Los tiburones son «los socios más incomprendidos del ser humano, a pesar de su función crítica para mantener el equilibrio» de los ecosistemas marinos, ha explicado a EFEverde Alfonso Mateo-Sagasta, autor de «Tratando de Tiburones» (Ed. Reino de Cordelia).
Acosados por el mito de “devoradores de hombres“, cada año son pescados unos 100 millones de tiburones, “sobre todo por sus aletas“, según este experto para el cual semejante cifra de capturas revela “un profundo desconocimiento” respecto a los escualos.
Esta falta de conocimiento ha derivado en “una persecución que puede provocar la desaparición de una pieza clave para los océanos” antes de que la sociedad comprenda su valor ecológico.
Depredadores incomprendidos
Esta es la idea principal del libro de Mateo-Sagasta, que repasa las aventuras subacuáticas alrededor del mundo del buceador profesional Karlos Simón.
Ambos coinciden en destacar “la paz, la elegancia y el control del medio” del que hacen gala estos hidrodinámicos animales.
Prácticas como el uso de cebo y de sangre para conseguir las espectaculares imágenes del gran tiburón blanco cerrando sus fauces en torno al pescado, han ayudado a perpetuar la imagen de los tiburones en “la categoría moral de seres pérfidos y maléficos“.
A pesar de estas estremecedoras imágenes, son animales como los demás, que “no están acudiendo al olor de la carne humana, sino del pescado, que es su presa habitual“, ha recordado el autor.
Los tiburones arrastran siglos de leyenda negra
Esta “injusta” fama ha acompañado a los tiburones desde hace siglos, a través de la literatura primero y más tarde del cine y la televisión.
Como ejemplo, Mateo-Sagasta ha recordado que “en el famoso cuento de Carlo Collodi, es un ‘pez perro’ o tiburón y no una ballena el que originalmente se traga a Pinocho“.
La denominación de pez perro es “una herencia latina” puesto que el naturalista romano Plinio el Viejo “ya los describía como una especie de perros con aleta dorsal“.
Desde entonces, se consolida la imagen del tiburón como devorador, sobre todo en superficie, ya que los pescadores los veían acercarse atraídos por sus presas y a los barcos negreros “les solía seguir una reata de tiburones” para aprovechar los cuerpos de los esclavos que fallecían en el viaje y eran arrojados por la borda.
También en los naufragios se les podía ver “alimentándose de los cadáveres“, pero “no porque tuvieran un gusto especial por la carne humana“.
Agentes del equilibrio natural
Y es que el océano posee una “extensión colosal” que a primera vista da la impresión de ser “una masa de agua semivacía“, por lo que cualquier recurso alimenticio que aparece flotando en el mar llama la atención del tiburón, que enseguida se acercará a comprobar de qué se trata, “como buen agente del equilibrio natural“.
De hecho, cuando muerden a su presa, “detectan el volumen de grasa en su paladar” y el de una persona “no tiene nada que ver con el de una foca, por lo que no les servimos como alimento“.
Por desgracia para las personas, este “bocado de prueba” tiene graves consecuencias y “aunque pierdan interés por el humano y nunca terminen de devorarlo, ese solo mordisco puede ser mortal“.
Un ejemplo de que “no hace falta ir armado ni protegido por una jaula” para contemplar a estos “magníficos animales” son las recientes imágenes de “Deep Blue“, el mayor tiburón blanco jamás avistado, que pudo ser filmado recientemente en Hawái nadando en compañía de “unos buceadores en apnea a los que el gran blanco ignoraba totalmente“.
Manuel Moncada
EFEverde