La llegada de las temperaturas invernales a Tennessee mantiene en vilo a la comunidad científica y conservacionista americana, que espera atenta a que miles de murciélagos se adentren batiendo sus alas en la cueva artificial que este estado sureño de EEUU ha construido.
Con ella pretende salvar a estos mamíferos voladores, de vital importancia económica, de una epidemia letal conocida como el síndrome de la nariz blanca.
Desde que se detectó en el estado de Nueva York en 2006, esta enfermedad, causada por el hongo Geomyces Destructans, ha acabado con cerca de siete millones de murciélagos en Norteamérica, acarreando pérdidas para la agricultura de al menos 3.700 millones de dólares anuales.
Y es que, aunque en el imaginario colectivo arrastren el lastre de ser considerados los «patitos feos» de la naturaleza, «los murciélagos son imprescindibles para la agricultura y el medio ambiente», subraya Tigga Kingston, experta en murciélagos y profesora de Ecología de la Universidad Politécnica de Texas.
Estos mamíferos voladores «se comen las plagas de insectos de los cultivos, actuando como pesticidas naturales; y polinizan más de 300 plantas. Su declive está empezando a afectar seriamente a cultivos como el aguacate o el mango», añade Kingston.
La epidemia se ha extendido ya a 19 estados de EEUU y a cinco provincias canadienses, acabando con el 90 % de las poblaciones en algunas cuevas y llevando a siete especies al borde de la extinción.
El hongo que causa el mal va creciendo en la nariz de las víctimas como una especie de nube blanca, de ahí su nombre, y provoca la misma sensación de «quien sufre una alergia cutánea por todo el cuerpo y el escozor no le deja dormir», explica Pam Cox, bióloga experta en murciélagos de la red de Parques Nacionales.
Así, el síndrome de la nariz blanca no causa la muerte directamente, pero el picor impide la hibernación y los murciélagos afectados acaban muriendo de hambre al no encontrar comida en invierno y no cesar de perder peso.
La paradoja es que el hongo «es fácilmente eliminable con productos de limpieza como los usados en las casas; el problema es que no podemos aplicar esos limpiadores en las cuevas porque destruiríamos el ecosistema», dice Cox.
En ese contexto, la epidemia se extiende imparable cada invierno, bien porque los murciélagos adquieren el hongo en la cueva o porque los que ya están infectados se lo transmiten unos a otros al dormir tan juntos.
En Tennessee, que había permanecido inmune a pesar de contar con cerca de 10.000 cuevas, las alarmas saltaron el pasado marzo cuando se registraron los primeros casos, pero los conservacionistas de este estado sureño están decididos a no darle tregua.
En un tiempo récord, de agosto a finales de octubre, la organización Nature Conservancy ha reunido 300.000 dólares para diseñar y construir una cueva artificial, «limpia del hongo y desinfectable cada verano cuando los murciélagos la abandonen», que sirva tanto de refugio seguro como de laboratorio que dé las claves para frenar a la epidemia.
Esta «cámara de supervivencia», situada a unos 110 kilómetros de Nashville, la capital del estado, tiene 24 metros de largo por 3,3 de alto; imita las condiciones de temperatura y humedad de una cueva natural, y dispone de un acceso por el que los conservacionistas cruzan los dedos para que, en cualquier momento, entren los murciélagos animados por unas grabaciones de llamada que ya han empezado a sonar.
«La cueva tiene capacidad para alojar a más de 200.000, pero este invierno, con la obra recién terminada, nos damos por satisfechos si entran 10.000», señala a Efe Cory Holliday, coordinador del proyecto.
Holliday confía en que si el experimento da resultado ofrecerá valiosas claves; y, si no, «se usará como un laboratorio que ayude a responder a las preguntas que traen de cabeza a los científicos».
En esa línea, Marcia McNutt, directora del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), el organismo que abandera la investigación contra el síndrome, afirma que la clave es saber por qué este hongo, que probablemente siempre haya estado presente en las cuevas, ha crecido tan rápidamente en los últimos años, y si la expansión tiene que ver con alteraciones en la temperatura o en el hábitat de las mismas a causa de la contaminación.
Otra incógnita para los científicos es por qué el mismo hongo no afecta a los murciélagos europeos y, sin embargo, causa mortandades masivas en Norteamérica.
Sobre la evolución de las investigaciones, McNutt sostiene que los científicos «tienen que ganar la batalla al hongo», porque «en la victoria está en juego la supervivencia de varias especies de vital importancia económica». EFE
Vía: Acento