboles para conservar sus bosques, sigue sin solucionarse la situación de los millones de refugiados que aún no tienen acceso a la energía, según Egziabher. EFE