Unas pequeñas canoas bloqueando brevemente la entrada en el puerto de Marsella al crucero más grande del mundo, son el último ejemplo de la creciente hostilidad hacia esta industria turística, altamente contaminante, en las costas del Mediterráneo.
“Con aberraciones como aquella, que nos afectan directamente, solo podemos sentirnos obligados a mobilizarnos”, explica Rémy Yves del colectivo “Stop Cruceros”, creado en mayo en la mayor ciudad francesa sobre el Mediterráneo.
Las actividades marítimas son responsables del 39% de las emisiones de dióxido de nitrógeno (NOx) en la metrópolis marsellesa, justo por detrás del tráfico rodado (45%), según el Observatorio regional de la calidad del aire AtmoSud.
Un crucero atracado durante una hora -pero con sus maquinas funcionando para abastecer su consumo electrico- emite tanto como 30.000 vehículos desplazándose a 30 km/h, estima la organización.
“Aberración” es el término más repetido entre los activistas para describir al “Wonder of the Seas”, propiedad de Royal Caribbean: 362 metros de largo, 15 piscinas, un simulador de surf, una pista de patinaje… los cruceros, “que ya no tiene(n) cabida en el mundo del mañana”, considera Yves.
Y no es el único que lo piensa: durante el primer confinamiento, hasta 17 transatlánticos fueron bloqueados en Marsella, con los motores encendidos, frente a los asombrados ciudadanos y turistas.
El descontento crece y se organiza en la costa mediterránea, como ya ocurrió en Barcelona y las islas Baleares (España), y también en Venecia (Italia), que prohibió el año pasado los grandes transatlánticos.
En Niza (Francia) los habitantes lograron que un barco especialmente ruidoso y contaminante abandonara el puerto.
Y en Córcega, retrasaron el atraque de un crucero del gigante del turismo TUI. Más tarde, los pasajeros fueron recibidos con pancartas con mensajes como “Por un poco de dinero, matan la tierra y el mar”.
“Ese tipo de estancias en mega-barcos contaminantes no se corresponden con el turismo sostenible”, reconoció el presidente del Consejo ejecutivo de Córcega, Gilles Simeoni.
En Marsella, ciudad de 870.000 habitantes, la alcaldía lanzó una petición contra la contaminación marina dirigida al Estado francés y la Organización Marítima Internacional (OMI) que obtuvo unas 50.000 firmas.
El ayuntamiento marsellés quiere presionar para acelerar el proceso de instauración en el Mediterráneo de una zona de bajas emisiones de óxido de azufre, devastador para la vida marina, prevista para 2025.
Ese reglamento ya se aplica, por ejemplo, en el mar Báltico y en el mar del Norte.
En el puerto de Marsella, uno de los más grandes de Francia, se trabaja para permitir la entrada de cruceros menos contaminantes y la autoridad portuaria también apuesta por la electrificación de los muelles, ya en vigor para suministrar energía a los transbordadores a Córcega, con el fin de reducir el consumo de flamable y el humo.
“Estamos trabajando arduamente en la conexión eléctrica al muelle de dos transatlánticos para 2025”, explicó Hervé Martel, presidente de la junta ejecutiva del puerto, en julio.
Pero quienes se oponen denuncian el despropósito que supone gastar ingentes cantidades de electricidad en un período en el que la sobriedad energética es imprescindible.
Ecologistas y activistas, que anuncian una movilización europea contra ese tipo de turismo de masas a finales de septiembre, recuerdan también que los beneficios económicos de los cruceros son “irrisorios” para los puertos donde se hacen las escalas.