Tamboril, tierra pródiga de hombres egregios, cumple 100 años de existencia y su historia nos la cuentan árboles centenarios que registran fielmente las huellas del siglo XX, al pie de los cuales se le hará un merecido homenaje a Tomás Hernández Franco y otros hijos ilustres.
Todo árbol es una leyenda viviente, pero existen gigantes verdes que por su forma, su estructura, la edad y la armonía que le imprimen al entorno, se convierten en monumentos naturales, en verdaderas y enigmáticas catedrales de la naturaleza. La figura no se puede recrear verbalmente. Es imposible. Cualquier intento sería en vano a menos que usted penetre bajo su corona y se cobije con el embrujo de su sombra bienhechora, matizada con gotitas de luz que se filtran entre el follaje y las ramas horizontales, inclinadas, sinuosas y verticales que parten de un tronco majestuoso, imponente, que expresa toda la fuerza y el misterio que esconde la madre naturaleza en cada una de sus expresiones.
En Tamboril, como en ninguna otra zona de la región del Cibao, crecen portentosos árboles de samán (Samanea saman), que desarrollan copas redondas extraordinariamente grandes y en forma de sombrilla. Lamentablemente están siendo eliminados para dar paso al desarrollo urbano, a las obras públicas y a las actividades humanas de las más diversas índoles. Una de las motivaciones más grandes del que visita esta tierra, y supongo que debería ser un orgullo para sus moradores, era llegar al centro del pueblo para contemplar estas obras de arte de la naturaleza atrapadas en medio de la trama urbana; sin embargo, casi todos los samanes de las plazas públicas, de los recodos de las calles y los patios de las residencias, ya han desaparecido.
¡Qué lástima que el país no disponga de una ley u ordenanza jurídica que los proteja, como ocurre en otras naciones, ni de una conciencia ciudadana que pueda valorar y salvaguardar estos monumentos naturales, estas catedrales vivientes, cuya longevidad se acerca o rebasa la centuria!, algunos de ellos todavía se encuentran en los portales o los patios de las residencias de familias distinguidas de pueblo-historia, como los Hernández y los Martínez. ¡¿Quién hace justicia por ellos?! Estas festividades de aniversario podrían ser el punto de partida.
DE TAL PALO, TAL ASTILLA
Imagínese usted una campiña al pie de la cordillera y una casita en medio del paisaje, donde el canto de las aves, el vuelo de la paloma y el repicar del carpintero sobre la corteza de la palma se encargan de colocarnos en el escenario parfecto para poder comprender la vida del campo y la armonía que se advierte en medio de una naturaleza no agredida por las virtudes de la civilización: la jungla de concreto y cables parlantes donde felizmente nos hemos enclaustrado.
Los buenos frutos, las sanas y abundantes cosechas, la fronda verde de la arboleda y el árbol en flor son los parámetros que mejor identifican la calidad de la tierra que se cultiva. Lo propio podría decirse del joven sencillo que le echa maíz a las gallinas después del desayuno con un mangú de plátanos y previo a montarse en el caballo que habrá de llevarlo a la zona de cultivo donde enyuntará los bueyes para arar la tierra que habrá de acoger las semillas de auyama, el maíz y la yuca que más tarde llegarán a su mesa y a los mercados para crear la enorme riqueza de la convivencia en paz con Dios y consigo mismo.
JOSé DE JESUS
Eso podría decirse de un campesino cualquiera y que todavía conserva el aroma de campo y añora bañarse cuasi desnudo en el río o subirse a la mata de mango para saborear la esencia que le da sabor a esta fruta maravillosa. Un ejemplo de ello podría ser quien escribe estas notas, pero no una eminencia, de un prohombre y una lumbrera del conocimiento como lo fue José de Jesús Jiménez Almonte, el médico más cualificado y el botánico dominicano más prominente del siglo XX, pero así es y precisamente de él quisieramos resaltar sus extraordinarios aportes al mundo del conocimiento de las ciencias, la medicina, los deportes, el magisterio, la cátedra y de la banca ligada al sistema de ahorros y préstamos.
Es muy poco, por no decir casi nada, todo lo que se pueda decir de un niño prodigio como fue el joven de nuestra historia, proveniente de una distinguida familia campesina, cuyos padres no se sabe si algún día pisaron la puerta de una escuela y si lo hicieron, apenas pudieron recorrer las aulas de la primaria que no pasaba del cuarto curso, que era el nivel más alto que para el 1905 se podía alcanzar en la escuelita de Guazumal – Tamboril, tierra natal de José de Jesús.
Venciendo todas las adversidades y con el linaje de un hombre nacido para hacer ciencia, a lomos de mulo se trasladó a Santiago de los Caballeros, día por día (salvo cortas vacaciones) durante ocho años, hasta conquistar un bachillerato en 1926 con calificaciones nunca antes alcanzadas por alumno alguno. La misma historia repitió en la Universidad Santo Tomás de Aquino (hoy Autónoma de Santo Domingo), hasta sacar su título de Licenciado en Medicina, que era la costumbre de entonces (1931).
Y tan pronto abandonó las aulas como estudiante a ellas regresó para consagrarse a la hermosa tarea de enseñar. Es a partir de este punto cuando comienza una carrera brillante como profesional de bata blanca y de recolector de plantas, que lo llevó a recibir los reconocimientos, títulos y honores más exaltados recibidos por dominicano alguno en las universidades nacionales y extranjeras como la Autónoma de Santo Domingo (su Alma-mater), Católica Madre y Maestra, Técnológica de Santiago, Nacional Pedro Henríquez Ureña y Texas A & M, en cuyo herbario (el Tracy Herbarium) existe una sección denominada ‘‘Jiménez Herbarium’’.
BOTáNICO INSIGNE
Rafael M. Moscoso, padre de la botánica dominicana y su profesor fuera de las aulas, al dar las gracias a los herborizadores que más le ayudaron a la preparación de su obra maestra, ‘‘Catalogus Florae Domingensis’’, se refiere a José de Jesús con estas palabras: ‘‘El autor desea expresar aquí su agradecimiento a su querido discípulo y amigo, el joven médico y botánico Dr. José de J. Jiménez, quien ha contribuido a la preparación de este trabajo con el envío de numerosas plantas colectadas por él en sus viajes profesionales por el Cibao y que acompañó al autor en sus exploraciones por las provincias de Santiago, Montecristi y Puerto Plata, ayudándole en la determinación de numerosas especies, y le comunicó muchos nombres vulgares que figuran en esta obra’’.
Pero lo que hacía y hace más grande a José de Jesús Jiménez Almonte, es su humildad y modestia, pues su publicación botánica, con tanto méritos como la de Rafael M. Moscoso, la publica una universidad italiana (Padua) bajo el título ‘‘Suplemento No. 1 al Catalogus Florae Domingensis’’ y se la dedica con las siguientes palabras a la memoria de su ‘‘querido e inolvidable maestro y amigo R. M. Moscoso, primer dominicano que investigó y estudió profundamente nuestra flora (homenaje de veneración y gratitud)’’.
Nadie sabe a ciencia cierta cuál era su mayor preparación como profesional, la de médico de carrera o la de botánico por vocación. En ambos casos hizo aportes tan originales que le han merecido todos los reconocimientos posibles en círculos académicos e investigación de prestigio nacional e internacional. Co-fundador y posteriormente presidente de la Asociación Médica de Santiago en 1941, de la Sociedad Dominicana de Botánica en 1973 y de la Academia de Ciencias de República Dominicana en 1974.
APORTES CONCRETOS
Sus colecciones botánicas no solo engalanaron su herbario particular (que llegó a contener 20,245 especímenes – el más grande de los herbarios privados del país), sino que todavía enriquecen las colecciones de universidades, centros de investigación y herbarios de todas partes del mundo, incluyendo a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (miembro honorífico del Instituto de Investigaciones Botánicas de esta alta casa de estudios), la Universidad Texas A&M (cuyo herbario tiene una sección bautizada con su nombre) y herbarios europeos.
En 1952 hizo su primera publicación botánica bajo el título ‘‘Plantas Nuevas para la Ciencia, Nuevas para la Hispaniola y Nuevas para la República Dominicana’’. Durante decenios ostentó (a nivel honorífico), el cargo de taxonomista de la UASD. En 1959 representó al país en el IX Congreso de Botánica celebrado en Montreal – Canadá, donde presentó su trabajo ‘‘A New Catalogue of the Dominican Flora’’. En 1960 publicó su trabajo ‘‘Novelties in the Dominican Flora’’ en la prestigiosa revista ‘‘Rhodora’’ de Estados Unidos. En 1961 produce su trabajo ‘‘Lista de Nombres Vernáculos que no figuran en la obra de Moscoso’’. Al año siguiente dio publicidad en la revista botánica ‘‘Phytología’’ a la segunda parte de su trabajo ‘‘Novelties in the Dominican Flora’’. En 1964 representa nuevamente a República Dominicana en el X Congreso de Botánica celebrado en Edimburgo – Escocia, misión que volvió a desempeñar en 1969 durante el XI Congreso de Botánica en Seatlle – Estados Unidos.
Hay quienes afirman que sus aportes fueron mayores en el campo de la medicina, descubriendo enfermedades nunca antes reportadas y haciendo publicaciones originales de investigaciones emprendidas y conducidas por el mismo. Sus trabajos en el campo de la medicina fueron reconocidos tanto en el país como en el exterior, mereciéndole todos los títulos y distinciones posibles, entre los que cuentan ‘‘Médico Distinguido’’ (Asociación Médica Dominicana), ‘‘Doctor Honoris Causa’’ (Universidad Católica Madre y Maestra), ‘‘Profesor Emeritus’’ (Escuela de Medicina del Hospital Regional José María Cabral y Báez), ‘‘Magister Populi o Maestro del Pueblo’’ (Universidad Tecnológica de Santiago), ‘‘Maestro de la Medicina Dominicana’’ (Asociación Médica Dominicana), ‘‘Profesor Honorífico’’ (Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña) ‘‘45 Años de Limpio Ejercicio Profesional de la Medicina’’ (Rotary Club) y ‘‘Médico Prominente y Primer Botánico Dominicano’’ (Dr. Massett Maguire, Director Emeritus Botanical Garden of New York).
De la sociedad civil recibió todos los reconocimientos posibles para un hombre de ciencias y ante todo humano, sencillo y humilde, entre los que cuentan ‘‘Socio Meritorio’’ de la Sociedad Dominicana de Botánica; ‘‘Contribuyente Meritorio al Ajedrez de Santiago’’ como reconocimiento a su hazaña de campeón nacional de esta disciplina en 1940; el ‘‘Premio Nacional de Ciencias ’1980’’ de la Academia de Ciencias de la República Dominicana; ‘‘Pionero del Estudio de la Flora Dominicana’’ (Escuela Dominicana de Agroquímica) y ‘‘Protector de la Naturaleza’’ otorgado por el Instituto Dominicano de Bio-conservación como reconocimiento a sus esfuerzos para que el Pico Diego de Ocampo fuese declarado como ‘‘zona vedada’’ en los años ’60.
El reconocimiento a este hombre que sin proponérselo supo colocarse por encima de la estatura humana, llegó hasta el Presidente de la República Dr. Joaquín Balaguer, quien le hizo dos distinciones durante sus mandatos. El primero lo hizo personalmente condecorándolo con la máxima distinción de la orden ‘‘Duarte, Sánchez y Mella’’ en el Palacio Municipal de Santiago y luego creó la ‘‘Reserva Biológica Dr. José de Jesús Jimenez’’ en 1996, elevándole la categoría de área protegida que ostentaba hasta entonces el Pico Diego de Ocampo.
Un número indeterminado de plantas endémicas de República Dominicana y de la Isla de Santo Domingo han sido bautizadas en su honor y durante su existencia fue miembro de 20 organizaciones profesionales en los campos de la medicina y la botánica, incluyendo la Sociedad de Medicina Interna de Berna – Suiza. Políglota, deportista, campesino, intelectual ilustre y catedrático de alta calificación. Ese señor respondió al nombre de José de Jesús Jiménez Almonte, del cual esta tierra y todos los dominicanos debemos sentirnos orgullosos.
Por Eleuterio Martínez
Publicado originalmente en el Listin Diario del 23 de Mayo 2000
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