P. Profesor, a propósito de la construcción del Jardín Botánico de Santiago ¿cuánto capital verde necesitamos para vivir?
R. Casi cinco siglos antes de Cristo, ya Hipócrates, el padre de la medicina, proclamaba: “el aire es el primer alimento y el primer medicamento”. Poco después, sus discípulos Anaxímedes y Anaximandro hablaron del “gran aliento” que sustenta la existencia de los entes biológicos, y ahora se calcula que toda ciudad necesita al menos 22 árboles por cada persona para poder garantizarle suficiente aire fresco y limpio diariamente.
La precisión del dato puede que nadie la tenga o le resulte difícil de determinar, pero desde los tiempos bíblicos o más bien, desde que Dios hizo al Hombre con el lodo de la Tierra, estamos claros que sin bosques, la más eficiente fábrica de oxígeno que posee la naturaleza, no sería posible la existencia humana.
Santiago avanza en la construcción de su catedral verde, donde lo que importa no solo es la cantidad de bosque, sino y ante todo, su calidad. Lleno de alegría y regocijo fui testigo de excepción del impresionante bosque de galería que discurre serpenteante a todo lo largo del Río de Jacagua, a su paso por las extremidades superiores de la Ciudad Corazón, si la vemos de Norte a Sur.
Haciendo espacio donde la trama urbana todavía no ha tejido todo con varilla y cemento, se construye un inmenso arboretum, áreas lacustres, remanentes del bosque de transición con especies autóctonas y nativas, orquidiarios, humedales, se reservan espacios para las cactáceas, la vegetación palustre y se conserva el hábitat para el cucú, el barrancolí y el carrao; especies de nuestra avifauna sumamente amenazadas o condenadas a la extinción, porque le hemos arruinado su casa: el bosque.
Es digno de reconocer el esfuerzo, que solo recompensa el sentido del deber cumplido, realiza un grupo de jóvenes, hombre y mujeres de ciencia, urbanistas, arquitectos, ingenieros, ayudantes, curiosos e instituciones a los que une un sentir y un propósito común: dotar a Santiago de los Caballeros del segundo jardín botánico del país.
Es en medio de la campiña cibaeña y al pie de la Cordillera Septentrional que se construye este monumento verde, que pretende atesorar las joyas botánicas esparcidas por esta región que don Cristóbal Colón tuvo el acierto de bautizar como “las tierras más hermosas que ojos humanos hayan contemplado”. Ayer era un sueño para nosotros, hoy amenaza ser una hermosa y deslumbrante realida.
Por ELEUTERIO MARTÍNEZ