Creo que mi pasión por el bosque, la foresta y, específicamente por el árbol en si, nació aquella mañana. Los monteros habían aprovechado unos clavos de línea abandonados por los linieros del tren de carga que acarreaba la caña verde, recién cortada, hacia el Ingenio La Francia.
En su ignorancia, los habían clavado en el grueso tronco de una Ceiba majestuosa, que se erguía en el centro del batey, con el propósito de amarrar las bridas de sus monturas.
Cuando mi abuelo, Juan Dorta Alonso, vio el martillo en el aire presto a afincar un clavo en el tronco de la Ceiba, les grito improperios y, añadió: “Los árboles también tienen alma… y sufren…!!”
Más que los clavos en la Ceiba se hincaron y fijaron en mi alma hasta hoy, las palabras de mi abuelo, esforzado inmigrante canario de quien también aprendí a amar a mi segunda patria casi tanto como la primera.
Su belleza
Cuando aquí, por primera vez, atravesaba las carreteras y contemplaba la belleza y la exuberancia de la foresta de Quisqueya, copiosas lagrimas silentes se derramaban de mis ojos extasiados por el esplendor de la arboleda y su innegable semejanza con la foresta de mi patria, cercana y distante, poseída y perdida…
Pronto me convencí de que la foresta del país era no solo exuberante y hermosa sino, además inmensa, porque cubría la mayor parte del territorio del país, también montañoso y dotado de fértiles valles intraserranos como el Valle del Cibao y el de San Juan de la Maguana, además del Olímpico Valle de Constanza, inmarcesible, engarzado, cual corona de oro, entre los mas elevados picos de la Cordillera Central.
Estupor, fruición de éxtasis me produjo la vista del Valle de La Vega Real, inmenso y poblado de bosques. Lo disfrute, primero desde el Santo Cerro y, mas tarde, desde Villa Trina en dos vertientes, hacia La Vega y hacia Santiago de los Caballeros, de día y de noche. Regalo de Dios.
Mi sensación del Valle de La Vega fue tan profunda e inolvidable, que seleccione su imagen en un dibujo de Hazard S. (1873) sobre el Valle como la portada de mi revista “El bosque”. Y una vistosa foto descriptiva en su grandeza como contraportada.
Los enemigos
Aterrado por el desglosé de la ingente deforestación, nunca pude definir que intruso destruía mas la foresta dominicana: los aserraderos o los conuqueros.
El doctor Joaquín Balaguer cerró todos los aserraderos pocos meses después de tomar posesión en 1966. Pero la deforestación siguió avanzando con alevosía y descaro y hasta los vecinos haitianos, hoy sumidos en mas desgracias, arrasan impunes la Sierra de Baoruco y, tras la frontera, la sirven en fundas “al carbón”.
El conuquismo
Con todo, los conuqueros, vagantes e insaciables, y muchas veces a pesar de la vista sobornada de quienes los pueden atajar, no solo talan el bosque sino además degradan el suelo. Porque cultivan una tierra, ya de por si, carente de nutrientes, debido al declive natural del suelo montañoso y el caer de la lluvia, recia, crónica y del ambiente frío, casi siempre nuboso.
Cuando el conuquero de montaña advierte que la tierra no le produce ya el fruto esperado, avanza entonces hacia otra porción de tierra virgen, tala el bosque, raja la tierra y aventura un nuevo conuco hasta esquilmar el suelo. Y así, continua adelante en su jadear criminal antiforestal.
En una ocasión los llame “garrapatas” del bosque.
El aserradero
El aserradero, aprovecha económicamente la madera misma, es de mas fácil controlar, con mensura apropiada del terreno concedido y la medición también de la madera aserrada. Pero los problemas surgen con la extrapolación territorial de su tala y la fácil y cuantiosa alcancía para el ojo que vigila.
Para ambos casos se puede intentar una milicia de Guardabosques, capacitados y disciplinados, que amen mas al bosque que a su bolsillo, pero todo esto subyace distante.
La revista
Mi amor por el bosque siempre y, en concreto aquí estimulado por el bosque dominicano, con sus dramas y su poesía me motivo a la creación de una revista (1978) periódica que incluyera estética, ciencia y educación alrededor de el bosque.
Y todo, en función del ser humano. Para producir en el lector un deleite grafico con renglones instructivos y, a la vez, informativos.
Después de pensar y discernir, además de contactar a los más duchos en el área forestal.
Por: FRANCISCO DORTA-DUQUE