El muelle La Perla es una antigua estación de tren, que se erigió hacia la década del 1880, para transportar guineo, cacao, café y otros frutos que se producían en el litoral costero y comunidades, desde Sabana de la Mar hasta la provincia María Trinidad Sánchez.
Hoy, 139 años después, es un lugar frecuentado por turistas y científicos. Es una referencia para practicar el “orniturismo”, por la diversidad de aves costeras y endémicas que se anidan en la zona.
Los Haitises es calificado como un destino paradisíaco, que cada vez se hace más perceptible, por lo bien promocionado que está en el campo turístico.
Los turistas viven enamorados de la tupida vegetación, de las cavernas y ríos y de la fauna endémica pero para conocerlo hay que visitar el muelle de La Perla, un monumento de hierro y capiteles, que ha aguardado más de 135 años y es un lugar de recreo de aves.
Es un lugar para rememorar la gran producción de banano, cacao, café que se desarrolló en Sabana de la Mar, El Valle y Samaná.
Los pilotillos son de hierro macizo. Sirven ahora de descanso de aves y allí acuden turistas y fotógrafos de la naturaleza.
Es, sin quizás, el lugar más fotografiado y filmado de toda la ensenada, por su singular estructura y lo atractivo que es observar aves como pelícanos y alcatraces. También para hacer siesta sobre el hierro y ver las aves volar, escuchando sus chillidos o sus trinos.
En honor a la vieja estructura, se designó “La Cueva del Ferrocarril”, considerada como la que contiene el mayor número de pictografías en el país. Habría sido descubierta por Louis Alphonse Pinard, en 1881, pero Herbert Krieger la asienta en un escrito de 1928 con el nombre de “Cueva del Ferrocarril”.
El muelle de La Perla se ha convertido en asiento perenne de aves costeras, que ni se inmutan con la presencia humana.
Su atracción y belleza resultan más cautivadoras por el fondo que da el bosque de las cadenas de montañas del parque, la quietud del agua y los espectaculares vuelos de pelícanos y tijeretas. La historia recoge que esta zona es un cementerio de barcos.
Se dice que en ese lugar el pirata Cofresí hundió su propio navío cuando se vio sin escapatoria por el asedio de los barcos españoles. Su barco se hundió en Punta Gorda repleto de tesoros, pero hasta el día de hoy no se ha hallado ni al navío ni a los tesoros.
Otros atractivos
En las inmediaciones de la vía ferroviaria, hay cavernas que poseen importantes dibujos y esculturas de los indios taínos que también las usaban como cementerio.
Por los sondeos hidrográficos que se han hecho tanto de la bahía de Samaná como de la de San Lorenzo se sabe de la abundancia de tiburón, pez espada, manatíes y delfines, que alegran la vista del visitante con sus saltos fuera del agua.
Para conocer la antigua vía ferroviaria es necesario entrar por la carretera acuática-ecológica del río Caño Hondo, un impresionante lugar compuesto por agua y mangles rojos.
Una vez sale del caño y se entra a la bahía San Lorenzo, se observa otro mundo ecológico, compuesto por los cayos dispersos como azucenas, forrados de arbustos, donde coexisten miles de aves marinas y nativas.
Desde que se sale del caño de agua dulce y se topan las aguas de la apacible bahía, solo basta mirar hacia la izquierda para comenzar a ver el esqueleto de hierro, que ahora atrae turistas, pero que en el siglo XIX y XX formó parte del soporte económico entre las zonas Este y el Norte del país.
Historia
Hacia el año 1869 el gobierno dominicano otorgó la primera concesión para el establecimiento de un ferrocarril que unía Samaná y Santiago. Se anexó entonces la construcción del muelle La Perla en la confluencia de las bahías de San Lorenzo y Samaná.
Tuvo operaciones en 1888, convirtiéndose para esa época en el principal medio para exportar la producción agrícola de la zona Este y el Cibao.
El guineo, café y cacao eran los productos que más se producían en la época.
El ferrocarril era administrado por ingleses y escoceses. Dejó de operar alrededor de 1966.