Razones sobran para que el turismo y estas «mensajeras del mar» sean en nuestro país compañeros inseparables. Ellas tienen a la playa como el lugar ancestral de anidamiento, mientras el turista la tiene como panacea. En cierta época del año, casi siempre en verano, las tortugas depositan sus huevos en hoyos que ellas mismas cavan en la arena. El sol los calienta y contribuye a incubarlos. Al cabo de 50 a 65 días, las tortuguitas salen del cascarón y se echan al mar.
Se estima que solo uno de cada mil neonatos sobrevive hasta la adultez. Son muchos los predadores naturales que se ensañan contra ellos en la misma playa y luego en los océanos. Pero ese es un proceso natural que no diezma a la especie. Lo que está causando los estragos es la caza (para comer la carne y usar el caparazón, principalmente de la tortuga carey, para fabricar objetos artesanales) y el saqueo de los huevos por su alegadas propiedades afrodisíacas.
Por supuesto, ni los turistas ni los hoteleros son los que saquean los nidos ni son los que cazan al animal. Es la construcción de instalaciones turísticas en las costas playeras, con la contaminación que implican, lo que las ahuyenta de sus sitios de reproducción. Con el desarrollo turístico, los nidos en la costa Este, donde acude más el tipo caguamo, han prácticamente desaparecido. Y no se ha hecho caso al Plan de Ordenamiento y Regulación de la Costa Este del 1994 que proponía proteger estos animales.
Según un estudio reciente (http://www.grupojaragua.org.do/documents/Informe_anual_anidacion_TM_2011_bajares.pdf), hoy día los mayores sitios de anidamiento están en el Parque Jaragua y la isla Saona. En la isla se da el mayor anidamiento de la tortuga carey, pero también anidan ahí las verde y los tinglares, convirtiendo a la isla en el lugar posiblemente más valioso para conservación de tortugas marinas en el Caribe. Mientras, en el Parque Jaragua abunda la tinglar y en el 2010 se documentaron allá 20 tinglares y cuatro careyes con un total de 141 nidos, un descenso de 76 con respecto al 2009. El descenso sugiere una precaria conservación de ambas especies.
Ante esta situación, las autoridades nacionales no son totalmente indiferentes. Por ejemplo, el Ministerio de Medio Ambiente recoge los huevos de las tortugas que anidan en Bahía de las Águilas y las playas de Oviedo, los incuba en un centro que tienen en la Laguna y luego de incubarlos libertan los críos en la playa. Hay también algunas ONG que, por el papel que las tortugas juegan en los ecosistemas de coral (al alimentarse de esponjas y algas y mantener el equilibrio ecológico), están trabajando para la conservación de la especie. Pero en este caso nadie esta aquí intentando ligar al turismo y a la conservación como debiera hacerse.
(Una excepción a nivel regional: http://www.widecast.org/TurtleWatch/Why.html). Los hoteleros, políticos y líderes comunitarios deben comenzar a ver a las tortugas como un activo que puede generar ingresos y crear empleos. Deben percatarse de que el turismo de observación de tortugas, ya sea en su hábitat natural o en criaderos especiales, es cada vez más popular. En el mayor sitio de conservación de estos animales en el mundo, el Parque Nacional Tortuguero de Costa Rica, el turismo genera casi US$7 millones al año.
Muchos turistas se interesan solamente en la observación de las tortugas cuando vienen a desovar a la playa. Pero hay muchas otras atractivas actividades que pueden generar ingresos para las comunidades o empresarios que se aboquen a desarrollar criaderos. Estos pueden tener pabellones de exhibición para las diferentes etapas de la crianza, así como salas de cine para pasar videos educativos, además de especímenes de exhibición en vivo. El Proyecto Tamar de Brasil (http://www.tamar.org.br/) tiene 21 estaciones costeras de reproducción y exhibición de tortugas, no solo contribuyendo a la conservación sino también generando ingresos por ecoturismo.
Aquí el reclamo mayor habría que hacerlo a los hoteleros de la costa Este porque los grandes complejos playeros han tenido ahí un impacto negativo sobre las tortugas. Aunque sean los desaprensivos los que depredan las tortugas, son los inversionistas los que desplazan los nidos. Es a ellos a quienes les luce y compete acometer los grandes criaderos de tortugas. Y si nadie se anima individualmente, su asociación o cluster debe tomar la responsabilidad. Después de todo, esos criaderos pueden ser parte de la «oferta complementaria» de que tanto adolece la zona y generarles más ingresos.
Vía: Diario Libre