¿Están a salvo las islas más remotas del planeta de la invasión de especies exóticas gracias a su aislamiento? Puede parecer paradójico, pero desde que el hombre ha derribado las barreras naturales, son esas islas las que más especies invasoras acogen, con riesgo para su biodiversidad.
La publicación estadounidense “Proceedings of the National Academy of Sciences”, una de las revistas científicas de mayor impacto del mundo, reproduce este mes un informe sobre qué está pasando con la biodiversidad de las islas de la Tierra, con datos de 257 archipiélagos de todos los océanos, entre ellos Canarias.
Los firmantes de este trabajo, pertenecientes a una veintena de universidades y centros de investigación de Europa, Asia, África y Oceanía, recuerdan que las islas suelen ser “puntos calientes para la biodiversidad”, lugares donde la evolución ha puesto a prueba durante millones de años a la flora y la fauna, hasta moldear especies que a menudo solo existen en su territorio.
Especies invasoras en las islas
Desde Darwin, e incluso desde los tiempos de los grandes naturalistas que precedieron al padre de la Teoría de la Evolución, la biología siempre se ha sentido atraída por las islas por lo que estas tienen de laboratorio natural de la vida. Separadas de los continentes por cientos o miles de kilómetros, pocas especies solían llegar hasta las islas y solo las de mayor capacidad para adaptarse a su territorio (casi siempre muy exigente) lograban colonizarlas.
Como resultado de ese proceso de selección natural, acentuado por su lejanía de los continentes, “las islas albergan un número desproporcionadamente alto de especies únicas o con un hábitat geográficamente restringido, que contribuyen de forma significativa a la biodiversidad global”, recuerdan los autores de este trabajo, cuyo primer firmante es Dietmar Moser, de la Universidad de Viena.
¿Está a salvo esa riqueza del impacto que supone la introducción, voluntaria o negligente, por parte del hombre de especies nuevas en su territorio?, se preguntan autores. Su respuesta parte de la base de que, según la teoría clásica, cuanto más aislada esté una isla, menos deberían sufrir ese riesgo su flora y fauna autóctonas, lo que además parece coherente con otra constatación de índole económico: a más aislamiento, menos desarrollo y menos comunicaciones externas.
Globalización
Los autores explican que detrás de ese cambio en el paradigma sobre la colonización de las islas está la mano del hombre, que “ha derribado las barreras naturales” que tiempo atrás las protegían.
Si antes solo llegaban a las islas más lejanas las especies dotadas de mayor capacidad natural de dispersión y, entre ellas, únicamente prosperaban las que mejor se adaptaban, la globalización ha facilitado que, desde hace ya tiempo, a las islas lleguen todo tipo de plantas, insectos y animales propios de otros lugares.
De ese modo, explica este trabajo, especies sin capacidad de dispersión a distancia alcanzan islas donde apenas tienen enemigos, se encuentran con fauna por lo general dócil (debido a la ausencia grandes depredadores en la mayor parte los casos durante miles de años) y pueden ocupar rápidamente un nicho ecológico, expulsando de él a las especies autóctonas (cuando no alimentándose de ellas).
Además, los endemismos de las islas más remotas llevan tanto tiempo solos en ese territorio, que apenas pueden competir con los recién llegados, ni siquiera en diversidad genética.
El único archipiélago español incluido en el estudio, Canarias, puede dar testimonio de las consecuencias de ese fenómeno con varios ejemplos, que van desde la amenaza que representa la culebra real de California para el futuro del lagarto gigante de Gran Canaria a imparable extensión de plantas como el rabo de gato en algunos de sus mejores parques naturales, pasando por los daños que ocasiona el conejo en la flora endémica del Teide o la plaga de más de un millón de ardillas morunas que sufre Fuerteventura tan solo 53 años después de que alguien liberara en sus barrancos una sola pareja traída desde Sidi Ifni, entonces colonia española.
EFEverde