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Usar, tirar y abandonar también se tiene que acabar en el espacio

Desde que comenzó en 1957 la era espacial con el lanzamiento del satélite ruso Sputnik 1, la basura en el espacio no ha parado de crecer; se calcula que hoy hay casi 30.000 objetos más grandes que una naranja y 750.000 con un tamaño de uno a diez centímetros, además de millones milimétricos.

Esta red de desechos, en cualquiera de sus tamaños, podría causar daños a una nave espacial operativa, de ahí la necesidad de buscar soluciones a un problema que es global y que cada vez adquiere mayor dimensión y urgencia, apuntan desde la Agencia Espacial Europea (ESA), cuya oficina de Basura Espacial tuvo en 2018 un “año récord”.

Los satélites operados por la ESA tuvieron que hacer un total de 28 maniobras para evitar el impacto de chatarra espacial.

Y es que una colisión de un objeto de diez centímetros podría implicar una “fragmentación catastrófica” de un satélite, uno de un centímetro podría penetrar en los escudos de la Estación Espacial Internacional (ISS) y un pedazo de tan solo de un milímetro destruiría subsistemas satelitales.

La mayoría de estos desechos son resultado de explosiones propias de los satélites y cohetes y de colisiones con otros objetos, y ambas situaciones multiplican el número de fragmentos.

Se espera además que la basura aumente porque la carrera espacial continúa su desarrollo y, sobre todo, porque el diseño de pequeños satélites y de bajo coste invaden el espacio.

Las mediciones realizadas principalmente por los sistemas de vigilancia de EE.UU. y Rusia permiten hacer seguimiento y catalogación de objetos de entre cinco y diez centímetros en órbitas bajas (a menos de 2.000 kilómetros del ecuador terrestre) y de entre 0,3 y un metro en altitudes de órbita geoestacionaria (a 36.000 kilómetros de altura).

Cada uno de estos objetos catalogados -alrededor de 21.000- tienen una órbita conocida y son “perseguidos” por estos sistemas, en colaboración con telescopios europeos; los objetos de hasta un centímetro pueden observarse pero no establecer sus órbitas con precisión.

Si bien la detección de esta chatarra es importante y se debe mejorar -la ESA comenzará a operar en 2020 desde Sicilia (Italia) el telescopio FlyEye que ayudará a ello-, esta es solo el principio.

“No solo es tiempo para hablar, sino para tomar decisiones”, resume Rolf Densing, jefe del Centro Europeo de Operaciones Espaciales en Darmstadt (Alemania), donde se celebra desde hoy y hasta el día 24 una conferencia sobre seguridad espacial con 250 expertos.

Según Densing, tener un “espacio seguro es en definitiva tener un planeta seguro, con infraestructuras y satélites seguros” y a salvo de impactos por meteorología espacial, asteroides o basura espacial.

¿Pero qué hacer para limpiar el espacio? Benjamín Bastida, ingeniero de la oficia de Basura Espacial de la ESA, explica a Efe que la tecnología necesaria para atrapar y eliminar desechos aún está en desarrollo y existen prototipos en fase de pruebas.

Por ejemplo, la misión RemoveDEBRIS de la Universidad de Surrey (Reino Unido) en la ISS, que pretende probar una red y un arpón para capturar objetos y arrastrarlos a la atmósfera terrestre para su desintegración.

Sin embargo, no solo se trata de tecnología, sino de prioridades, indica Luisa Innocenti, responsable de la oficina de Espacio Limpio, para quien siempre es más difícil encontrar dinero para “quitar basura” que para enviar satélites.

En este sentido, recuerda que la ESA llegó a tener entre sus planes una misión (E.Deorbit) para capturar el satélite Envisat, que finalmente no consiguió los apoyos necesarios.

La ESA no descarta un proyecto de este tipo pero ahora está en conversaciones con la industria para determinar qué pequeños satélites querrían retirar primero y si se puede alargar la vida de alguno de los que están a punto de terminar sus operaciones.

También las naves

Pero no solo es retirar basura, sino programar naves para que no queden “abandonadas”: solo el 10% de satélites y el 25% de cohetes que tendrían que maniobrar para desintegrarse en la atmósfera lo hacen, según Bastida, para quien el problema está sobre todo en los más viejos.

No obstante, desde 2002 existen unas recomendaciones que podrían mejorar estas cifras. Así, los satélites en una órbita de 36.000 kilómetros -en menor número- deberían al final de sus días subir 250 kilómetros más hasta lo que se conoce como “órbita cementerio”.

Los satélites por debajo de 2.000 kilómetros -suponen el 75% de la basura espacial- y de más de una tonelada tendrían que hacer una maniobra controlada para su reentrada y para que aquellos fragmentos que “sobrevivan” a la desintegración caigan al océano.

Los de menos de una tonelada y menos peligrosos harían una maniobra para reducir su altura y desintegrarse en la atmósfera en un tiempo menor de 25 años.

La basura, la detección y desvío de asteroides y meteorología espacial serán algunos de los asuntos a tratar y aprobar en el Consejo Ministerial de la ESA de noviembre en Sevilla (España).

Diario Libre