Por: Narciso Pérez
Haitianos que residen en la comunidad de Juana Méndez, próximo al puente fronterizo que divide esa localidad con esta provincia, prosiguen extrayendo materiales para las construcciones del cauce del río Masacre, sin que hasta el momento ninguna autoridad de Medio Ambiente del vecino país ni de República Dominicana hayan tomado medidas para frenar o suspender definitivamente esa práctica, que pone en peligro el importante recurso natural en cuestión.
Los haitianos, a la vista de todo el mundo, sacan arena, grava y gravilla del río Masacre, prácticamente todos los días de la semana. Para transporte los materiales, usan camionetas, cubetas y hasta animales como burros, mulos y caballos.
De este río se surten varios acueductos, los que abastecen del preciado líquido a decenas de comunidades.
Con una extensión de 55 kilómetros y una superficie de 858 kilómetros cuadrados, el Masacre, el río más emblemático del país, nace en la zona de Loma de Cabrera, en la montaña denominada Pico del Gallo y desemboca en la bahía de Manzanillo, perteneciente a la cuenca hidrográfica del Atlántico.
El río Masacre sobrevive porque todavía recibe varios afluentes de las partes montañosas.
Algunos ecologistas de la zona, como Ramón Antonio Rodríguez, entienden que si se le sigue sacando materiales, en cinco o seis años podría secarse definitivamente.
En su desembocadura existen varias lagunas que forman el componente hidrológico principal del Parque Nacional Montecristi.
Aunque su nombre proviene del siglo 18, fue a partir de la matanza del 1937, donde millares de haitianos fueron eliminados por las fuerzas militares de la época, que se le conoce como río Masacre del Perejil.
El río se estableció como límite entre Haití y República Dominicana a finales del siglo 18, separando a las comunidades Quanamintehe (Juana Méndez) y Dajabón. Cuando se producen fuertes precipitaciones en la zona, el agua se esfuma rápido, porque su cauce está sin capa. En la zona se originan lluvias anuales con unos 750 a 2 mil milímetros.