El pelícano de plumaje sonrosado y rumor de pureza planea libremente sobre las aguas sedientas, el pez volador se siembra en las olas calladas, las ballenas, a lo lejos, van llegando a desovar, silbando alguna incógnita.
Se forman y deforman los remolinos de cristal alrededor de la mañana y nada escapa al libre albedrío, salvo la palabra que lo nombra.
El resplandor de Los Haitises es la innumerable vitalidad de lo sagrado.
El universo, que alimenta el caos y su ira eterna, derrota efectos horribles en estos espacios en que el tiempo infatigable parece descansar.
Estos son los espejos de una realidad cósmica que el error no puede pronunciar.Devienen cristal, océano, roca dura, transparencia, ciencia innumerable.
El agua marina, que de ordinario es brusca e inquieta, se sosiega en esta breve constelación pajarera, que rima con la palabra serenidad.
Ningún sueño .llega a develar el rigor categórico de las leyes que unieron sus esfuerzos en esta creación ejemplar.
Todo se entrelaza con el todo.La vida es limitada y extremadamente frágil en sucomplejidad.
Un día inolvidable, que nadie recordará, por un impulso planetario o u otras inconsecuencias verídicas y puntuales, se extinguirá de un modo que no hallará probablemente quien pudiera llegar a lamentarlo.
El ser humano ha compuesto himnos en los Upanishads, la Noche mística de San Juan, el Cantar de los Cantares, las Hojas de Hierba del todopoderoso Witman, y la nerudiana ternura, que colocan esas hazañas en el plano superior, el séptimo cielo.
La naturaleza, sin preciarse de ello, sin la recurrencia emocional, tiene su propia himnología, sus diseños incomparables, sus estructuras divinas.
Por: Rafael P. Rodríguez
El Nacional