“Yo defiendo esto como cosa loca. Lo mejor que Dios me ha regalado aparte de mis hijos son los 27 charcos”.
Así define Heriberto López una de las atracciones turísticas más prominentes de esta ciudad.
Sin cascos, chalecos y zapatos cerrados, la hazaña no puede comenzar.
Un largo trayecto que dura aproximadamente 40 minutos para subir una montaña es el esfuerzo que vale la pena hacer para gozar del turismo de aventura.
Cada caída al agua desde el primer hasta el último charco es una mezcla de adrenalina con disfrute total de la naturaleza, una “creación divina de Dios”, como le denominan los puertoplateños.
Cada charco representa la superación del miedo para quienes temen a las alturas, para los que no saben nadar y se refugian del guía o de los chalecos y para quienes están dispuestos a arriesgarlo todo con tal de disfrutar de un ambiente agradable y refrescante.
Saltos, cascadas y toboganes naturales conforman los 27 charcos de Damajagua, un lugar ubicado en la Cordillera Septentrional con caídas de agua de 12 ó 13 metros de altura, que forman a su vez, cortinas de agua y piscinas naturales en medio del bosque.
López, quien es el presidente de guía turística del lugar, asegura que lanzarse a los charcos de Damajagua es una aventura segura e inolvidable ya que todo el que visita la atracción se va con deseos de regresar por el contacto directo que se tiene con el medio ambiente. “Esto es algo increíble que no se recibe en otra parte del mundo que no sea aquí”, agregó.
El cariño humano por parte de los guías es notable pues cada uno se entrega a un equipo de visitantes para brindarles apoyo, seguridad y satisfacción mediante la fabricación de la madre naturaleza.
Piratas A pesar de la precaución con que los puertoplateños cuidan y valoran los charcos de Damajagua, las amenazas para quitarles el terreno a los encargados para dar paso a la construcción de hoteles fue, en su momento, una de las preocupaciones de los guías turísticos. Esto, según ellos, porque desde pequeños el lugar ha sido su casa de relajación y refugio.
Taira, nombre con que los clientes conocen a López, cuenta: “Esto antes era público, cualquiera podía entrar sin cascos ni chalecos, por lo cual habían más accidentes; por eso en 2005 con la creación de la infraestructura actual y la implementación de los tickets para la entrada, el Ministerio de Medio Ambiente y el de Turismo han logrado mejorar la organización y evitar los accidentes”.
Guías La diversión de los 27 charcos no sería la misma si el miedo al lanzamiento no estuviese acompañado por los guías turísticos del lugar, quienes saben idiomas, nadan, tienen conocimientos de primeros auxilios y poseen buenas relaciones humanas, lo que se ve traducido en el calor humano que brindan al visitante.
“La mayoría de los visitantes que llegan aquí hablan inglés.
Hay uno que otro que habla alemán, francés, por esta razón le exigimos a los guías que tengan domino de otra lengua para así poder tener comunicación con los visitantes”, manifiesta López.
Para los guías turísticos de los 27 charcos, el cliente no es un consumidor como tal sino que es una persona que desea deleitarse, además, con la fauna y la flora vista en el recorrido para llegar a los saltos.
Asimismo, es preciso resaltar que muchos de los guías son jóvenes que llevan más de 10 años residiendo en Imbert. Esto es una ventaja para ellos pues conocen el espacio, aunque esto no los libera de recibir los cursos que el Instituto de Formación Técnico Profesional (Infotep) les imparte.
El corazón de unos Es fenomenal observar cómo los orientadores de los 27 charcos expresan que este lugar forma parte de su vida diaria, sus horas libres y su trabajo. Estos se sienten identificados con la frase del pensador Confucio: “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”.
En palabras de López: “Esto lo es todo para mí, por eso nunca he sentido la necesidad de salir de mi país, porque siento que si me voy de aquí voy a comenzar desde cero y aquí ya tengo una vida estable, conozco todas las personas que viven acá”.
Los 27 charcos de Damajagua simbolizan las venas de Imbert, un espacio que es considerado “la mejor obra del ecosistema que Dios le pudo regalar al dominicano para disfrutar de los placeres de su país”.