Desde las aguas heladas del Ártico hasta las tropicales del Caribe o las amables del Mediterráneo, mares y océanos del mundo enfrentan los mismos problemas de destrucción de biodiversidad, contaminación y sobreexplotación, a los que la COP25 tratará de hacer frente con medidas concretas.
Pese a la inmensidad de la superficie cubierta por las aguas marinas, cerca del 70 % del planeta, su equilibrio es cada vez más difícil, con riesgos crecientes como los incrementos de nivel y temperatura, que en 2018 alcanzaron cifras récord, según datos de la Organización Meteorológica Mundial.
Mediterráneo
Prueba de la fragilidad de estos ecosistemas es la reciente catástrofe ecológica del llamado Mar Menor, parte del Mediterráneo ubicado en el sureste de España, donde el pasado mes de octubre aparecieron toneladas de peces muertos tras un episodio de lluvias torrenciales.
La combinación del agua dulce y el vertido indiscriminado durante decenios de sedimentos y restos orgánicos procedentes de la agricultura intensiva y de una costa fuertemente urbanizada, colapsó a flora y fauna tras dejarla literalmente sin oxígeno y convirtió la zona en un mar “más que moribundo” según definición de Jordi Camp, investigador del Instituto de Ciencias del Mar-CSIC de España.
Instituciones como la Unión por el Mediterráneo o el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente han alertado de que su cuenca registró un aumento de temperaturas de 1,5 grados respecto a la era preindustrial y prevén que en los próximos años sufra cada vez más olas de calor, más sequías y también más lluvias torrenciales, todo lo cual derivará en efectos socioeconómicos y medioambientales graves.
Ártico
En casos como el Ártico, el calentamiento en principio no debería ser tan negativo, ya que la reducción de hielos mejoraría las rutas de navegación y facilitaría la explotación de los recursos naturales, aunque ello puede generar conflictos por el control de esos recursos.
Las modificaciones climáticas traerán consigo además otros problemas como el derretimiento del permafrost, la capa de suelo permanentemente congelada sobre la que se asientan edificios, carreteras e infraestructuras, que debido al ablandamiento de los suelos, resultarán seriamente dañadas y hasta destruidas.
Otros mares fríos
Otros mares fríos, como el Báltico o el Mar del Norte sufren problemas de contaminación de metales pesados, contaminación por tráfico marítimo, sobreexplotación pesquera o una presencia desmesurada de parques eólicos y plataformas petroleras que, según el Consejo Internacional para la Exploración del Mar (ICES), ha puesto a especies como el bacalao al borde del colapso.
Ello, sin olvidar la eutrofización o acumulación de residuos orgánicos ricos en nitratos y fósforos procedentes de la agricultura, que provoca la proliferación de algas -que a su vez acaban con el oxígeno- o la proliferación de especies invasoras que, gracias a un clima menos frío, son ahora capaces de instalarse en el ecosistema y desplazar a las locales.
Caribe
Mares con temperaturas más elevadas como el Caribe, presentan problemas similares de contaminación por los desarrollos costeros: aguas fecales, plásticos, residuos agrícolas y químicos o vertidos petroleros están desquiciando un ecosistema bajo en nutrientes que hasta ahora ha sobrevivido en frágil equilibrio pero se encuentra muy amenazado.
Sucede por ejemplo con los corales, que por esta causa padecen la enfermedad conocida como el síndrome blanco que sólo en México ha destruido en torno al 40 % de esta especie.
En la COP25, la Unión Europea intentará ser ejemplo de conservación marina con normativas como la Política Pesquera Común, que busca desterrar la sobreexplotación pesquera, o la Directiva sobre Estrategias Marinas cuyo objetivo es que los mares alcancen el denominado Buen Estado Ambiental para el año próximo.