Por: Evelin Germán
República Dominicana, tierra de exuberantes paisajes naturales, atractivas playas, inigualables monumentos históricos, rica en flora y fauna, es una nación donde reina la versatilidad, la creatividad artística y el carisma de su gente que con su inconfundible gastronomía hace que sea uno de los destinos preferidos por los turistas. Esta isla, compuesta por un pueblo amante del béisbol, rico en creencias y tradiciones, alberga en sus entrañas las impresionantes Cuevas del Pomier o de Borbón, como una joya de Latinoamérica repleta de intrigantes e inauditos tesoros artísticos aborígenes.
Estas cavidades fueron descubiertas en 1849 por el cónsul y antropólogo Sir Robert Shomburgk, y no fue hasta 1951 cuando se reportó por primera vez y posteriormente declarada patrimonio antropológico de la humanidad por poseer una formación geológica única en el país y muy poco frecuente en el mundo.
Esta reserva antropológica, también fue declarada Monumento Nacional mediante la Ley 492 en el año 1969 durante el gobierno de Joaquín Balaguer.
En estas catacumbas se conservan más de seis mil pictografías y petroglifos, siendo considerada uno de los más importantes patrimonios antropológicos del globo terráqueo. A estas cavernas acuden muchos turistas por la intrigante historia que guarda y por el incalculable valor arqueológico que posee.
Estas cuevas son un conjunto de cavidades que crean un medio ambiente subterráneo formado hace millones de años y que sirvieron , a los primitivos pobladores indígenas de la Hispaniola, como refugio contra las fuerzas de la naturaleza y también las usaban como centro de manifestación de su cultura y religiosidad. Por eso a cada paso se observan las impresionantes pinturas, petroglifos que han quedado incrustados como una muestra fehaciente de la existencia de una población obligada a desaparecer por el fuerte paso de la civilización.
Llamada “la capital prehistórica de las Antillas” y ubicada en el paraje Borbón, las admirables cuevas del Pomier llevan consigo, en cada una de sus estructuras arqueológicas, costumbres y tradiciones de una raza extinguida.
El nombre de Pomier, según el espeleólogo Domingo Abreu Collado, surgió a raíz de una visita que hicieran los franceses a la zona, en la que encontraron el mamón, una fruta típica de Francia que por su parecido, lo confundieron con la manzana (Pomier en francés), y es el nombre que lleva hasta el día de hoy.
Abreu Collado cuenta que cada una de estas salas se caracteriza por alguna particularidad, por ejemplo, en una de ellas fueron hallados restos de animales, grandes herbívoros que existían en la isla hace miles de años, y que fueron removidos de la cavidad como son arocnus, dontrigonus y mesocnus.
Mientras, otra de las salas era una especie de centro de adoración al dios de la lluvia, a quien los taínos pedían para que lloviera.
Cualidades
El hábitat donde subyacen estas valiosas artes indígenas es inigualable y sublime, a tal punto, que hace que sus visitantes se sumerjan en una inexplicable y excitante experiencia aborigen al entrar en contacto con su entorno.
Del cuidado de las cuevas se encarga el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, organismo que creó una oficina en sus proximidades para el control de visitantes. Del 9 al 13 de octubre se realizará el primer festival cultural indígena, para nutrir con el exquisito pan de la historia indígena, a aquellos ciudadanos que desconocen la existencia de fragmentos artísticos de una raza que hoy en día solo es historia.
Historia
Estas cuevas contienen más de seis mil pictografías y petroglifos que han sido divididas en cuatro salas, entre las que están la de los grandes edentados, la de Boinayel, la de Cohoba y la de los grandes bloques.
Los taínos realizaban ritos espirituales como la Cohoba, al que le fue dedicada una de las cuevas, donde se encuentran múltiples dibujos que dejan ver en qué consistían los mismos.
En 1971, la Ley 123 sobre minería canceló todas las concesiones mineras que se habían autorizado en la zona. En 1993 se incorporaron las importantes Cuevas del Pomier al Sistema Nacional de Áreas Protegidas bajo la categoría de Reserva Antropológica. En 1996, mediante el decreto número 233, se ampliaron hasta el río Nigua los límites de protección de las cuevas, y en 1978 sólo se conocían cinco de las 55 cavernas que se conocen ahora. Para el 2000, la Ley 64-00 ratificó sus límites y protección.
Estas cavernas han servido de escenario para que notables estudiosos dominicanos de la arqueología y rupestrología, como Abreu Collado, Emile de Boyrie Moya, Fernando Morbán Laucer, Dato Pagán Perdomo y Manuel García Arévalo hayan realizado importantes investigaciones.
Estos notables historiadores han destacado la riqueza cultural de estas cuevas como parte imborrable de la tierra de Quisqueya, ubicada en el mismo trayecto del sol, en el archipiélago de las Antillas, con una extensión territorial de 48,442 kilómetros cuadrados limitada al norte con el océano Atlántico, al sur con el mar Caribe o mar de las Antillas, al este con el Canal de la Mona, que la separa de Puerto Rico, y al oeste con la República de Haití.
En el interior de estas cuevas reposan restos de animales extintos hace miles de años. En la cavidad número uno, por ejemplo, fueron encontradas osamentas de tres de ellos que son: parocnus, dontrigonus y mesocnus.
Muchos de estos materiales arqueológicos y pictográficos aparecían sueltos en la superficie. Otros concrecionados en formaciones secundarias. Pero todos y cada uno de la mayor importancia para los estudios de la arqueología caribeña y del país.
Algo más
De las 55 cuevas solo cuatro son concurridas, porque al ser horizontales, facilitan la expedición, lo que permite una mejor apreciación.