Nick Collins tiene la piel profundamente curtida de alguien que ha pasado la mayor parte de sus 39 años en un barco, pescando ostras.
Collins había trabajado en el negocio de su padre desde que tenía diez años: ya no.
Me llevó en su barco un par de kilómetros adentro en el Golfo de México para enseñarme por qué.
La cesta está llena de ostras, pero él no para de negar con la cabeza.
«Ésta está muerta. Ésta está muerta. Todas tienen las conchas vacías. Todas son ostras bonitas pero están muertas. Todo por el derrame de BP hace un año», asegura.
Toda su captura está muerta. Tiene que volver a intentarlo.
«Te rompe el corazón. Es la mayor matanza de ostras de la historia de Luisiana, probablemente de toda la historia de la costa del Golfo de México».
«Ojalá que yo no formara parte de esto. Ojalá no estuviera aquí. Te rompe el corazón».
«Fuera de servicio»
De vuelta a tierra, en la sede de la Collins Oyster Company, el padre de Nick, Wilbert, fuma en la entrada.
A sus 73 años todavía es el jefe de la empresa familiar.
«Solíamos tener algunas de las mejores ostras en el país», dijo. «Solía haber filas de hasta tres horas para llevarse bolsas llenas».
Ahora ya no ha autos esperando. Sin ostras, Wilbert se vio obligado a colgar un cartel en la fachada: «Collins Oyster Company: fuera de servicio tras 90 años por el derrame de BP y el agua limpia del gobernador Jindal».
Pero no son sólo los clientes lo que ha perdido Wilbert. La pasada Navidad tuvo que despedir a dos de sus hijos, incluido Nick.
«Esa es la parte más dura: despedir a tu propia familia y decirles que van a tener que irse a otra parte».
Nick está buscando trabajo de carpintero. «Obviamente, preferiría seguir en el negocio de las ostas», dice.
Wilbert asegura que no ha recibido ninguna compensación de BP en meses.
Incluso llegó a reunirse en Washington con Ken Feinberg, el hombre designado por el presidente Barack Obama para gestionar los US$20.000 millones del fondo de compensaciones.
«Me ofrecí a enseñarles personalmente las ostras muertas. Pero no tenían interés en verlas», dijo.
Furia local
A unos pocos kilómetros de los Collins, Feinberg llegó desde Washington para responder a las preguntas de los pescadores.
Wilbert está cansado de promesas vacías, así que prefiere quedarse en casa.
Pero muchos pescadores sí que han acudido. Uno a uno, se suben a un pequeño estrado para dejar claras sus preocupaciones directamente a Feinberg.
«Sigues diciendo a todo el mundo que todo está bien en el Golfo de México, pero te sientas ahí a mentirnos a la cara», dice Clayton Mathern, trabajador de una plataforma petrolífera.
«¿Qué pasa con la gente como yo que lo ha perdido todo? ¿Todo por lo que trabajaron, todo de lo que estaban orgullosos?».
La esposa de Mathern, Becky, también toma la palabra: «Nos dijiste personalmente que nos ayudarías. Nos diste tu número de teléfono celular suplicando que lo mantuviéramos en secreto, pero cuando te llamamos, nunca respondiste».
«Tratamos de hacer lo correcto»
Muchos de quienes están en sala ya han asistido a intervenciones de Feinberg. Para Dean Blanchard, que pesca camarones, ya es la quinta vez.
«Pensé: mejor voy no vaya a ser que dejen caer un cheque».
La sala estalla en risas y aplausos. «Teníamos el mejor producto del mundo. Ahora somos conocidos por estar contaminados con el crudo. Eso no es correcto, tiene que compensarnos».
Feinberg se acerca al micrófono para responder: «Puede que haya gente en esta sala que debería haber recibido pagos que no lo ha hecho, pero el programa está funcionando. Hemos pagado. En menos de siete meses casi US$4.000 millones, incluidos US$1.700 millones para Luisiana».
«Tratamos de hacer lo correcto», afirmó.
Ha habido muchas promesas de políticos, incluido Feinberg, pero Wilbert Collins está perdiendo la fe.
«Ahora mismo, no pasa mucho y en el mundo ya no son tantos los que hablan del derrame. Pero no ha terminado. Hay mucha gente sufriendo y no parece que a nadie le importe», dijo.
«Te desmotiva ver cómo el gobierno te trata. En EE.UU. es increíble».