Son plantas inofensivas, pero manifiestan una agresividad inusual, con una capacidad de reproducción que asombra al más incrédulo. Es muy difícil encontrar en el reino vegetal otra planta que la supere en cuanto a su capacidad de supervivencia, pues se reproduce tanto por medios sexuales como asexualmente, sobre todo, por este último mecanismo, pues hasta donde conocemos, tiene tres o cuatro métodos de reproducción, particularmente por fragmentación, pues cualquier pedacito de planta, cualquier hoja o parte del tallo y hasta fragmentos de sus raíces, se puede convertir perfectamente en otra planta.
También se propaga por gemación o mejor dicho, por rebrotes o yemas que proliferan de un mismo tronco, por estructuras radiculares o cualquier modificación de su estructura corporal. En otras palabras, ninguna otra planta acuática puede colonizar y cubrir más rápidamente un estanque, un reservorio, un charco, un estuario, una laguna, una presa o cualquier cuerpo de agua que esté siendo contaminado, como lo hacen las lilas o »jacintos de agua». Sin embargo, no pueden habitar en aguas fluviales, frescas ni limpias, por la sencilla razón de que no encontrarían con qué alimentarse, no tendrían oficio o función que desempeñar.
Por lo general no le hacen daño a nadie, ni compiten, ni desplazan a ninguna otra planta acuática, porque su hábitat natural, vale decir, su hogar preferido, es un ambiente acuático altamente contaminado, donde la vida se hace imposible o insoportable para la mayoría de los organismos acuáticos. Es decir, entre más sucia está la casa, cuanto mejor, porque viven precisamente para limpiar el ambiente, para transformar la inmundicia en sanidad, para devolverle al ecosistema las fuerzas perdidas a causa de la contaminación o la degradación acentuada por las descargas de sustancias tóxicas.
Tampoco se le puede acusar de que ocupa o compite por el nicho ecológico de otras plantas que pudiesen vivir en el agua como ella, porque sus hábitos alimenticios son tan especializados que le permiten consumir elementos que para la mayoría de los organismos biológicos resultan sumamente tóxicos, es decir, letales para cualquier forma de vida. En otras palabras, su profesión o todo lo que ella hace para sobrevivir o para habitar en un determinado lugar, no entra en contradicción con los procesos vitales de otros organismos que potencialmente podrán hacer las mismas demandas ambientales. Antes, por el contrario, como habitan en colonia (una sola especie que cubre todo el entorno), le permite avanzar progresivamente en todas las direcciones, sin tener que desplazar a nadie, pues está cubriendo un medio hostil para la vida. De ahí que su presencia se impone siempre que haya contaminación o presencia de sustancias extrañas en el agua.
Producción de oxígeno
Todo esto nos deja entrever que lejos de ser un problema, el »jacinto» es la mejor solución a la problemática de la contaminación de las aguas. Pero aún más, el gran aporte de esta planta maravillosa al medio ambiente en que se desarrolla consiste en la gran producción de oxígeno libre para los organismos que logren sobrevivir en tales condiciones. La cantidad de oxígeno molecular que producen es de tal magnitud que es mil veces superior a la que puede hacer el plancton (microorganismos fotosintetizadores que flotan sobre las aguas), cuya acción es bastante limitada en el río Isabela por la gran cantidad de aceites e hidrocarburos que cubre las aguas desde el puente Presidente Peynado de la Máximo Gómez hasta su confluencia con el río Ozama y luego hasta el mismo puerto de Sans Soucí.
Desde todo punto de vista, la presencia del jacinto en el Isabela (que es donde existe en mayor proporción) y en todas las lagunas que existen en los humedales tanto del Isabela como del Ozama, es una respuesta ecológica de la naturaleza a la alta contaminación reinante, para tratar de suministrar oxígeno libre al medio acuático y restablecer los procesos biológicos naturales que se simplifican al máximo debido a los altos niveles de degradación. El papel ecológico esta planta todavía resulta más relevante si consideramos que al mismo tiempo que libera oxígeno por sus raíces (profusamente desarrolladas y en forma de trampa natural), también captura o atrapa los metales pesados presentes en el ambiente, los asimila y los convierte en »quelatos», es decir, en una sal organometálica que las alimenta haciendo inocuos a los metales pesados. ¿Qué le parece!
Los metales pesados como el plomo y el cadmio por ejemplo, que abundan en las aguas de estos dos ríos y que provienen principalmente de los efluentes industriales y de los cementerios de chatarras y atracaderos de barcos de carga (dos en el Isabela y tres en el Ozama), son altamente lesivos para la salud humana. Su peligrosidad es difícil de determinar, basta con señalar que muchos de ellos son embriotóxicos (pudiendo interrumpir el embarazo de cualquier mujer o animal superior en estado de gestación), otros crean enfermedades degenerativas y hasta pueden llevar a la muerte cuando el contacto es prolongado. En este caso, las lilas nos libran de este problema al convertir los metales pesados en su alimento favorito. Entonces, ¿de qué se acusa a las lilas?, ¿en qué consiste el problema?, ¿por qué se las quiere eliminar?
Un desagravio para la reina del Ozama
La lila es una planta maravillosa que, contrario a la razón o al entendimiento común, vive y se desarrolla en ambientes altamente contaminados, a los cuales limpia y les devuelve sus fuerzas originales
Las lilas no han participado en ningún concurso de belleza, pero a nadie le cabe duda de que son las reinas de los ambientes acuáticos tropicales altamente contaminados. Son comunes en los estuarios de los principales ríos que reciben cargas significativas de efluentes contaminados al pasar por las ciudades, atravesar campos de cultivos o recibir descargas industriales o simplemente de aguas servidas.
Su presencia en cualquier ecosistema acuático es una respuesta biológica a la contaminación porque es casi imposible que pueda habitar un cuerpo de agua completamente limpio. El papel ecológico que desempeñan es ampliamente conocido en los círculos académicos y de investigación, pues hace más de un siglo que se viene manejando y estudiando los métodos de control para regular su desarrollo en ambientes utilizados por el hombre en diferentes actividades.
Lo único cierto de todo ello es que una vez que las lilas invadieron o se instalaron en un ambiente determinado, es muy difícil que se puedan eliminar por completo, por lo que necesariamente hay que convivir con ellas. De ahí que en los sitios donde se ha alcanzado mayores éxitos, son aquellos en que se ha establecido el »manejo integrado» de la Eichornia crassipes (su nombre científico), combinando métodos de control biológico (animales herbívoros), químico (aplicación de sustancias que limitan su desarrollo) y físico (acciones mecánicas de diferentes tipos); pero ninguno de estos mecanismos por sí solos pueden acabar con ella.
Además, ¿por qué se tienen que eliminar las lilas si ellas forman parte de la solución al problema de la contaminación? De hecho, ellas jamás constituyen un problema en sí mismo y mucho menos para la naturaleza que precisamente las utiliza como un mecanismo homeostático para tratar de restablecer las condiciones originales de un ambiente que ha sido severamente agredido o afectado por la degradación bioquímica y biofísica, en todo caso, por la intervención humana.
Los conceptos más elementales de ecología nos indican que las lilas son plantas pioneras que colonizan un ambiente acuático para crear las condiciones necesarias para que el mismo recupere el estado de equilibrio que le caracteriza en condiciones normales. Sería ilógico pensar que su presencia interfiere, daña o afecta negativamente a las especies y procesos biológicos esenciales que imperan en el ecosistema que colonizan como parte de su engranaje vital.
El pecado de las lilas
El único pecado de la lila es ser una planta exótica y en su caso en particular, habría que ver hasta donde le sirve ese traje o le cabe tal categoría, porque ella más bien es una planta »cosmopolita» en las regiones tropicales del planeta. Es decir, no se puede decir que es extraña, alóctona o desconocida, porque precisamente su situación es todo lo contrario, aparece en cualquier recodo, meandro o ensenada de un río contaminado, en cualquier laguna, al borde de un pastizal y en cualquier cuerpo de agua cercano a un campo de cultivo donde se vierten agroquímicos con regularidad.
Pero vamos a aceptar que es cierto que son exóticas, raras o ajenas a los ambientes acuáticos dominicanos, pues se estima que llegó al país como planta ornamental posiblemente en los años 50. Se especula que un miembro de la familia Trujillo la llevó a un acuario en la comunidad de Haina, de donde pudo escapar al medio ambiente y colonizar las fuentes de agua existentes en diferentes puntos de la ciudad capital y del interior.
De ser así, ya tiene medio siglo residiendo en República Dominicana. En ese tiempo, ¿cuál es el problema que le ha causado a las especies nativas de ambientes acuáticos, pues hasta donde se sabe, ellas no invaden hábitats de otras especies vegetales, no saben competir pues siempre habitan en colonias, no desplazan a nadie porque su nicho alimenticio es tan especializado que ninguna otra planta puede consumir libremente la cantidad y magnitud de elementos contaminantes que ellas utilizan para sobrevivir?
Se ha visto que las lilas se desarrollan mejor cuanto más contaminada está el agua en que flotan, que asimilan los peligrosos metales pesados y lo convierten en sales orgánicas o biogénicas que le permiten vivir, conviertiéndose en un problema gravísimo para la salud humana en una fuente de vida para ellas mismas y para las demás especies que pueden colonizar nuevamente el ambiente cuando ellas lo limpien y creen las condiciones necesarias para que la vida vuelva.
También se conoce que las lilas son extremadamente productoras de oxígeno durante sus procesos fotosintéticos. Ese oxígeno, el cual liberan normalmente por las raíces en un fenómeno muy especial en el mundo vegetal, se disuelve en el agua quedando disponible para las formas de vida que ansiosas lo esperan, pues si logran sobrevivir, es en un estado casi de anoxia total (ausencia de oxígeno), pero su situación se puede transformar completamente por una vida rica en oxígeno gracias a estas plantas.
Así es que, desde cualquier ángulo que se mire, las lilas constituyen una fuerza restauradora de la naturaleza, por lo que lejos de intentar su eliminación, se debe potenciar para que nuestros intereses y aspiraciones se inserten en los procesos ecológicos y al final sean satisfechos mediante las acciones y verificaciones de la naturaleza y del respeto al medio ambiente, trayendo como resultado nuestro bienestar, el cual se sustentaría en una base sólida y perdurable en el tiempo.
El problema ambiental
Para el caso de los ríos Isabela y Ozama, ¿cuáles son los cargos que pesan sobre ellas?, ¿por qué se les quiere eliminar?, ¿a quiénes molestan realmente? En su comunicado de prensa del 25 de noviembre del año en curso, la Autoridad Portuaria Dominicana dice con toda propiedad y a nadie le cabe dudas de que así es, que los problemas de la contaminación del Isabela y el Ozama se pueden verificar en base a tres parámetros: físico-químico-biológicos a saber:
1.- La carencia de oxígeno disuelto (O2), elemento vital para la biodiversidad.
2.- La presencia de elementos químicos orgánicos e inorgánicos, algunos altamente tóxicos, como los metales pesados, hidrocarburos, etcétera, producto de los residuos industriales, chatarras de barcos, descargas de aguas negras domésticas y residuos agroquímicos.
3.- Los elevados niveles de sólidos en suspensión y sedimentales, producto de la erosión en la cuenca alta.
Como hemos visto, la lila ataca directamente los dos primeros y hasta el momento no existe tecnología en el mundo que pueda resultar más eficiente que ellas para resolver estos dos problemas. El tercer el factor se combate únicamente evitando la deforestación y restaurando la cobertura vegetal donde quiera que falte en la cuenca hidrográfica, además de que es el tipo de contaminación más inofensivo para el desarrollo de las actividades humanas, aunque afecta indirectamente el aspecto físico de las aguas y la vida que en ella se desarrolla. No obstante y aunque en menor proporción, el sistema radicular profuso y pluriestratificado de las lilas se convierte en una trampa natural para los sedimentos que también utiliza en su alimentación.
Una falacia
Dos cosas que se afirman en el citado documento publicado en los principales periódicos de circulación nacional, carecen de validez científica o técnica. No es cierto que las lilas impiden el proceso de fotosíntesis necesario para la biodiversidad, todo lo contrario (nunca el plancton -protofitas- podrá tener la misma capacidad de fotosintetizar que una planta cuya misión primaria es precisamente esa). Tampoco se puede alegar que las lilas penetran y dañan la escollera de los barcos, pues ellas son plantas flotantes (no sumergibles), cuyas raíces no pasan de los dos o tres pies de profundidad, mientras que los motores de los barcos, aún estando vacíos, se encuentran a profundidades superior a los cinco pies.
La verdad no puede torcerse sin que nuevamente no salga y se presente hecha y derecha, tal como es y a los ojos de todo el mundo. El retoricismo técnico podrá vestir momentáneamente a la mentira, pero como ella siempre anda con harapos, por los hoyos se le alcanza a notar su pobreza y carencia de sustentación.
EL GLIFOSATO COMO MANJAR CIENTíFICO
Se acaba de realizar un encuentro técnico en la Academia de Ciencias de la República Dominicana en el cual se ventilaron varios asuntos relacionados con la problemática de la contaminación de los ríos Ozama e Isabela, razón por la cual las lilas o más bien, el »jacinto de agua» entra en escena. No puedo ocultar la satisfacción personal de ver a mis dos antiguos profesores del Instituto Superior de Agricultura, Julián de la Rosa y Fernando Fernández (dos distinguidos profesionales a quienes admiramos y respetamos) intercambiar apreciaciones y diferir elegantemente las ideas encontradas.
Allí quedó claro que la Asociación Portuaria Dominicana (APORDOM) no ha comprado »ni se apresta a esparcir yerbicida alguno para eliminar las lilas de estos dos ríos» (como expresáramos en nuestro trabajo anterior). Esa es »una posibilidad» entre varias opciones más, las cuales están siendo debidamente analizadas y sopesadas antes de su implementación. Muy buena la exposición de la delegación de APORDOM, sin embargo, muchas interrogantes se quedaron sin respuesta (porque sencillamente no la tienen o porque todo el mundo la conoce).
En cuanto al »glifosato», el Equipo Ambiental de la Academia de Ciencias ha logrado reunir una base técnica e informativa bastante amplia y que se pone al alcance de todo aquel que la necesite. Lo más relevante de todo ello es que el glifosato mueve un comercio que involucra más de 1,200 millones de dólares anuales en el mundo, es un herbicida de amplio espectro, potentísimo, el octavo herbicida más usado en la agricultura de Estados Unidos y el segundo más empleado para usos no agrícolas. Está en camino de dominar al mundo según sus estrategas de venta.
No es cierto que sea tan inofensivo como se pinta, pues su uso, camino al abuso, no solamente mata las malas hierbas, sino a los propios cultivos, salvo aquellos »genéticamente modificados» (posiblemente la peor amenaza para la humanidad en el nuevo milenio), además de que representa »grandes riesgos ecológicos y para la salud humana», sin tomar en cuenta los efectos menos espectaculares, los cuales solamente se reflejan en el tiempo y de manera difusa. En este sentido, una colaboración de Arturo Russell (profesor y director de la cátedra y programas de post-grado en Ecología y Ciencias Ambientales de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra), publicada por LISTíN DIARIO, nos dice, citando el libro »Biotecnología Agrícola y Medio Ambiente»: »Lo que realmente se desconoce sobre los herbicidas… son los efectos sobre la salud de la exposición crónica de bajas dosis. La mayor parte de las investigaciones sobre los efectos a largo plazo de los pesticidas han enfatizado los riesgos cancerígenos y han puesto poca atención a sus efectos neurológicos, inmunológicos, embriológicos y reproductivos. Aún para herbicidas relativamente bien estudiados, la evidencia suele ser difícil de interpretar, hasta por los expertos».
Russell termina haciendo la siguiente observación: »La conclusión es que en la actualidad no tenemos las herramientas para evaluar correctamente el riesgo de la exposición a largo plazo de muchas sustancias químicas, incluyendo los herbicidas. La prevención y la precaución deberían primar en este caso.»
Cita: Los agroquímicos (herbicidas, plaguicidas y fertilizantes) se mencionan como una de las causas de la alta contaminación de los ríos Isabela y Ozama.
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