El “realismo mágico” de la frontera domínico-haitiana, devenida en una porosa línea divisoria repleta de ilicitudes, pobreza y marginación, puede llegar a ser el principal aliado de su desarrollo turístico.
La frontera con Haití está entrampada por una especie de realismo mágico. Delimitada en 1929, el imaginario popular la otea como un muro de contención que reafirma nuestra soberanía y debe prevenir el flujo migratorio. En realidad, por efecto del comercio y la migración, ella ha devenido en una porosa línea divisoria repleta de ilicitudes, pobreza y marginación. Por eso la propuesta de su desarrollo, hecha por prominentes empresarios, requerirá ingentes esfuerzos y recursos. Pero no por eso se debe descartar que la iniciativa incluya el turismo y que tal inclusión transforme eventualmente la isla en una estrella turística continental.
A simple vista, las posibilidades del desarrollo turístico transfronterizo lucen escasas. Sólo la inexistencia de una carretera transitable que permita un tráfico frecuente a lo largo de sus 391 kilómetros provoca escepticismo. Por su lado, los atractivos existentes son interesantes pero por si solos no generan un vigoroso interés en el mercado turístico internacional. A eso se le añade la carencia de otras infraestructuras y facilidades que facilitarían el turismo vacacional de nacionales y extranjeros. Para colmo, la lejanía de los grandes polos turísticos impide que sus visitantes fluyan a esos lares, con la sola excepción de los pocos que cruzan desde Puerto Plata a visitar a Cabo Haitiano.
Aunque solo en los extremos de la frontera existen playas, no han faltado visiones del turismo transfronterizo. La mayoría ha figurado en planes regionales incoados por la cooperación internacional (p. ej. un documento de 1977 (ONAPLAN/DELNO/OEA) que identifico intervenciones para la línea noroeste enfocadas al turismo interno y un diagnóstico de la AECI 2007 para la Región Enriquillo). De la USAID proviene también documentación de base y planes estratégicos para Pedernales y Montecristi. También la OMT produjo en el 2005 el reporte “Trans-border Tourism Development in Haiti and Dominican Republic”, amén de otro reporte (“Plan Maestro para el Desarrollo Turístico del Suroeste de República Dominicana y el Sudeste de Haití”), que no ha sido posible localizar. Finalmente, el PNUD dejo en el tintero de los TDR del 2004 el “Proyecto Transfronterizo de Desarrollo Turístico”.
Bajo los auspicios de la IV Convención Nacional de Turismo, en el 2003 se elaboró un Plan Nacional de Desarrollo Turístico que incluyo diagnósticos y estrategias para todas las 5 provincias fronterizas. Pero la más acabada visión de cómo desarrollar el turismo transfronterizo fue producida para el Programa Medio Ambiental Fronterizo, patrocinado por la Unión Europea, en el reporte titulado “Plan de Desarrollo del Ecoturismo Comunitario para la Cuenca de los Lagos”. Si bien ahí se logró un diagnóstico del potencial ecoturístico de los lagos Enriquillo y Azuei y se recomendó una estrategia de articulación para movilizar a los actores, el Plan se quedó cojo porque le faltaron recomendaciones sobre cómo atraer el turismo nacional y extranjero hacia los atractivos.
De hecho los documentos citados y otros que han tocado el turismo adolecen precisamente de ese defecto. Son enjundiosos y detallados en relación a la oferta de atractivos y la manera de ponerlos en valor y de añadir obras, facilidades y servicios que los refuercen. Pero estos planes, con frecuencia cocidos con la participación de actores locales, delinquen olímpicamente al no decir cómo se atraerá la demanda nacional e internacional. Los actores locales despliegan el orgullo patriotero que le da significado a sus vidas, mientras los consultores alientan la jactancia pero ignoran como imantar a los touroperadores internacionales para que lleven clientela extranjera.
Ese clave desbalance se observa también con las organizaciones creadas para impulsar el desarrollo turístico. La Red Enriquillo de Turismo Comunitario, la Red de Turismo Rural y los clústeres turísticos de las provincias de Pedernales y Montecristi, por ejemplo, exhiben un gran laborantismo en materia de proyectar sus respectivas ofertas. Pero ninguna ha desarrollado estrategias para la captación de visitantes y, en consecuencia, son relativamente pasivas. Lo mismo pasa con el proyecto de ley que propone la creación de un Corredor Turístico Fronterizo, aunque este tenga los incentivos fiscales como el cebo para la atracción de inversiones turísticas. Como conectar la oferta con la demanda de turistas sigue siendo el gran desafío.
Un reflejo de esta problemática es que los expertos han reconocido como posibles los tipos de turismo que van acorde a los atractivos culturales y naturales de la frontera. De ahí que se haya puesto tanto énfasis en el desarrollo del ecoturismo, aunque también se ha vislumbrado el agroturismo y el turismo rural. Sin embargo, no se ha reparado en los enormes obstáculos a vencer para que tales modalidades turísticas puedan prender ni en el hecho de que los visitantes extranjeros que los querrían disfrutar serian relativamente pocos en comparación con los que prefieren sol y playa.
Sin mayor esfuerzo por compararse con la competencia internacional, los promotores del turismo fronterizo ponen énfasis en sus atractivos naturales. A lo largo de toda la frontera existen caídas de agua, bosques, paisajes y balnearios de río que se señalan como golosinas turísticas. Pero ni siquiera en el caso de las provincias de Montecristi y Pedernales pueden las áreas protegidas y las estivaciones montañosas ser suficientes para atraer turismo masivo. En Montecristi, un alemán de Munich no estará muy impresionado con el Museo de Máximo Gómez, el Centro de Interpretación de la Sal y las Rutas del Centro Histórico y del Banano, pero si lo estará por los Cayos Siete Hermanos y Playa Popa. Igualmente, ese alemán no reparara mucho en las agradables temperaturas de la Sierra de Bahoruco en Pedernales, pero si se sentirá atenazado por las bondades de Bahía de las Águilas.
Estas realidades sugieren tres preliminares conclusiones estratégicas. La primera es que la piedra angular de cualquier desarrollo turístico fronterizo es la carretera internacional. Hasta tanto esta no se ponga en condiciones tales que permita un tráfico vehicular sin los 4×4, no afluirán ni los turistas nacionales ni los extranjeros. Tampoco se facilitaran las inversiones agrícolas e industriales. Invertir en ella –en vez de la Cibao-Sur– no sólo permitiría una mejor vigilancia fronteriza, sino también un más rápido desarrollo económico.
La segunda conclusión es que la mejor posibilidad de atraer el turismo extranjero a la frontera la ofrecen las provincias de Pedernales y Montecristi por sus recursos playeros. De ahí se desparramaría un flujo de excursiones –a lugares tales como los lagos y Río Limpio—a lo largo de la carretera fronteriza. Como el desarrollo turístico de esas dos provincias debe ser una prioridad publica por razones de equidad, cualquier intervención en la frontera con fines de aupar su desarrollo turístico debe iniciarse por ahí. Los aprestos gubernamentales respecto a Bahía de las Águilas son un buen augurio.
Por último, deben mancomunarse los esfuerzos con el vecino país. Ya Haití tiene una visión muy bien definida de que sus costas norte y sur figuran entre sus máximas prioridades de desarrollo turístico. En consecuencia, debemos procurar un acuerdo binacional que priorice aún más el desarrollo turístico del sudoeste y noreste de Haití. Tal condición será más fácil de cumplir en el caso del norte porque ya existe un flujo desde aquí hacia Cabo Haitiano, el aeropuerto de esa ciudad ha sido ampliado y el principal atractivo histórico haitiano es la Citadelle.
Mientras los polos extremos despegan, las intervenciones para el resto de la frontera deberán concebirse desde el “turismo creativo”. Aunque sus atractivos no sean tan fuertes, las posibilidades de desarrollo son infinitas cuando se aborda el reto bajo este concepto. (Haití ya lo persigue en su estrategia para Jacmel y México lo institucionalizó con su programa de “pueblos mágicos”.) De ahí que el “realismo mágico” de la frontera puede llegar a ser el principal aliado de su desarrollo turístico. Y de eso prender no será difícil imaginar que el multidestino entre los dos países se materializara, creando las condiciones para que la isla, al ofrecer dos destinos tan diferentes, se convierta en la mayor estrella turística de América.