«El peligro radica en que nuestro poder para dañar o destruir el medio ambiente, o al prójimo, aumenta a mucha mayor velocidad que nuestra sabiduría en el uso de ese poder.» -Stephen Hawking
Cuando viajamos por la autopista Duarte en dirección oeste-este, en las proximidades de Bonao se puede notar que en la montaña que descansa a mano izquierda han quedado las huellas de la depredación. Grandes manchas amarillas han quedado como testimonio inocultable de la búsqueda en el subsuelo de una riqueza minera que se ha ido agotando, dejando un déficit ambiental difícil de solventar. Para quienes han tenido la oportunidad de sobrevolar la zona (aunque ya lo pueden ver a través de Google Maps) la vista no podía ser más desgarradora. Una especie de cráter lunar ha quedado escondido tras las montañas, en una especie de testimonio de la agresión que ha victimizado lo que alguna vez fue parte de nuestra riqueza forestal y medioambiental. Y la pregunta que surge es si habrá valido la pena explotar esa riqueza minera. La respuesta va a depender del interrogado. Para quienes lograron un empleo que les posibilitó levantar su familia y vivir con cierta dignidad -sin dudas- ha valido la pena. En cambio, para un observador independiente la respuesta no parece ser tan clara. Habría que ver cómo fueron utilizados los recursos que el Estado (asumiendo, ingenuamente, que el contrato representó el mejor interés nacional) recibió a cambio de la concesión en explotación de la loma La Peguera y otras lomas colindantes versus el pasivo ambiental que ha sido heredado. Eso está en discusión.
La explotación minera, como toda actividad de esa naturaleza, tiene ese potencial de enfrentar – casi inevitablemente- a quienes se benefician de ella en contraposición con los que se perjudican. Solo que en el caso minero se conjugan factores de tanta complejidad que es muchas veces imposible tomar una posición desapasionada sobre el tema. Y, sin lugar a dudas, el factor ideológico juega un rol fundamental si tomamos en cuenta que las empresas multinacionales mineras han sido objeto del etiquetado de que han representado un brazo económico del «imperialismo». De hecho, algunas de esas multinacionales se involucraron, en un pasado no muy lejano, en actividades políticas desestabilizadoras de gobiernos nacionales. La globalización ha cambiado esta realidad y, hoy día, algunas empresas multinacionales solo preservan del pasado la capacidad para lograr sus contratos en contubernio con funcionarios públicos que dicen actuar en nombre de los «mejores intereses» del país.
Sí… Parecería un contrasentido, para un país con altos niveles de pobreza y desigualdad social, que una riqueza tan grande como la que duerme en Loma Miranda no sea utilizada para aliviar la dramática situación que vive una gran proporción de los dominicanos. Debe haber una solución tecnológica que minimice los daños ambientales y un esquema de explotación acompañado por un proceso de reparación de esos daños. Es lo que podría considerarse una explotación ambientalmente responsable, en el entendido de que los recursos naturales, por definición, deben estar al servicio del hombre.
Pero no… La realidad es que la explotación minera ha tenido un pobre récord ambiental, estimulado por la complicidad de quienes, desde la función pública, han actuado de espaldas a sus deberes. Por eso, queda la duda de que las concesiones mineras pudieran no representar nuestros mejores intereses como nación. Ahora bien, independientemente de esa real posibilidad queda un aspecto que a mi modo de ver las cosas es crucial: la responsabilidad intergeneracional. Las políticas públicas tienen, obviamente, un impacto que va más allá de las presentes generaciones, afectando, desde luego, el bienestar de las generaciones futuras. Una política pública que implique un subsidio intergeneracional en beneficio del presente, en perjuicio de nuestros descendientes no es sustentable ni económica ni éticamente. Y eso es lo que ha pasado con nuestra política de endeudamiento. Se han alcanzado niveles preocupantes en la deuda pública, mientras la economía presenta niveles de ahorro extremadamente bajos. Es una deuda que no ha creado, proporcionalmente, la contrapartida en activos productivos que le permitan a las futuras generaciones pagar por nuestro consumo presente. En otras palabras, nos estamos comiendo el futuro.
Si hemos fallado en hacer las inversiones, tanto físicas como institucionales, que garanticen los retornos necesarios para no comprometer el bienestar de las futuras generaciones, y por el contrario, estamos legando un pesado fardo deudor, lo menos que se puede hacer es preservar algunos recursos naturales para que esas generaciones tengan donde apoyarse para cubrir nuestros excesos de hoy. Es por ello que Loma Miranda más que un tema de carácter ambiental -que lo es- es un tema de responsabilidad intergeneracional. El gobierno debe resistir la tentación de ver en Loma Miranda una tabla de salvación presupuestaria. El espejo en el que debe verse esa loma, en caso de explotarse, está apenas a unos kilómetros en la loma de La Peguera.
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