Por Juan Lladó
La percepción pública de Bahía de las Águilas está envuelta por una aureola de ensueño y misterio. El frecuente elogio de sus cualidades le ha creado una imagen paradisiaca, pero los conflictos surgidos alrededor de su posible uso turístico la han proyectado como un coto prohibido, vigilado celosamente por la comunidad ambientalista. Al ser un recurso clave para el desarrollo del turismo sostenible en la región más pobre del país, conviene aclarar su verdadero potencial turístico, las implicaciones de ser un área protegida y los requisitos de su explotación.
Aun cuando su remota ubicación genera pocos visitantes, a Bahía de las Águilas se le reconoce como un tesoro turístico. Enclavada en la provincia de menor población del país (Pedernales) y con 7.2 kilómetros de extensión, su arena blanca, suave pendiente y manso balneario la hacen un manjar muy apetecible para la industria turística. Esto así sin que su vegetación sea la del clásico cocal caribeño y aunque la región en que se encuentra no cuente con las infraestructuras necesarias. Anteriormente formaba parte del Parque Nacional Jaragua, pero por virtud de la Ley Sectorial de Áreas Protegidas (No.202-04), pasó a ser parte de un «Paisaje Protegido» de 115 kilómetros lineales en la subcategoría de «Área Nacional de Recreo», un estatus de mucho menor restricción de uso que un parque nacional.
El reconocimiento del potencial turístico de esta zona es de larga data. El primer plan de desarrollo turístico del país (Edes-Mendar, 1971) la consideró parte de la Zona Sur, la menos apta para el desarrollo en comparación con las otras, debido al entonces difícil acceso y la alta inversión en infraestructura que se requería para su desarrollo. Pero los analistas le vieron potencial futuro en virtud de las favorables condiciones climáticas. La baja pluviosidad y el escaso número de días de lluvia resultan muy convenientes para la actividad turística. Un segundo Plan de Ordenamiento Territorial Turístico del 1982 fue mucho más positivo. Este hizo de Bahía de las Águilas el centro del «área turística de Cabo Rojo», la cual tendría a Pedernales como ciudad de apoyo y el puerto y pista de aterrizaje de Cabo Rojo como instalaciones «ancla». Las condiciones climáticas del área fueron diagnosticadas como «buenas o muy buenas» y se consideró que el área podía acoger el desarrollo de instalaciones de tipo «Caribe» al gusto de los segmentos superiores del mercado turístico internacional. Los hoteles serían de tres a cinco estrellas y clasificarían como de lujo o de primera.
El siguiente experticio técnico que evaluó el potencial turístico de Bahía de las Águilas fue el Plan de Manejo del Parque Nacional Jaragua apoyado por el Servicio Alemán de Cooperación (DED) en el 1986. Este concluyó que «el litoral costero inmediato al Parque muestra muchas condiciones aptas para el desarrollo del turismo y puede ser utilizado sin causar serios impactos ambientales negativos a los recursos del Parque». «Las actividades recreativas pueden ser dirigidas de manera tal que no causen mayores impactos en el área que se protege». El Plan contempló «un número limitado de cabañas rústicas para su instalación en el área de Bahía de las Águilas y en Escobin (Laguna de Oviedo) y, según la demanda de uso, en Playa Blanca e Isla Beata».
En el siguiente «Plan Nacional de Ordenamiento Territorial Turístico de 1991» se concluyó que la aventura y el «turismo ecológico» eran las opciones más validas de desarrollo para la región. El área turística de Cabo Rojo atraería a los «exploradores» internacionales que buscan lugares tranquilos y aislados. El clima se consideró ideal para el desarrollo turístico y la Sierra de Bahoruco, la Isla Beata y las diferentes playas adyacentes se concibieron como las principales atracciones. Fue en el 1991 también que el Poder Ejecutivo decretó (No.322) la creación del «Polo Turístico Ampliado de la Región Sur» que abarca las provincias de Barahona, Independencia, Bahoruco y Pedernales, incluyendo al lago Enriquillo. Fue esta la primera declaración oficial de la intención estatal de desarrollar el turismo en la región.
Pero un nuevo «Plan Nacional de Ordenamiento Territorial Turístico elaborado en el 1996» recomendó que los objetivos de desarrollo turístico del suroeste se basen en el desarrollo ecoturístico y la preservación de los sistemas ambientales y del paisaje. Mucho más que los anteriores planes de ordenamiento, este Plan hace mucho énfasis en la preservación de los equilibrios ecológicos y supedita cualquier desarrollo, aunque sea de naturaleza ecoturística, a la conservación.
Sin embargo, la alemana Fundación Nauman produjo por su lado un experticio (Hoppe, 1996) en el que concluyó que el suroeste no puede esperar competir en el mercado ecoturístico internacional, especialmente contra países como Costa Rica y Venezuela. Las atracciones turísticas existentes tendrían que explotarse como complementos de instalaciones turísticas convencionales, para lo cual se requeriría de cualquier modo un esfuerzo concertado del gobierno para mercadear y promover la región.
Otro reporte de USAID/SRI del 1997 coincidió con ese veredicto y señaló que el sitio más atractivo para recibir atención debe ser la playa de Bahía de las Águilas. «La cercanía de Cabo Rojo puede facilitar las cosas, ya sea como sitio principal para instalaciones residenciales y de alojamiento, o como punto de embarque para los que desean visitar Bahía de las Águilas en bote o automóvil.» Pero también se advierte que «la alternativa de ubicar instalaciones hoteleras en Cabo Rojo no evitaría necesariamente el daño ecológico a Bahía de las Águilas, especialmente si a los turistas que se queden en Cabo Rojo se les permite usar el área de playa». De manera que, concentrar todo en Cabo Rojo debe complementarse con otras medidas de conservación.
El Plan Estratégico de Desarrollo Turístico del 2000, por su lado, se limita a recomendar un desarrollo basado en sol y playa, complementado con un turismo de salud (balneario), de naturaleza y deportivo (pesca, buceo). Pero su recomendación sobre Bahía de las Águilas brilla por su ausencia y, por el contrario, se nota en el mismo cierta ambigüedad en sus prescripciones. Por un lado, la estrategia recomendada incluye el fomento de complejos de alojamiento de calidad y de ‘exclusividad’ en áreas cercanas a espacios naturales de alto valor paisajístico y medioambiental. Mientras, se ubican en Pedernales los proyectos hoteleros como «futuro Polo de Desarrollo Turístico del país».
En el 2004 un técnico de la Organización Mundial del Turismo hizo una última evaluación del potencial turístico de Bahía de las Águilas, la cual ha sido imposible conseguir. Se ha reportado que se oponía tajantemente al desarrollo de facilidades hoteleras en la misma playa, lo que tal vez llevó a que el Gobierno desestimara una oferta de inversionistas franceses (apoyada por el Ministro de Turismo de ese entonces) para construir varios «ecolodges» en las inmediaciones de la playa.
De lo anterior queda claro que Bahía de las Águilas es un apetecible recurso turístico, pero que entre los mismos expertos ha habido controversia acerca de la posibilidad de plantar ahí instalaciones hoteleras. Por eso conviene conocer las consideraciones de la comunidad ambientalista nacional e internacional sobre el asunto, lo cual se examinará en la próxima entrega.
Por: Juan Lladó
Vía: Diario Libre