MADRID. Las selvas son los grandes ‘pulmones’ del planeta pero no los únicos; en el océano, los pastos marinos juegan un papel esencial en la captura de dióxido de carbono (CO2).
Ahora, un estudio advierte de que su protección es determinante, no solo para combatir el cambio climático, sino para no acelerarlo aún más.
El trabajo, publicado este lunes en Nature Climate Change, ha sido liderado por investigadores del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (ICTA) de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB, España) y de la Edith Cowan University (ECU), de Australia.
La vegetación de los humedales, como pastos marinos, manglares o salinas, ocupa solo cerca del 2 por ciento de la superficie de los fondos marinos de todo el mundo pero son responsables de la mitad de la transferencia de carbono a los sedimentos oceánicos.
Este carbono, llamado carbono orgánico o carbono azul, es el dióxido de carbono capturado y almacenado por estas plantas durante miles de años.
Para determinar mejor el valor de estos ecosistemas, hace cinco años, varios centros de investigación australianos pusieron en marcha el ‘Coastal Carbon Cluster’, un proyecto liderado por el investigador español Carlos Duarte, que pretende calcular cuánto carbono orgánico almacenan los ecosistemas marinos de este país, donde se encuentra la bahía Shark Bay, Patrimonio de la Humanidad por su gran valor ambiental y ecológico.
De hecho, con sus 4,300 kilómetros cuadrados de praderas, Shark Bay es el ecosistema de pastos marinos más grande del mundo y contiene el 1,3 por ciento de todo el carbono orgánico de los pastos marinos. “Es lo que llamamos un ‘hot spot’ de secuestro de carbono”, explica a Efe Ariane Arias-Ortiz, primera autora del trabajo.
Y es que al igual que otras plantas, estos pastos marinos hacen la fotosíntesis y absorben y almacenan CO2.
Pero en el verano de 2010, Shark Bay se vio afectada por una ola de calor marina sin precedentes que subió la temperatura del agua casi 4 grados centígrados por encima de la media durante dos meses.
A consecuencia del evento climático, los pastos marinos de la bahía australiana (formada principalmente por Amphibolis antarctica) se vieron muy afectados: algunas zonas perdieron el 90% de la masa vegetal pero, en conjunto, se calculó que más de un tercio de los pastos densos se había degradado (el 22% desapareció y el 9% de las praderas densas se convirtió en pastos muy poco densos).
“Cuando se produce un hecho como el de Shark Bay, no solo se pierden las praderas como sumideros de CO2, sino que el carbono acumulado durante miles de años se libera a la atmósfera en forma de dióxido de carbono durante la descomposición de la materia orgánica almacenada en los suelos de las praderas”, advierte el investigador de la ECU y coautor del trabajo, Oscar Serrano.
Para el estudio, los científicos tomaron muestras de los sedimentos marinos en más de 50 localizaciones de Shark Bay y, usando un modelo de cálculo similar al publicado por Catherine Lovelock, de la Universidad de Queensland, calcularon las emisiones de CO2 que este ecosistema liberó tras la ola de calor.
Determinaron que la pérdida de las praderas marinas habría liberado a la atmósfera unos 9 millones de toneladas métricas de CO2, el equivalente a la producción anual de emisiones de 800,000 hogares, dos centrales eléctricas de carbón o 1,6 millones de automóviles durante un año.
Así, el estudio concluyó que, pese a ser uno de los enclaves más protegidos del planeta, la ola de calor tuvo un impacto tremendo sobre este ecosistema, que desde entonces, ha emitido a la atmósfera todo el dióxido de carbono que había capturado en el último siglo.
“El cambio climático es un fenómeno que afecta a todos los ecosistemas, por eso es tan importante intentar aplicar medidas de conservación como prevenir estos impactos porque las emisiones que liberan con la destrucción de estos hábitats son mucho mayores que los secuestros que proporcionan anualmente”, puntualiza Arias-Ortiz.
EFE / Diario Libre