En nuestro país últimamente se ha desatado una avalancha de individuos e instituciones que se empecinan en agredir al medio ambiente sin que esta cartera tome cartas en el asunto, ni tampoco sus funcionarios traten de evitar la degradación de la ecología, especialmente cuando se trata de la deforestación de las montañas en donde nacen nuestros principales ríos, aguadas y escorrentías.
Lo que está aconteciendo en los valles de Constanza y Tireo, así como en Jarabacoa debe mover a reflexión, no solo a las autoridades del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, sino a todos aquellos ciudadanos que asistimos indiferentemente a que nuestras montañas y praderas se conviertan en eriales, por la ambición desmesurada y la codicia sórdida de ciudadanos antipatrióticas que solo piensan en la recompensa monetaria que comporta su perjudicial accionar.
Cuando se desforesta una montaña, recuperar su anterior esplendor puede durar años en alcanzarla. Sin embargo, en un santiamén un depredador de nuestros bosques, puede talar plantas, algunas de las denominadas “madera preciosa”, cuyo destino puede ser convertirse en sacos de carbón vegetal para consumirse en cocinas y hornos, perdiéndose de paso, el valor maderero que poseen.
Como todavía estamos a tiempo de detener este desenfrenado espíritu de lucro y de conuquismo, debería votarse una ley que impida el fomentar agricultura en terrenos con vocación forestal cuyos árboles, no solo contribuyen a la retención del agua cuando llueve, sino que impiden el deslave de las laderas, depositando la capa vegetal en los ríos que lo disipan en su curso hacia el mar.
Nos vamos a referir a uno de los casos en donde las autoridades de la floresta se hacen de la vista gorda y contribuyen con su inacción y confabulación, a que verdaderos amantes de la naturaleza, vean castrados sus esfuerzos para mantener intacta, la arboleda que se encuentra en sus predios.
En los años 80, el señor Antonio Besonias, en el paraje Sonador de la provincia de Monseñor Nouel, cedió, por deuda con el Banco Agrícola, de las 5,500 tareas que poseía, 3,000 a Bienes Nacionales, las cuales fueron posteriormente cedidas al Instituto Agrario Dominicano (IAD), para ser repartidas entre parceleros del lugar, permaneciendo como dueño de 2,500. En estas, su hija Sonia está fomentando una siembra intensiva de cacao bajo sombra controlada pero se ha visto perjudicada, porque esos “parceleros”, están cortando árboles sombreadores del cacao.
La señora Besonias en la actualidad está sufriendo los embates de “campesinos sin tierra”, que aduciendo que sus terrenos son de la propiedad del Estado, invaden su plantación, cortando sin la autorización de la dueña, árboles para su comercialización. Esta ha acudido en múltiples ocasiones a las autoridades de Medio Ambiente, y estos en contubernio con ellos, les permiten sacar los troncos, devastando sin conmiseración terrenos productivos que se convierten en un botado. Lo peor del caso es que ella ha sometido varios de ellos a los cuales ha identificado y las autoridades judiciales al poco tiempo, sin sancionarlos los dejan en libertad.
Para agravar los males que esta padeciendo la familia Besonias, el Fondo Especializado para el Desarrollo Agropecuario (FEDA), ha financiado en lo alto de la montaña una siembra subvencionada para sembrar orégano, lo cual significa que los pocos árboles que aún resisten la devastación y se mantienen en pie, sean eliminados para el mantenimiento de los “pobres padres de familia” como se conocen a los que se les permiten toda clase de desmanes.
Debemos hacer un mea culpa, porque al parecer, la Junta Agroempresarial Dominicana (JAD), a la cual pertenecemos como socios, ha respaldado inicialmente la siembra de orégano en esa zona, destacando el gran valor que esa aromática hierba tiene en el mercado internacional, especialmente en los supermercados de dominicanos en New York. Sería conveniente, que los técnicos de esa prestigiosa y poderosa institución agroempresarial emprendan una exhaustiva investigación, para determinar su beneficio y recomendar los paliativos que permitan la convivencia pacífica entre sembradores y propietarios. La consigna en consecuencia es: “salvemos nuestras montañas para las futuras generaciones”.