Hace poco publicamos en Ojalá un artículo sobre las ballenas anfibias del Eoceno, es decir, de hace cerca de cincuenta millones de años. Esos ancestros dentados los cetáceos actuales nadaban y se alimentaban en lo que entonces quedaba del mar de Thetis, un mar interior de los tiempos del último súper-continente o Pangea (hace 250 millones de años) producto del movimiento perpetuo de las placas tectónicas en que están montados los continentes actuales.
De los restos de aquel océano antiguo y por esos movimientos tectónicos se cerró el mar Mediterráneo hace cerca de siete millones de años y, con él, apareció el desierto de Sahara, que está en el norte de África y es el límite sur de ese mar mediterráneo.
El Sahara no ha sido siempre como es hoy. Hace unos diez mil años era un desierto húmedo con sabanas y salpicado de humedales salobres. En él aún habita una diversidad de pueblos y etnias, entre ellos los últimos pueblos nómadas: los tuareg.
El Sahara una vez estuvo abajo del mar y, seguro, más de una vez, como todos los continentes en el complejo proceso de reciclaje geológico tectónico que lleva a cabo nuestro Planeta y que ahora sabemos que también ocurre en Marte.
En una entrega anterior hablamos sobre la capa de aire del Sahara, o SAL por sus siglas en inglés, y sobre los aspectos atmosféricos, cómo se traslada y como la estudian la NOA y la NASA. En ésta abordamos, además de su origen geológico, la interacción con la biodiversidad en el Planeta.
Son anecdóticos ya los memes generados entre 2017 y 2020 sobre las nubes de polvo del Sahara. El pico de mayor incidencia, al parecer, fue el año pasado justo en junio. La NASA ahora predice que las nubes serán menos densas y que se reducirá a mínimos de hace veinte mil años debido al calentamiento de la atmósfera y los océanos por el cambio climático.
Esas nubes de polvo fino que atraviesan el océano Atlántico, fertilizan las selvas tropicales, como la Amazonia y los mares como el Caribe, ambos conocidos por su oligotrofia o escasez de nutrientes. Como se puede ver, Natura lo equilibra todo. Desde 2015, ya la NASA había comprobado que esas nubes de polvo eran ricas en fósforo y hierro.
Algunos hablan de lluvia de diatomeas, pero no encontré literatura científica sobre el tema. Seguro el polvo del Sahara contiene partículas de esas algas ubicuas en todos los ecosistemas acuáticos. Lo que sí se ha documentado en Costa Rica es la composición química de este polvo que es rico en carbono, silicio, sodio, magnesio, aluminio, calcio, cloro, oxígeno e hierro, y está compuesto por tres tamaños diferentes de partículas muy pequeñas; estudio que fue hecho con un microscopio electrónico de barrido.
Como fertiliza al mar Caribe, también fertiliza parte del Atlántico que atraviesa. Se estima que este polvo está influyendo en la reproducción de las algas sargazo que desde el 2011 están invadiendo las playas del gran Caribe, desde México a las Antillas. Pero esa es otra historia.