Haciendo un paréntesis sobre el tema de las ansiedades y el estrés que hemos tratado en las últimas semanas, quiero alzar mi voz como enérgica protesta para evitar al uso indiscriminado e irresponsable de la riesgosa fumigación tóxica. Hago una alerta nacional, pues con esta práctica imprudente, han sido muchas las muertes acaecidas en nuestro país, pero como en nuestro amado terruño se muere la gente, y a veces solo se dice: ¡ay, se murió!, luego pasa lo mediático, pero no tomamos los correctivos, seguimos el sainete y continuamos en el subdesarrollo. No creo que muchos de esos muertos tengan la oportunidad de llegar ante el sabio escrutinio anatopatológico del prominente Dr. Sergio Sarita, sino que quedan como –muerticos- innominados con el diagnóstico de “paro cardíaco”. Yo no sé a qué muerto le late el corazón y mucho menos acepto que la muerte misma pueda tener gradaciones sociales, ni económicas.
Imagínese por un momento que a usted como padre le avisen que su hijo de menos de treinta años, recién casado, en la plenitud de su vida amaneció muerto junto a su esposa. No creo que esta noticia sea recibida con agrado por unos padres amorosos que han entinglado una familia ejemplar. Me refiero al ilustre poeta José Mármol y a su esposa doña Soraya, fraternos amigos de mi más alta estima. Estuvieron a punto de recibir una noticia igual, felizmente la pareja de jóvenes esposos sobrevivió. ¿Qué pasó? Como consecuencia de una fumigación tóxica e irresponsable, con el uso de una sustancia química letal, el fosfito de aluminio, unos verdaderos irresponsables fumigaron el apartamento vecino y ellos estuvieron a punto de ser “agasajados” en su propio hogar, por la tétrica e inexorable parca. Muchas de las sustancias tóxicas usadas para la fumigación en nuestro país, no tienen un antídoto específico, por lo que se acompañan de una muy alta mortalidad, produciendo daños en: el cerebro, el hígado, los riñones y la sangre principalmente. En el sistema nervioso pueden deteriorar varias áreas: daño directo al cerebro por falta de oxígeno a las neuronas; dañan la mielina, membrana que cubre los nervios; dañan los axones de los nervios periféricos, produciendo neuropatías graves, y dañan selectivamente algunos núcleos cerebrales, como los del control de los movimientos. Pérdida de la memoria, trastornos de conducta, disfunción sexual, menoscabo de la fuerza en brazos y piernas están entre sus nefastas secuelas.
Supongamos el siguiente escenario, un ingeniero constructor de apartamentos por economía, contrata la compañía de fumigación X, entidad fantasma no registrada en los estamentos correspondientes. Ese espectro de empresa ofrece los servicios de matar desde comejenes hasta ballenas, está presidida por el “brillante” Agapito el Ñato, quien tiene solo dos dedos de frente y ninguna instrucción, esto lo hace ser un irresponsable social. Este brillante “empresario”, envía a su empleado “estrella” a fumigar con un producto que él consiguió barato, con dos agravantes: el primero, es que la sustancia tóxica usada, el fosfito de aluminio, es de un uso muy delicado, por lo que está prohibido en países que en verdad tienen adecuados controles y se recomienda solo para plantíos en campos abiertos; lo segundo y más grave es quién lo aplica, un mal pagado empleado de apodo “El Tullido”, que padeció sufrimiento fetal al nacer. El infeliz (medio tarado) desconoce los riesgos a que está expuesto y así sin saberlo desafía la muerte diariamente, la de él y de terceros por el inadecuado uso que hace de las prohibidas sustancias tóxicas que manipula.
Para finalizar, hago míos los juicios del poeta Mármol, un padre acongojado, de su columna “Carpe Diem” del periódico El Día, del 28 de enero: “Esos productos no están permitidos en sociedades civilizadas –la nuestra parece no llegar a ese estadio-, a no ser en plantas y bajo control estricto y profesional. Abogo ante los sectores sensatos de la sociedad y las autoridades de Proconsumidor, los ministerios de Salud Pública y de Medio Ambiente y Recursos Naturales, para que, contando con precedentes peores como las dos muertes por estos productos o similares ocasionadas hace un breve tiempo en un centro de veraneo de Juan Dolio, afectando a una familia muy querida, el uso de esos químicos sea prohibido o rigurosamente regulado. Es un reclamo mínimo en defensa de la vida, un derecho absolutamente inalienable en una sociedad democrática, moderna y civilizada”. No permitamos muertes que pueden ser prevenibles, ¡por favor!
Por José Silé Ruiz
Via http://hoy.com.do