Ni a ellos, ni a nadie, porque sus intenciones últimas no tienen, ni precio ni madre, ni nada que tenuemente roce lo humano.
¿Por qué tanta alharaca y tanta estridencia y bulla? Tanta tinta y tiempo desparramados, tantos alaridos en colindancia con muestras de dolor y hasta de impotencia ante la situación-empeño en toda la acepción y contenido de la expresión, porque todos (todos, menos ellos, los ensanchadores de bolsillos y cuentas millonarias en lavanderías del mundo) sabemos y sufrimos de estos actos atentatorios de lesiones permanentes a nuestros restos de fortuna natural con que Dios nos ha bendecido.
Que cobre valor y vigencia la combinada expresión de situación-empeño por nuestras vastas experiencias en esos menesteres y que no todo sea recordar.
Cuantas veces y a cuantos países fuimos capaces de “empeñar y hasta vender” la Bahía de Samaná o en los anaqueles recientes de la modernidad ponen en pública subasta la Bahía de las Águilas y para no cansar y fastidiar tanto, solo bastaría comparar todos esos intentos de zarpazos, todas esas actitudes y desmanes con el misticismo conductual de esos íconos de nuestras luchas ambientoñecológicas entre ellos, Miguel Canela Lázaro, médico anatomista, descubridor de varios elementos del cuerpo humano, ingenieroñagrimensor, botánico, alpinista, maestro normal y Juan Bautista Pérez Rancier, abogado de relieve internacional, “llamado el hombre del Cristo”, ejemplos ambos de criterio de superación, con ideales de grandeza patria, científicos demostrados y graduados en las mejores universidades del mundo; y quienes a título de pionerismo, casi de visionarios, rayando en niveles de obsesión, abrazaban con inocencia el tema de la protección y preservación de los recursos naturales. Eran moralistas empedernidos, ambos de criterios estrictos, con horizontes fuera de lo común y también fuera de ese sello seriado que define el común denominador.
Podríamos estar frente a un empeño sin regreso por los compromisos económicos ya plasmados y garantizados por la fuerza que el poder dispensa en un hecho tan insólito.
Sería un gran salto para el país que aparecieran “los sombreros para tantas cabezas”, pero me luce que ya deben existir muchas cuentas abonadas por las comisiones que estas actividades generan.
¿Podría entenderse y asimilarse hoy día el siguiente episodio? Fue simple y llanamente el gesto histórico de dos dominicanos que ofrecieron en 1920-1923 sus servicios profesionales gratis, con sufragación de gastos personales por su cuenta para consumar la confección de aquel primer grito de advertencia ecológica que se llama el vedado del bao.
Miranda es patrimonio del pueblo y de la nación completa, no le pertenece ni a este gobierno ni a los ya fracasados, ni a los ineptos que adornan funciones como floreros sin flores, sin olor, ni color, son puros impensantes. No, no y no.
Que hagan algo de lo cual algún día se sientan orgullosos sino satisfechos ñsolo sería cuestión de un corto tiempoñ, declararían a Loma Miranda no parque nacional ni reserva natura, sino fuente de vida y patrimonio de la dominicanidad.
También me inquieta y me pregunto por qué no se ha llamado a externar y aunar criterios e ideas a personas de la talla ética y moral de Evaristo Eleuterio Martínez, profesor y técnico de alto nivel; Eduardo García Michel, perenne indagador y agudo expositor; Frank Núñez, por derecho propio y capacidad, conocedor depurado, ha crecido abrazando a la filosofía del conservadurismo ambientoñecológico; a Domingo Marte, ex ministro de Agricultura, el mismo ideólogo de Madre de las Aguas; José Peralta Michel, incansable y desinteresado en aportes de ese tipo; Pablo Pichardo Pérez, acucioso, ágil, capaz, a un sociólogo de amplias líneas y gran saber como Héctor Rodríguez, Felin Rodríguez Méndez, con una cultura medular sobre este tipo de preocupante; Juan Rafael Oleaga, médico, eterno preocupado por los temas ambientales, al mismo Dr. Jaime David Fernández M., ex ministro de Medio Ambiente con amplios conocimientos de origen y cultura, y el Dr. Bautista Rojas G. (Bauta para todo el que haya nacido en Salcedo), personas todas que por genética, cultura, tradiciones y sensibilidad social aportarían importantes posturas y beneficios.
Todas estas expectativas marchan parejas con el descuido habitual de todas nuestras principales fuentes de agua y debemos entender meridianamente que todo lo que genera o deje como última instancia daños irreversibles a la naturaleza debe ser excluido del interés humanoñ debemos apreciar lo que tenemos y tratar de no intentar destruirlo por ninguna razón.
Es un asunto de conciencia y ética, es un asunto de moral, de conciencia, porque no habrá quienes puedan dormir ni vivir tranquilos y en paz por el daño ocasionado y de moral porque los cómplices de esta barbarie estarían estigmatizados por el resto de sus días.
¡Fuera el daño ambiental en loma Miranda y en todo el país! Yo preferiría mis carencias a ver a mis hijos y mis nietos y hasta yo mismo morir de sed.
Que hablen de recuperación y reparación al daño ecológico-ambiental que lo único que tenemos que hacer es detenernos por unos instantes a contemplar y valorar la precariedad y negativos de tales intentos.
¿Recuperación de qué? Si lo que dejan solo genera lamentos, maldiciones, los peores epítetos y otras tantas expresiones impublicables. ¡Y las secuelas trágicas y mortíferas! La historia del tema está cargada de ejemplos en la oferta de las recuperaciones, y tanto es así que ya en Europa, específicamente en España y en EEUU, ya estas son etapas superadas.
Esperamos que la solidaridad exhibida con ribetes de espontaneidad en los actuales momentos, no desmaye ni se deje contaminar, ni permita que la desorienten con ofertas inadecuadas y nunca cumplidas.
Dios no creó estas imágenes y estructuras para probar nuestra capacidad o poder de autodestrucción, o como rasero para medir nuestro gradiente de ambición, simplemente las creó para que la disfrutáramos y utilizáramos racionalmente, y las conserváramos para nuestros descendientesñ si Miranda es la madre, vamos pues a cuidar a sus hijos esos 10 ó 15 riachuelos inocentes.
El autor es médico ambientalista
Vía: Listín Diario