Las aves en general, acuáticas o no, acompañan al ser humano desde los tiempos más remotos; desde la aparición de la especie humana en la faz de la tierra. En los registros arqueológicos e históricos de todas las culturas encontramos evidencias de las aves plasmadas por el hombre a través de arte rupestre, en las expresiones artísticas y filosóficas de la mayoría de las sociedades.
El arte rupestre, como expresión de las sociedades originarias o ancestrales, nos permite conocer su pasado en muchas de sus dimensiones, más de lo que nos imaginamos, en especial sobre su fauna; en el caso de la isla de Quisqueya o Haití, conocemos lo que significaron para su cultura originaria las aves de los humedales, ya que las podemos observar en los petroglifos (grabados en las piedras) y las pictografías, referente a la pintura en las piedras y paredes de abrigos, cuevas y cavernas.
Hoy nos referiremos a los Manglares del Bajo Yuna, donde existen y llegan de otros países un alto número de especies de aves acuáticas y, además, es uno de los seis espacios naturales a manejar con criterios sostenibles por ser área natural protegida (Ley 202-04) en la categoría de manejo Parque Nacional, y gran parte de este, con zonas aledañas, está registrado como humedal de importancia internacional para las aves, con el número 2091 en la de los humedales Sitios Ramsar del mundo del 2 de febrero del 2013.
Las aves necesitan de los humedales y las que son propias de ellos, sin estos no pueden vivir, así como una especie necesita el espacio aéreo para estar volando gran parte de su vida, unas permanecen debajo de la tierra, otras en árboles y/o haciendo vida nocturna. Imaginemos que de repente les quietaran el espacio aéreo, los árboles, sus cavidades en la tierra y la noche, ¿qué sucedería? La respuesta es obvia.
Las informaciones disponibles, según Ramsar en el informe Perspectiva Mundial sobre los Humedales: Estado de los humedales del mundo y de los servicios que prestan a las personas (2018: 19), establecen que en los últimos casi 4 siglos se han perdido cerca del 87% % de los recursos mundiales de los humedales, y estos son de los ecosistemas más ricos del planeta por la riqueza biodiversidad que albergan (https://www.ramsar.org/sites/default/files/documents/library/gwo_s.pdf ).
Este informe Ramsar, elaborado por un equipo de expertos, indica que entre los años del 1970 a 2015 el 35% de los humedales naturales del mundo se han reducido, mientras que se han duplicado los artificiales, tales como son las presas, lagunas y las tierras irrigadas para cultivos por inundaciones, piscicultura y camaronicultura, entre otras, que para el año de la publicación alcanzaba alrededor de un 12% de los humedales. Esta pérdida ha ido reflejándose en la biodiversidad, al extremo que desde 1970, el 81% de las especies propias de los humedales continentales se ha ido reduciendo y el 36% de los costeros y marinos. (Ibidem. Pág. 7).
La República Dominicana no es la excepción, ya que han desaparecido muchos humedales, otros han perdido considerables áreas y/o perdido su calidad, tanto los del litoral marino como los que pertenecen a tierra firme, por la incidencia de las infraestructuras para la producción (carreteras, drenajes y extracción irracional de agua, entre otras), sobre todo para la producción agropecuaria, en especial los renglones del arroz y la ganadería; así como el crecimiento de las construcciones aceleradas de viviendas y del turismo en todos sus aspectos.
Lo que describe el informe a nivel mundial, lo padecemos nosotros también; el mundo está siendo afectado por la introducción de especies exóticas invasoras, las aguas residuales residenciales e industriales, la erosión de los suelos provocada por la escorrentía; las actividades extractivistas, sin manejo adecuado, como los cortes de madera, agua para diferentes usos, turba y cacería, entre otras extracciones de manera irracional.
Los países desarrollados que fundamentaron su desarrollo durante siglos en la destrucción de humedales, en los últimos 100 años han hecho grandes esfuerzos para conservar tan apreciados recursos, mediante el manejo de los mismos.
Europa y Estados Unidos son ejemplos del manejo y la recuperación de sus humedales,, aunque hay daños que son irreversibles, entonces la recuperación es imposible y la venganza de la naturaleza se hace presente tarde o temprano.
En los casos del estado de Luisiana (Estados Unidos) y en Holanda, en la península Ibérica y otras zonas bañada por el río Danubio (Europa) se ven cambios importantes, ya que por razones económica y ecológica grandes zonas de humedales están protegidas y/o forman parte de la Lista Ramsar.
En la República Dominicana se reproduce lo mismo que ha sucedido con otros humedales de litoral marino y también con los continentales en el mundo; sin embargo, la recuperación de algunos humedales no bebe conducirnos a la apatía y a falta de remediación que, de hecho, ha sido lenta en general y en particular tiene situaciones críticas para llamar la atención de todos.
En el caso que nos toca, los Manglares del Bajo Yuna, parque nacional constituido por ecosistemas de dragos y manglares, estuarios, cenagales, caños, cultivos de pasto y arroz, con unos 121 km² (Ley 202-04), es un humedal, que ha ido perdiendo sus condiciones naturales de manera vertiginosa, acelerado por causa antrópicas, a pesar los esfuerzos que se hacen para su conservación.
Manglares del Bajo Yuna es la zona donde el río Yuna deposita sus sedimentos, suelos erosionados de siete provincias antes de entrar a la bahía de Samaná; y entre las aguas marinas de la bahía y la del Yuna, se forman los ecosistemas mencionados.
A la llegada de los europeos a esta isla hasta los finales de 1700, se pensaba que la península de Samaná era una isla, por la cantidad de humedales existentes entre la parte alta de la provincia y el resto de la isla, ya que era común tener que navegar para llegar a Samaná.
Estuarios, pantanos, ciénegas, tierras turberas unen las bahías Escocesa y la de Samaná. Son los humedales del Refugio de Vida Silvestre Gran Estero (Dec. 571-09) y Manglares del Bajo Yuna, que daban la idea de estar unidas por agua. Muchos de los mapas elaborados hasta los 1800s separaban a la península del resto de la isla.
Todavía en los años 50 y parte de los 60, gran parte de los terrenos comprendidos entre Bajo Yuna y el Bajo Nagua tenían como vía de acceso los caños para sacar la pequeña producción campesina, fundamentalmente arroz, yautía coco y otras producciones de subsistencias.
Los que nacimos en humedales y visitamos las llamadas tierras movedizas o “tembladeras”, donde gente y animales quedaron atrapadas, al punto que muchos animales que caían en una de esas “tembladeras” fueron sacrificados, porque no había yunta de bueyes que pudiera sacarlo.
La ignorancia creaba mitos e historias fantásticas sobres esas tierras movedizas o tembladeras que forman parte de los ecosistemas de ciertos humedales; y nuestros mayores contaban anécdotas de gente atrapada, que fueron liberadas de la muerte por puro milagro; esas creencias se han desvanecido con el tiempo y la modernidad, aunque que a veces pensamos que habría sido útil preservar algunas leyendas sobre las “tembladeras” por el bien de los humedales y de la humanidad.