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No todos los cuartos se cogen. Devuélvanle el dinero al Sr. Estrella.

 

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Conozco Los Haitises desde chamaquito. Los cuentos de indígenas vivos, de caritas enterradas, de ciguapas caminando pa’lante con lo pie’ pa’ tra, de cuervos y de manatíes, se entremezclaban en mis primeros años con la imagen mañanera del viejo Anselmo, que siempre llegaba con los pantalones “aremanga´os” y mojados en un cayuco de velas y remos por la playa alfombrada con almendras de frente a mi casa, la mar.

El viejo Anselmo, parco al hablar, sonriente por naturaleza, ahorrador y de buen vivir, siempre se nos acercaba con los bolsillos llenos de mentas de guardia, las cuales esperábamos ansiosos los niños del barrio. Era propietario de una finca en Los “Haitiles” (como le dicen por allá) y, por lo que conversé con él, sembraba batata y yautía.

Un buen día, Don Anselmo, el vecino de al frente, murió. Dejó aquel sombrero pueblerino que nunca se apeó, dejó su cayuco en la arena, pero sobretodo, dejó varias casas, fincas, y un dinero en el banco que nunca nadie cobró, y que sólo ha quedado como un de los tantos rumores de Sabana de la Mar.

En el medio de todo, también recuerdo el rumor del burro quemado por Candelier. Nosotros, los muchachos del barrio, salíamos siempre a recibir en trulla a los helicópteros, que como tornados, aterrizaban cerca del muelle entre el gentío de curiosos y buscavidas. En los colmados y esquinas sólo se oía el nombre de un tal Candelier, que estaba desalojando a los campesinos, y se escuchaban los helicópteros volando y, a correr se a dicho.

Yo no lo sabía, pero ese era el proceso de desalojo compulsivo de miles de campesinos que fueron expulsados del Parque Nacional, para supuestamente defenderlo. Ya de esta historia sólo quedan retazos en mi mente, ruidos, imágenes fugaces y voces, pedazos de sueños que no he perdido, no me pregunten por qué. Pero de Los Haitises y sus mogotes, queda toda una imagen de belleza impoluta, que no puedo (ni pueden) borrar.

Es por eso que aún me siento aun aturdido al saber de los aprestos de un grupo de empresarios voraces de Santiago de instalar, a fuerza del dinero, una Cementera en sus fronteras y contornos.

Es por eso, que todavía no entiendo el porqué Jaime David Fernández Mirabal, desoyendo a los técnicos de la propia Secretaría Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARENA) que él dirige, ha autorizado la instalación de la Cementera de los Estrellas en la Zona de Amortiguamiento del Parque Nacional Los Haitises.

No hay ninguna razón para que se instale allí, que no sean el capricho o la ambición desmedida de empresarios sin conciencia social y ambiental y el soborno y la corrupción de los politicastros dominicanos.

Una Cementera no es un relajo. No es una bodega campesina, ni una mina de arena de construcción. Una cementera es una de las plantas de la minería más contaminantes e impactantes sobre el entorno. Los Haitises y su zona de amortiguamiento no son un lugar para ella, no lo soportarían la caoba, ni el mangle rojo, pero mucho menos los guaraguaos, las jutías, las garzas reales o los reycongos.

No nos oponemos al desarrollo minero, mucho menos al industrial. Favorecemos la competencia y ojalá que esta planta (ubicada en otro lugar) venga a abaratar los altos costos de los insumos de la construcción. Pero nada, absolutamente nada, vale más que el Parque Nacional los Haitises y su reserva de biodiversidad y recursos hídricos.

Lo que los técnicos de la SEMARENA plantean en su informe es contundente. Este proyecto es inviable; sencillamente absurdo.

Da una inmensa vergüenza y consternación ver al Secretario Jaime David actuar como abogado del diablo, defender sin razón intereses espurios de un Consorcio Minero y apoyar un crimen de lesa humanidad, como lo es afectar el Parque Nacional Los Haitises.

Yo no se a quién le tocó cobrar el dinero que pagan comúnmente los empresarios de este país, durante las campañas para agenciarse obras como éstas. No creo que haya sido Jaime David, pero lo que se, lo que sí estoy seguro, es que, fuere quien fuere, tendrá que devolverlo.

El pueblo dominicano no va a permitir que instalen esa maldita cementera en ese lugar, que busquen otro.

Recuerden siempre, no todo el dinero se coge.

Santo Domingo, DN.

Por. Hecmilio Galván
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