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Los últimos guardianes de la Amazonía

Los indios xikrin tienen grabada la lucha por la supervivencia en su genes. El viejo chamán Tedjore aún recuerda la «reconquista de Rapkô», la aldea amazónica que recuperaron del «hombre blanco», el mismo que ahora, tres décadas después, vuelve a invadir su hogar.

Situada en el interior del estado de Pará (norte de Brasil), la tierra indígena Trincheira Bacajá es la Amazonía en estado puro. Un reducto en el pulmón vegetal de la Tierra donde merodean jaguares y cobras, y donde los árboles milenarios resisten a la tala y a las oleadas de incendios.

Allí, el “pajé” (curandero) se enfrentó a los invasores cuando era niño. Con su rostro pintado y su corona de plumas de guacamayo, Tedjore cuenta la ofensiva de los xikrin contra un grupo de madereros y mineros ilegales. El duelo fue duro, pero consiguieron expulsarlos sin derramar una gota de sangre, asegura. “En los tiempos de nuestros padres, el hombre blanco ya invadía nuestra tierra”, rememora.

La invasión del hombre blanco

El anciano Bep_Djáti Xikrin, antiguo cacique de la aldea Bacajá, desconoce su propia edad. Sus parientes creen que sus cabellos blancos y sus historias de guerra esconden más de 90 años. Nueve décadas entre la espesa selva de la reserva Trincheira Bacajá, donde este pueblo originario se asentó en la década de 1920 después de años de nomadismo.

Le cuesta caminar y su mirada denota cansancio, pero Bep_Djáti es la memoria viva de los xikrin, un pueblo organizado, fuerte y aguerrido. Ha dedicado gran parte de su vida a la protección de su tierra, más acorralado que nunca. “Soy un guardián de la selva”, advierte este hombre menudo.

Vista general de un incendio el 9 de septiembre en Porto Velho (Brasil). EFE/Fernando Bizerra Jr

Al igual que el chamán, Bep_Djáti luchó de pequeño “junto con los hermanos guerreros para frenar la invasión” del hombre blanco, que entonces temía entrar en la reserva indígena. “Hoy entran y salen y no podemos hacer nada”, cuenta.

Las imágenes de satélite reflejan cómo la deforestación ha avanzado a pasos agigantados en la región y ya bordea toda su tierra, un área frondosa y virgen de más de 1,6 millones de hectáreas, unas 20 veces la superficie de la ciudad de Nueva York.

Tras siglos de lucha, los “posseiros” (invasores) han tomado la delantera. En los primeros siete meses de 2019 fueron destruidos en esta reserva -en la que viven 2.000 indios- el equivalente a 1.309 campos de fútbol, lo que supone un aumento del 155 % respecto al mismo periodo del año anterior, según el Instituto Nacional de Pesquisa Espacial (Inpe), cuya fiabilidad ha sido puesta en duda por el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.

“Cazar a los indios”

A unos 30 kilómetros de la aldea Rapkó, los madereros, mineros y compradores ilegales de tierra (“grileiros”) se han abierto paso en la reserva y han levantado asentamientos en los que impera la Ley del Talión. Cansados de esperar la actuación del Estado, al que ya casi perciben como ajeno, los guerreros xikrin emprendieron hace algunas semanas una expedición para incautarse de motosierras y armas, y para exigir la retirada de unas 300 familias de invasores.

“Fuimos detrás de madereros y hacendados. Llegamos allí y les dije: si disparáis, disparamos también y lo haremos para matar. No fuimos para pelear, fuimos para conversar. Yo les pregunté: ¿quién os mandó entrar en este área, quién es vuestro jefe?”, relata Dep_Djati Xikrin, guerreo de la aldea Rapkó.

Como respuesta, obtuvieron amenazas: mensajes de audio que les advertían de que había un grupo de hombres en la selva dispuesto a “cazar a los indios”.

Con la creciente presión mediática y judicial, algunos han dado marcha atrás, pero los indígenas siguen temiendo un enfrentamiento. “Llevamos mucho tiempo peleando, hablando, exigiendo a la Funai (Fundación Nacional del Indio, órgano gubernamental) que eche a esos invasores. Fuimos allí y se marcharon unos pocos. La Policía Federal va a echar el resto. Si no lo hace, les echaremos nosotros”, avisa el cacique Beberi Xikrin, otro de los hombres fuertes de la etnia, una de las más de 300 que conviven en Brasil.

Llega Bolsonaro, crece la deforestación

La última ocupación ilegal en la reserva de los xikrin ocurrió en 2018, pero los activistas aseguran que la situación se ha agravado con la llegada al poder de Bolsonaro, partidario de la explotación económica de la Amazonía. El líder de la ultraderecha brasileña ha sido acusado por diferentes organizaciones de incentivar las actividades ilegales en la selva en beneficio de la minería.

“Las invasiones aumentaron con su discurso. Habla abiertamente de legalizar el garimpo -minería a baja escala-, y los garimpeiros apoyan a su Gobierno”, censura un activista de la región, que prefiere no identificarse por miedo a represalias. Bolsonaro contraataca. Acusa a las ONG y a las potencias europeas de querer que los indios sigan viviendo como “animales en los zoológicos” y aboga por que la riqueza de la Amazonía sirva también para traerles “el progreso”.

Indígenas de la etnia Xikrin durante una danza de celebración. EFE/FERNANDO BIZERRA JR

En su intervención durante la reciente Asamblea General de la ONU, el dirigente nacionalista rechazó que la Amazonía tenga un estatus global. “Es una falacia decir que es patrimonio de la humanidad o que es el pulmón del mundo”, aseveró Bolsonaro, quien pidió “respeto” para la soberanía de su país sobre este hábitat natural, que solo en Brasil ocupa una vasta extensión equivalente a dos veces el territorio de Argentina.

Entre los indígenas afectados, se repite la tesis de que no son las familias humildes las que han acampado en la tierra de los xikrin, sino “gente poderosa” que vive a miles de kilómetros de la Amazonía. No tienen pruebas, pero sus argumentos coinciden con un informe de Human Rights Watch que denuncia que la deforestación está siendo impulsada por mafias, redes que emplean la violencia y la intimidación contra quienes se cruzan en su camino en Brasil, el segundo país del mundo más peligroso para los ecologistas.

También Consejo Indigenista Misionero (Cimi), un organismo vinculado al Episcopado de la Iglesia católica, reveló en un informe que la ocupación de tierras indígenas aumentó un 44 % en los primeros nueve meses de 2019 -coincidentes con el Ejecutivo Bolsonaro- respecto al mismo periodo de 2018.

Las centinelas de la cultura

En la piel de Iretõ reposa parte de la historia de los xikrin. Sus brazos están cubiertos por tinta de jenipapo, el fruto amazónico con el que los indígenas elaboran sus pinturas corporales. El lóbulo de su oreja está perforado y dilatado para enfatizar la audición, mientras que una franja de pelo raspado divide en dos su negra cabellera.

Centinela de la cultura xikrin, ella y el resto de mujeres de la Trincheira Bacajá son responsables del futuro de las nuevas generaciones y, sobre todo, de mantener la identidad de los indígenas mientras la modernidad -junto con internet-, llama a las puertas de las aldeas.

“Pienso en el futuro de los niños. Esta área indígena tiene que ser preservada para ellos”, sentencia Iretõ en el idioma kayapó, mientras aprieta la mano de su nieta pequeña.

“Los ríos se están secando por culpa de las haciendas. No queremos que el blanco tale los bosques porque entonces hará mucho calor, no habrá aire. Esa es nuestra preocupación”.

Ríos de mercurio

La vida a orillas del río Bacajá sigue el pausado ritmo de la naturaleza que la envuelve, donde las carcajadas de los niños se mezclan con el silencio del bosque. Siempre ha sido fuente de vida para los xikrin, pero su agua ya no aplaca la sed. Está cada vez más turbia y los niveles de mercurio han aumentado en los últimos años debido a las minas que rodean la reserva. Los hombres de la aldea pescan en esas aguas, mientras las mujeres y los niños toman el baño.

Niños indígenas de la etnia Xikrin en el río Bacaja. EFE/FERNANDO BIZERRA JR

Un estudio de la Universidad Federal del Pará detectó en 2016 un alto nivel de mercurio y metilmercurio en los peces de este río, uno de los principales afluentes del Xingu. Nueve de sus principales especies presentan niveles por encima de lo recomendado por la Organización Mundial de Salud (OMS).

Además de la contaminación de las minas, el ecosistema ha sido alterado por la planta hidroeléctrica de Belo Monte, cuya construcción ha desviado y reducido drásticamente el caudal del Xingu. La cantidad, velocidad y nivel del agua en la región dependen ahora de la operadora responsable de la hidroeléctrica. En algunos casos, la disminución del caudal natural llega al 80 %, de acuerdo a un documento elaborado por el pueblo indígena Jaruna.

La situación provocada por el desvío se agrava durante el periodo más seco del año, ya que las áreas que solían inundarse y servían para la reproducción de peces y quelonios ahora pasan la mayor parte del año completamente secas.

Para reparar y compensar los daños medioambientales, el consorcio encargado de las obras de este gigante hidroeléctrico construyó casas de cemento para sustituir las antiguas “ocas indígenas”, a petición de los más jóvenes.

Los ancianos no se acostumbran a las nuevas viviendas y han levantado pequeñas cabañas de paja en esta aldea donde conviven la tradición y la modernidad.

Cuando cae la noche, las pantallas de los teléfonos móviles iluminan la oscuridad -y no las tradicionales hogueras-, mientras que los guacamayos sirven de sistema de alarma, advirtiendo con sus graznidos de la presencia de personas desconocidas o animales silvestres, como los jaguares que deambulan por las aldeas.

A las 22:30 horas se apagan los generadores de electricidad movidos con aceite y los xikrin enfilan hacia sus viviendas. Es en ese momento que el inquietante silencio de la selva se apodera de una aldea siempre en alerta para defenderse de la intromisión del “hombre blanco”.

EFEverde