Santiago. Es una verde configuración del tiempo, un monumento natural de gran valor ecológico, el abanico glorioso del sotobosque.
Por la relación de causa efecto y en razón del Principio de Incertidumbre de Haisenberg que apoya esa premisa, un árbol que se corta en Diego de Ocampo.-y ha caído mucha caoba y mucha arboleda preciosa en años de escamoteo y corte impune-es una posibilidad menos de lluvia en Villa Altagracia y San José de las Matas.
Es el más elevado asiento del bosque nublado, santuario de aves apenas conocidas como el carrao, y mirador soberbio de la planicie extensa que sustenta.
Pulmón inédito y alcázar mayor del valle del Cibao no podía estar colocado en un lugar más estratégico del paciente decorado natural de la cordillera.
Si queda algo de vitalidad en su presencia vertical inocultable se debe precisamente al difícil acceso de la loma y a que, hasta ahora, ha tenido más defensores furtivos que depredadores despiadados.
Ha sabido con su riqueza maderable, producir buenas y clandestinas fortunas, aliadas de la noche.
La existencia de esta montaña en condiciones sanas es básica para todo el país dado que esas corrientes eólicas distribuyen la lluvia por el sistema cordillerano a nivel nacional.
Sesenta manantiales y corrientes sonoras le sirven de red líquida para extenderse mansamente por la llanura.
Es la madre de todo río, arroyo, manantial y charco que circunda una región cada vez más amenazada de urbanización incontrolada, privilegiada e injusta que olvida el extenso espacio de esa red de montañas que no tiene precio.
Se procura lo frágil, lo prohibitivo, lo que pudiera sufrir descalabro irreversible sin ver las consecuencias inmediatas en fragilidad, sequías y despoblamiento boscoso en un área que es hermosa porque no ha sido intervenida de manera determinante desde su nacimiento ocurrido en eones cuando surgió toda la isla.
Quinigua, Congo, Quebrada Honda, Aloncito, Arroyo del Agua, Arroyo Seco, Arrenquillo, Los Higos, Pescado Bobo, tributarios del río Bajabonico, y afluentes del Yaque del Norte, develan los nombres del agua en su condición de fuente primordial, en su eterno devenir constante.
Los manantiales deciden la permanencia de una vitalidad pura y sonora que no cesa, que no se atreve a detenerse.
Lluvias horizontales, una vegetación excelsa, una riqueza hídrica poderosa, una diversidad inocultable, un hábitat edénico y una preservación insuperable detienen, jubilosa, la desertificación que rodea a los mantos freáticos que han traído estos tiempos.
La flora se sustenta en esa prodigiosa multiplicación de cada variedad armoniosa, en el concierto arbóreo, en la presencia de por ejemplo más de un centenar de helechos, una treintena de orquídeas, veinte especies de bromelias, begonias, lianas epífitas y arbustivas que deciden una realidad espectacularmente edénica.
El Diego califica para monumento natural de la humanidad y si se hace el esfuerzo se logra. Por ahora lo que se impone es preservarlo incluso de quienes creen estar intentando cuidarlo.
La zona de vida de sus veinte kilómetros cuadrados de extensión, que reunen un increible proceso lleno de prodigios, se subsume el bosque seco subtropical, el bosque húmedo,, el muy húmedo y el nublado, en una sucesión de altitudes y planos y estratificaciones de su muralla multicolor.
Es uno de los vitales ombligos de la isla, estremecidos por el telurismo que tuvo su génesis en una era tan estremecedora como difícil de recordar y que reune todos los siglos que caben en un territorio escindido de la masa continental por las poderosas fuerzas gravitacionales que constituyeron el parto talvez prematuro del sistema solar.
Esta ciudad, como todo el país, tiene el deber de preservar esos escenarios sometidos a esa hamaca insólita llamada la política que llega a ser capaz de descuidar los tesoros de los una ley estricta demanda no estorbar siquiera a los pajaritos que cortan el aire ni cortar una rama.
La zona vedada está protegida por la ley 5697 de 1961 y es inalienable por lo que no puede ser arrendada ni alquilada.
La deforestación, la ausencia de prácticas de conservación adecuada, el corte de madera preciosa, el cambio climático, sostienen otras coordenadas menos auspiciosas.
Perdida su virginidad al ritmo de la actividad humana descontrolada, la preservación en su estado sano de lo que queda, que no es despreciable, se impone como un imperativo categórico si no se quieren sufrir las consecuencias de un deterioro que se va a lamentar inútilmente durante generaciones.
El dato
Diego de Ocampo es la montaña más elevada de la Cordillera Septentrional, y debe su nombre al capitán de negros cimarrón que luchó contra la esclavitud durante la colonia. Tiene una extensión de 20 kilómétros cuadrados, protegidos por la Ley 5697, que establece su inviolabilidad.
Por: Rafael P. Rodríguez
El Nacional