En el horizonte sobresalen altas torres de enfriamiento y chimeneas que rozan el cielo gris. En la distancia también se observa un lago artificial hecho de un negro y tóxico barro, alimentado continuamente por decenas de tuberías de las cuales brotan desechos de las refinerías que rodean la zona.
El olor a azufre que sale de las tuberías es tan fuerte, que cualquiera pudiera jurar que se encuentra en el infierno.
Sin embargo, se trata de la sede de Baogang Steel and Rare Earth, un complejo industrial del tamaño de una ciudad localizado en Baotou, una zona en lo más profundo de Mongolia, en China.
Una ciudad cubierta de tuberías
Baotou es una región rica en elementos químicos conocidos como «tierras raras», fundamentales para mantener en movimiento nuestro moderno estilo de vida.
Estos minerales pueden ser encontrados en todo lo que nos rodea, desde carros eléctricos hasta todos los componentes electrónicos de los teléfonos inteligentes y pantallas planas.
Reportes indican que en 2009 China producía 95% de la tierra rara consumida por el mundo, y estimaban que la mina Bayan Obo, al norte de Baotou, contenía 70% de las reservas del planeta.
Estos minerales han jugado un papel fundamental en el explosivo crecimiento de la economía china durante las últimas décadas. El efecto en Baotou también ha sido notable: a pesar de lo que podría concebirse como una nueva fiebre del oro por estos elementos químicos, la ciudad parece más bien un pueblo fronterizo.
En 1950, antes de que las minas de tierras raras comenzaran a generar ganancias, la ciudad tenía una población de 97.000 habitantes. Hoy en día esta cifra supera los dos millones y medio.
El efecto de las minas de igual forma se refleja en la arquitectura de Baotou, la cual por momentos pareciera encontrarse atrapada entre el empuje capitalista de la rica actividad que desarrolla y las memorias de un pasado comunista, o entre los avisos de grandes marcas estadounidenses y las estatuas celebrando a Mao.
El peso de industrias como Baogang es notable. La refinería se ha desarrollado tan extensamente, a través de tuberías que cruzan aceras y avenidas, que es difícil decir dónde terminan las fábricas y dónde comienza la ciudad.
Prácticas comerciales color fango
En Baotou se encuentra una planta especializada en la producción de cerio, uno de los minerales más abundante de tierras raras.
Entre los productos principales de la instalación es oxido de cerio, el cual se utiliza para pulir las pantallas táctiles de los teléfonos inteligentes y tabletas.
Sin embargo, más allá del laberinto de tuberías, tanques y salas del tamaño de hangares, no hay gente en la fábrica. De hecho, no está operando.
Representantes de la planta indican que se encuentra en receso por mantenimiento, pero tampoco hay señales de operativos de limpieza o reparaciones.
Una interpretación para esta sorpresiva inactividad, teniendo en cuenta la alta demanda mundial por los productos que elabora, revela una realidad comercial tan oscura como el lago artificial.
Al parecer, la paralización de actividades en la fábrica está vinculada con un esfuerzo de la industria por generar una escasez artificial del producto, a fin de impulsar el alza de los precios del oxido de cerio.
Esto no es nuevo en las estrategias comerciales de China. Ya en el 2012 la agencia de noticias Xinhua informó que el más grande productor de tierras raras en el país había suspendido sus operaciones para prevenir una caída de los precios.
¿Riqueza e innovación a que costo?
Sin embargo, aparte de las prácticas comerciales cuestionables, una de las razones que generan escasez de estos productos son los riesgos y elementos tóxicos vinculados al proceso de extracción y transformación en productos finales.
Por ejemplo, el cerio es extraído luego de triturar minerales y disolverlos en ácidos sulfúrico y nítrico, lo cual debe hacerse a una escala industrial, por lo que el proceso termina produciendo una enorme cantidad de desecho venenoso.
Podría decirse que el dominio que tiene China sobre el mercado de tierras raras se debe a que el gigante asiático tiene una mayor disposición a asumir el impacto ambiental que esta actividad conlleva, a diferencia de otros países.
Y no hay mejor lugar para comprender la magnitud de este verdadero sacrificio que las costas del lago tóxico de Baotou.
En lo que una vez fue tierra de granjeros, se comenzó a formar un lago como consecuencia de represas en ríos aledaños y por inundaciones. Con la irrupción de la minería, el lugar se transformó en un vertedero de desechos tóxicos.
Una simple mirada basta para tener imágenes de pesadilla, con ambientes extraños y horripilantes.
La sensación es aún más impactante si se tiene en cuenta que es un escenario hecho por la mano del hombre para construir teléfonos e incluso «tecnología verde», como las turbinas impulsadas por el viento para generar energía o carros eléctricos que no emiten monóxido de carbono.
Adicionalmente, esa ironía guarda un riesgo latente: Liam Young, un investigador que trabaja en Reino Unido, tomó recientemente muestras al barro recogido en el lago y encontró que tiene una alta presencia radioactiva.
Tras ser testigo del impacto de la minería de tierras raras, me es imposible ver los aparatos que uso todos los días de la misma manera.
Al observar cómo Apple anunciaba su reloj inteligente recientemente, un pensamiento cruzó mi mente: antes hacíamos relojes con minerales extraídos de la tierra y los tratabamos como reliquias preciosas; ahora usamos minerales aún más raros y queremos cambiarlos anualmente.
Las empresas de tecnología continuamente nos instan a comprar la nueva tableta o teléfono. Pero no puedo olvidar que todo comienza en un lugar como Bautou y en un lago tóxico terrible, que se extiende hasta el horizonte.
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