Desde los manglares de Bengala Occidental hasta el vasto archipiélago que conforma Indonesia, y desde la bulliciosa ciudad portuaria de Guayaquil, Ecuador, hasta las costas tropicales del sur de Togo, los riesgos sistémicos de la pandemia de COVID-19 han quedado expuestos en términos humanos muy crudos.
Millones de personas que ya tenían dificultades para llegar a fin de mes, que a menudo trabajaban en la economía informal del sector agrícola y que sobrevivían por debajo del umbral de pobreza, tuvieron que hacer frente a una serie de nuevos riesgos que no podrían haber previsto.
Entre ellos la falta de empleo, el endeudamiento, la violencia civil y doméstica, el descarrilamiento de la educación de los hijos y menores oportunidades. En muchos lugares, las mujeres sufrieron de forma desproporcionada debido a los prejuicios de género existentes en la sociedad.
En conjunto, estas experiencias humanas no son solo un catálogo de sufrimiento en lugares del mundo que a menudo no aparecen en los titulares. En realidad, ponen de manifiesto un desafío muy real: cómo comprender y gestionar mejor los riesgos sistémicos en cascada resultantes del COVID-19 mientras éste se extiende a través de las fronteras.
Efecto dominó que amenaza la vida
El informe «Repensar los riesgos en tiempos de COVID-19» muestra cómo, en cada uno de cuatro lugares estudiados—el documento consta de cinco investigaciones de campo hechas en 2021 por el Instituto de Medio Ambiente y Seguridad Humana de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU-EHS) y la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR)— se observa claramente un efecto dominó, resultante del brote de COVID-19, que se extendió por las sociedades mucho más allá de los efectos inmediatos de la pandemia misma.
Los casos ilustran claramente que nuestro mundo está interconectado a través de sistemas que vienen con riesgos asociados y volátiles que han revelado, y reforzado, las vulnerabilidades en toda la sociedad.
En la ciudad portuaria ecuatoriana de Guayaquil, por ejemplo, las familias que ya vivían hacinadas sufrieron más las órdenes de permanecer en casa que las que se encontraban en situaciones de vida más favorables.
El sistema sanitario de la ciudad llegó a un punto de inflexión en cuestión de semanas después de que se detectara el primer caso en febrero de 2020, lo que provocó que un elevado número de cadáveres quedara sin atender en hospitales y residencias, así como en las calles. Las imágenes de cadáveres acumulados en las calles que circularon por los medios de comunicación de todo el mundo mostraban lo que ocurría cuando el COVID-19 llegaba a zonas urbanas densamente pobladas.
Una red compleja y frágil
Antes del COVID-19, la interrelación de tales riesgos no era evidente en nuestra vida cotidiana. Tampoco lo era la naturaleza sistémica de estos riesgos, es decir, cómo afectaban, o pueden afectar potencialmente, a sociedades enteras más allá del problema mismo.
Por un lado, cuando pensábamos en riesgos sistémicos los relacionábamos con lo que pasó con la crisis financiera de 2008, donde el fracaso de los grandes bancos se extendió por toda la economía mundial, dejando a millones de personas sin trabajo y provocando una recesión económica mundial.
Otros ejemplos de esa interrelación se ven en cómo el cambio climático, los desastres naturales y, más recientemente, las consecuencias mundiales de la guerra en Ucrania, que evidencian que nuestro mundo depende de una red compleja, a menudo frágil, de factores interdependientes y que, si se desestabiliza, puede tener efectos devastadores en sociedades enteras.
Sin ir más lejos, al ser Ucrania y Rusia los principales productores mundiales de cereales y fertilizantes, uno de los efectos indirectos de la guerra se observa en el aumento de los precios mundiales de los alimentos. Esto ha resultado en un incremento de los costos de vida para quienes pueden pagarlos y empuja a los que no pueden hacerlo a una mayor inseguridad alimentaria.
Cambio de perspectiva
La aparición del COVID-19 obligó a ampliar la perspectiva de los riesgos sistémicos. La buena noticia es que ha ampliado la comprensión de estos riesgos y la forma de abordarlos.
Los peligros y las perturbaciones pueden surgir del exterior y del interior del sistema. La exposición a estas circunstancias puede ser indirecta, lo que significa que los efectos pueden sentirse en lugares que no están directamente afectados por el peligro —en este caso, el COVID-19— pero que acaban perjudicados como resultado de la interacción. Por último, la vulnerabilidad de un sistema también puede convertirse en un peligro o una perturbación para otros sistemas interdependientes.
¿Qué medidas se pueden adoptar entonces para mejorar la gestión del riesgo, dado que los enfoques tradicionales son insuficientes en entornos más complejos?
Una de ellas es entender cómo están conectadas las cosas. Los efectos en cascada originados por el COVID-19 permitieron detectar la correlación que existe en muchos de esos sistemas y evaluar si éstos están funcionando según lo previsto.
Otra consiste en identificar las contrapartidas implícitas en las políticas: varias medidas impuestas por el COVID-19, como los cierres de escuelas, las solicitudes de confinamiento o las restricciones de viaje, han tenido efectos generalizados.
Esto pone de manifiesto la necesidad de valorar y evaluar las posibles contrapartidas y los efectos en cascada que conlleva la introducción de dichas medidas, ya que pueden tener repercusiones inesperadas y agravar las vulnerabilidades existentes en la sociedad.
Una tercera medida es centrarse en los procesos de recuperación del sistema sin dejar a nadie atrás. La vinculación intrínseca de los sistemas presenta una oportunidad para lograr puntos de inflexión positivos, creando efectos beneficiosos. En el contexto de la pandemia, esto se hizo realidad con la creación de puestos de trabajo que siguió a las prestaciones de asistencia financiera por parte de gobiernos, organizaciones benéficas y ONG, o los avances en la digitalización que siguieron a las medidas de confinamiento domiciliarios.
El mundo interconectado actual es un sistema en evolución, y los desastres suelen ser el resultado de fallos de ese sistema.
Este informe muestra que ha llegado el momento de desarrollar una comprensión más profunda de los riesgos sistémicos y de cómo desencadenan otros peligros y perturbaciones, muchas veces de forma impredecible.
Asimismo, revela que la gestión de estos riesgos debe estar integrada adecuadamente en la forma en que los responsables de la formulación de políticas, los planificadores y otras partes interesadas abordan la gestión de riesgos, con el objetivo de crear comunidades y sociedades más resistentes, equitativas y prósperas en todo el mundo.