El destino de la lucha contra el calentamiento se ha decidido en una sala cerrada de la primera planta del centro de convenciones de la Cumbre del Clima de Copenhague. Allí, Barack Obama, el chino Wen Jiabao, el brasileño Lula da Silva y el indio Manmohan Singh no sólo acordaron un acuerdo que admitieron como insuficiente.
En esa sala, con poco más de 35 personas, EE UU impuso su ley y logró el cambio de eje de las relaciones internacionales en la lucha con el cambio climático y en el sistema de Naciones Unidas, incapaz de avanzar durante dos años. Los 119 líderes reunidos en Dinamarca regresaron a casa sin foto de familia. Algo, mucho, saltó por los aires en esa sala a puerta cerrada.
Con el pacto promovido por EE UU, a la UE y al resto de países no le quedó más que ratificarlo tras una noche de debate vacío en el que sólo Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba y Sudán se opusieron para ganar protagonismo.
El Acuerdo de Copenhague siempre fue cosa de dos, China y EE UU. Hasta tal punto han monopolizado los debates que en uno de los últimos borradores los países escribieron entre corchetes: «Introducir aquí la consideración de EE UU y China». Así figura en el cuarto borrador, junto al punto de cómo el acuerdo permitiría verificar las emisiones de los países emergentes, el punto al que China se opuso.
Así que Obama y Wen, en su segundo encuentro en el día, dieron con la fórmula: los países en desarrollo realizarán su propia «medición, declaración y verificación de sus emisiones», pero a la vez aceptan un sistema de «consultas y análisis internacionales bajo unas guías claras que asegurarán que se respeta la soberanía nacional».
Pekín vetó la palabra verificación como una opción de la ONU. Los recortes de emisiones financiados con dinero internacional -sea un parque eólico o una central hidroeléctrica- sí tendrán control internacional.
El lenguaje es enrevesado como todo en esta cumbre. Leer los tres folios del Acuerdo de Copenhague es sumergirse en conceptos aparentemente vaporosos pero que esconden detrás dos años -desde que en Bali en 2007 se acordó que en 2009 habría un tratado- de enconadas disputadas.
El texto también establece que «el cambio climático es uno de los grandes retos de nuestro tiempo», que «el incremento de la temperatura debería estar por debajo de dos grados» y que las emisiones habrían de tocar techo «lo antes posible». Y todo esto se conseguirá, supuestamente, con objetivos voluntarios de reducción de emisiones que los países presentarán antes de febrero de 2010.
«Científicamente el acuerdo es como una mesa de una sola pata: no se aguanta», resume un negociador. Las rebajas anunciadas, en caso de cumplirse, sólo reducirían un 18% las emisiones de los países desarrollados en 2020, lejos del rango de entre el 25% y el 40% que pidió el Panel Intergubernamental de Cambio Climático. Con las ofertas voluntarias la temperatura subirá unos tres grados, según un informe de la ONU. «El acuerdo no sirve para el objetivo de los dos grados», admitió el presidente de turno de la UE, Fredrik Reinfelt.
Los textos previos, incluso el acordado en la reunión G-8 del pasado verano o el pactado en Bali en 2007 eran mucho más precisos y pedían una reducción mínima de emisiones del 25%. Pero la Casa Blanca se opuso por poco realista. Europa confiaba en que, al dirigirse al mundo, Obama fuera más allá. «En reuniones informales nos habían dicho que con compensación de emisiones su bajada estaría entre el 26% y el 33%», explicó en los pasillos Josef Matthias Leinen, jefe de la delegación del Parlamento Europeo. Pero Obama, enrocado en elevar la presión a China no se movió de su postura.
En el acuerdo tampoco aparece que en 2050 las emisiones deberían situarse un 50% por debajo de las de 1990. Lo vetó China, como reveló el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso. Lo más claro es el compromiso de financiación para los países en desarrollo, que permitió a los africanos sumarse al acuerdo.
El resultado no satisface a nadie. Obama, en una breve declaración antes de dejar Copenhague por la puerta de atrás, dijo: «Sabemos que el avance no es suficiente y que queda mucho camino por hacer». El presidente de EE UU, sin embargo, pidió realismo: «Creo que hace falta un tratado (vinculante). Pero esta era la típica situación en la que si hubiéramos esperado a que pasara no habríamos avanzado nada» y criticó a quienes hubieran preferido «dos pasos atrás antes que un paso adelante». Obama, cuyo discurso en Copenhague, fue recibido con una inusitada frialdad por el tono mecánico y tenso de sus palabras. Se defendió de que en el acuerdo todo sea voluntario: «Kioto era legalmente vinculante y a todo el mundo le pareció poco. Es importante avanzar en vez de tener palabras en un papel».
Como no había forma de acordar nada sobre cómo pasar de los objetivos voluntarios a un acuerdo legalmente vinculante en 2010 -como querían la UE y EE UU- la opción fue dejarlo en blanco. El papel no aclara si se prorrogara Kioto, si habrá un nuevo tratado ni cuándo. Simplemente no existe ninguna mención. En busca del consenso para salvar la cara se llegó a situaciones así.
Una vez pactado entre los cinco grandes, Obama anunció que se lo comunicaría «a los europeos» y luego al grupo de 28 jefes de Estado y de Gobierno de todos los grupos que preparaban el texto político.
El sistema de trabajo es el resultado de una inteligente estartegia de EE UU. Obama, con el Nobel de la Paz por el mutilateralismo, envió una delegación de altísimo nivel a la cumbre. Desde la primera semana, el enviado especial de Obama, Todd Stern, dirigió las negociaciones, mucho antes de que llegaran los ministros europeos. Por la cumbre han pasado siete seretarios (ministros) de su Administración, desde Hillary Clinton al premio Nobel de Física y secretario de Energía, Steven Chu.
Pero a la vez, Washington ha conseguido lo que Bush no logró: sacar la negociación fuera del plenario de Naciones Unidas, donde cualquiera de los 193 países puede vetar cualquier acuerdo y eternizar las discusiones. Obama negoció a puerta cerrada, lo entregó al pleno y se fue. Los delegados seguían enzarzados en discusiones sin final y en largos discursos con barrocas formas de cortesía diplomática -«con el debido respeto a esta presidencia y sin socavar su autoridad», y frases similares cuando el avión presidencia aterrizaba en Washington.
Bush intentó crear un foro paralelo a la ONU en el que las grandes economías se pusieran de acuerdo para, de forma voluntaria, afrontar el cambio climático. Fracasó. Igual que ha ocurrido en Copenhague pero dentro de un edificio de Naciones Unidas.
«Lo ocurrido, el pacto a puerta cerrada refrendado por la ONU, tendrá enormes cnsecuencias, no solo para la Convención de Cambio Climático, sino para todo el sistema de Naciones Unidas. Vamos hacia la Organización Mundial del Comercio donde todo se decide a puerta cerrada», lamentó resignado ayer por la mañana, después de más de 24 horas sin dormir, Kim Carsten, de WWF, uno de los únicos 300 miembros de ONG autorizados a entrar los últimos días de la cumbre. «Si la UE ha eliminado la unanimidad porque no sirve para 27 países con intereses comunes, ¿cómo va a servir para la ONU?».
El problema es que el espectáculo que ofreció la ONU como alternativa fue lamentable. 183 países estaban de acuerdo y pedían apoyar el texto como la única solución posible. Pero el bloque bolivariano -Bolivia, Venezuela, Nicaragua y Cuba- y Sudán se oponían. El sudanés Lumumba Stanislaus Di-Aping llegó a afirmar que el texto «es producto de la misma ideología que llevó a los hornos crematorios a seis millones de personas en Europa», por lo que recibió reproches de decenas de Estados.
Durante 10 horas, toda la noche, decenas de países defendieron el texto, pero la ONU exige consenso y por la mañana Hugo Chávez y Evo Morales ya habían anunciado que bloquearían cualquier acuerdo porque no habían sido invitados a la reunión de 28 países y porque la ONU no funciona así. A las siete de la mañana, el ministro británico Ed Miliband, frenó en el último segundo, a base de dar golpes en la mesa para llamar la atención del presidente, que el texto quedara incluido como una simple propuesta, lo que habría impedido aplicar los fondos de ayuda a los países en desarrollo. Miliband, en una vibrante intervención advirtió de que si el acuerdo era rechazado «supondría romper la convención de Naciones Unidas», algo que planeaba en el ambiente ya que de ninguna forma lo acordado por los líderes de 183 países iba a depender de Chávez.
«Ha sido el plenario más vergonzoso al que he asistido. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en esto, ¿cómo vamos a alcanzar un tratado vinculante?», declaró el representante saudí.
Pasadas las 10 de la mañana, tras dos horas de parón para consultar con los servicios jurídicos, la cumbre «tomó nota» del acuerdo y el presidente golpeó con la maza a toda velocidad para que nadie pudiera protestar. La fórmula permite, según el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, que el acuerdo «entre en vigor inmediatamente», dijo tras observar mudo desde la presidencia 10 horas de descontrol.
La reacción de Miliband, una de las figuras clave del laborismo británico, salvó la cara de la UE. Apartada en la negociación clave, los europeos se van de Copenhague con la sensación de que les han robado la cartera, que el proceso que lideraron durante dos décadas ya no está bajo su control y que, los nuevos capitanes quieren ir en otra dirección. Barroso hizo malabarismos: «La UE lidera cuando se trata de elevar los objetivos, pero no está cuando lo que se busca es reducir la ambición». La UE se reserva su oferta de ampliar su recorte de emisiones del 20% actual al 30% hasta ver cómo evoluciona la negociación. Los delegados europeos musitaban por los pasillos las palabras «Decepción, desastre y fiasco». «Es el mundo que tenemos», lamentaban. Y, sin embargo, el pacto se salvó por el empuje de un británico, no por la representación estadounidense.
La reacción china al acuerdo también fue fría. Cuando Wen aceptó el pacto, uno de sus ministros comenzó a gritar en chino con gestos de desacuerdo. «La traductora no dijo qué gritaba», explica una fuente presente en el encuentro. En el plenario que después adoptó el pacto entre los cinco grandes, China no defendió ni una sola vez su aprobación frente a las críticas del bloque bolivariano. La delegación china aplaudía las declaraciones de estos países contra la forma «antidemocráctica en la que se adoptó el acuerdo», según negociadores en la sala, cerrada a la prensa por primera vez en 10 años. Fuentes de la ONU dudan de que Pekín buscara boicotear su acuerdo a través de otros países: «Probablemente lo hacían porque arremetían contra EE UU y los países ricos».
La dificultad para alcanzar un acuerdo puede parecer excesiva, pero es que las implicaciones de la lucha contra el cambio climático son inabarcables: para conseguir limitar la temperatura y estabilizar la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera hace falta una revolución industrial con energía verde, dejar atrás el petróleo, actuar sobre el comercio internacional, tratar la aviación, evitar la deforestación… La española María Neira, de la Organización Mundial de la Salud, estuvo hasta el ultimo día: «Si esto sale adelante sera el principal tratado de salud pública del mundo. Los millones de muertes por contaminación en las ciudades y la mala calidad del aire interior por combustión de cocinas de mala calidad en países en desarrollo empezarán a caer».
El acuerdo incluye que el Fondo del Clima pagará a los países tropicales para que no talen sus bosques, imprescindibles para el planeta. Luz entre las sombras.
CLAVES DEL PACTO
– EMISIONES. Los países «subrayan que el cambio climático es uno de los grandes retos de nuestro tiempo» y que hay actuar para «estabilizar la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que prevega una interferencia antropogénica con el clima (…) por lo que el aumento en la temperatura global debería estar por debajo de dos grados centígrados». Para ello se comprometen a «cooperar para conseguir que las emisiones nacionales toquen techo lo antes posible». El acuerdo no incluye la concentración de CO2 necesaria -450 partes por millón- para ese objetivo, ni el año del máximo de emisiones, entre 2015 y 2020, según el IPCC, ni la necesidad de que las emisiones en 2050 sean la mitad que en 1990.
– PLANES NACIONALES. Los países desarrollados «se comprometen a presentar objetivos de reducción de emisiones antes del 1 de febrero de 2010». «Estas reducciones y la financiación a los países en desarrollo serán declaradas, medidas y verificadas» por la ONU.
Los países en desarrollo podrán «implantar medidas de mitigación» de emisiones que comunicarán antes de febrero de 2010. Estas acciones serán objeto de «declaración, medida y verificación nacional» y cada dos años informarán a la ONU y habrá un sistema «internacional de consulta y análisis bajo guías claramente definidas que aseguren que se respeta su soberanía nacional». Las acciones financiadas con dinero internacional estarán sujetas a la supervisión normal de la ONU.
– «Los países menos desarrollados y las pequeñas islas podrán realizar acciones voluntarias si recben apoyo».
Por: RAFAEL MÉNDEZ
El Pais