Los éxitos del proyecto de lechuzas se lograron con grandes sacrificios. La mayoría fue criada a mano. Es decir, nacían en incubadoras y se alimentaban cuatro veces al día (8:00 am, 1:00 pm, 5:00 pm y 11:30 pm).
Los polluelos se pesaban antes y después de cada comida, para calcular el alimento ingerido. Se usaban ratoncitos triturados en un procesador, agregando calcio y vitaminas. Conté con la ayuda de Yeral Segura y la invaluable colaboración de Rosario Cabrera. Era un trabajo extenuante, pero cuyos resultados dieron prestigio internacional a la institución y al país.
Por eso no creí cuando me contaron que la directora del Zoológico Nacional había ordenado desalojar todas las lechuzas del área, para instalar en los aviarios las cotorras de un nuevo proyecto.
Si había otro proyecto, que se construyeran instalaciones nuevas como hicimos con las lechuzas. Además, trasladar bruscamente a un animal del sitio donde nació a jaulas inadecuadas, crea un estrés que afecta la salud de los animales, sobre todo tratándose de aves nocturnas, que pasan las horas diurnas ocultas en sus nidos.
El Dr. Ricardo Méndez Mir, de Director de la Clínica Veterinaria del Zoodom, renunció a su cargo indignado por esta funesta decisión. Las lechuzas fueron trasladadas a jaulas hechas para palomas, campos de concentración donde estaban expuestas a ruidos y perturbaciones.
Pero el tránsito del campo de concentración a las cámaras de exterminio fue breve. Cinco días después del traslado, sin consultar con los biólogos ni con los veterinarios más antiguos del Zoo, 34 lechuzas, 31 de ellas endémicas y la mayoría nacidas en cautiverio, fueron exterminadas de manera alevosa y clandestina, lo que demuestra que el crimen se perpetró con plena conciencia, hasta el punto de que los cuerpos de las aves «sacrificadas», en lugar de enviarlos al Museo de Historia Natural, los echaron al vertedero.
Nadie sabe a ciencia cierta porqué las mataron. Se descarta que estuvieran enfermas. Las lechuzas son muy resistentes a las enfermedades y no iban a desarrollar una enfermedad terminal incurable en menos de una semana. La explicación más parsimoniosa es que las mataron para que no se murieran. No es un juego de palabras. Tal vez se percataron que en el campo de concentración casi no comían y lucían desmejoradas, y pensaron que era preferible eliminarlas de golpe, a arriesgarse a una muerte lenta que podría originar un escándalo.
Si la intención era alejarme del Zoológico, era innecesario el crimen; habría bastado con el chantaje. Si me hubieran dicho: «Si regresas al Zoológico matamos todas las lechuzas», yo habría cedido a la amenaza. De todos modos no pensaba volver y así se lo informé al Ministro de Medio Ambiente.
Por qué no las intercambiaron o las vendieron a otros zoológicos. Una lechuza Cara Ceniza nacida en cautiverio cuesta cerca de mil dólares.
Odette era un caso especial. Nació la noche de la tormenta que lleva su nombre. Esa noche hubo un apagón general, lo que me obligó a sacarla de la incubadora y darle calor por otros medios. Después de ensayar varios métodos, estuve hasta muy tarde con ella entre mis manos, calentándola con mi aliento. Nadie sabe, fuera del escuadrón ejecutor, qué método usaron para matarlas. Se rumora que murieron congeladas en un cuarto frío. Que Odette, que sobrevivió a la tormenta en el hueco de mis manos con el calor de mi aliento haya muerto de frío, me parece una paradoja grotesca; que un crimen de esta magnitud quede impune confirma que este «es un país que no merece el nombre de país sino de hueco, féretro o sepultura».
Por: Simón Guerrero
guerrero.simon@gmail.com
Diario Libre