Los datos se extraen de la primera clasificación de las 61 especies conocidas de atunes y peces picudos realizada según los criterios de la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). La especie más amenazada es el atún rojo del Sur (Thunnus maccoyii) que se encuentra en peligro crítico.
Un equipo internacional de investigadores ha evaluado y categorizado la situación en la que se encuentran las 61 especies conocidas de escómbridos (atunes, bonitos, caballas y carites) y peces picudos (pez espada, marlines y pez vela).
Aunque el estudio, publicado esta semana en la revista Science, revela que 39 especies se incluyen en la categoría de preocupación menor, los resultados no son tan positivos para algunas especies de atún, sobre todo para el atún rojo del Sur (Thunnus maccoyii) –en peligro crítico–, o el atún rojo del Atlántico (T. thynnus) –en peligro–.
“Se trata de depredadores de gran tamaño que cumplen una función importante en los ecosistemas marinos porque permiten la coexistencia de las especies. Su pérdida puede conducir a una simplificación del ecosistema con efectos impredecibles para la pesca”, señala a SINC María José Juan-Jordá, una de las autoras del estudio e investigadora del Grupo de Expertos en Túnidos y Picudos de la UICN.
Según la experta, “al aplicarse los criterios de la UICN, tenemos los resultados de las categorías a nivel de especie, por lo que puede ser que una subpoblación esté en peligro de extinción a nivel regional, pero que a nivel global se clasifique como ‘poco preocupante’ si no está amenazada en la mayoría de su distribución”.
Revertir la situación
Los atunes y los picudos amenazados tienen un gran valor económico y son muy apreciados en los mercados globales. “Esto crea grandes incentivos económicos para que se exploten de una manera insostenible”, subraya Juan-Jordá. Estas especies tienen también una capacidad reproductora muy baja (alcanzan tarde la madurez y son muy longevas) que las hace vulnerables a la sobrepesca.
Para revertir esta situación, un primer paso sería “reducir el esfuerzo pesquero a niveles seguros que garanticen la sostenibilidad de las especies”, manifiesta la científica. Sin embargo, varios países y flotas están interesados en su pesca.
Por otro lado, estas especies son “altamente” migratorias y su distribución geográfica es “muy amplia”, sobre todo, por zonas tropicales y templadas. Ambos factores hacen que la gestión de los atunes y los peces picudos sea “difícil y con frecuencia ineficaz”, subraya la investigadora.
A pesar de ello, Juan-Jordá se muestra optimista y defiende que “hay buenos ejemplos para seguir y copiar”: “Existen varias especies de escómbridos y picudos que estaban sobreexplotadas, como el pez espada (Xiphias gladius) del Atlántico Norte, pero después de unos planes de recuperación, sus niveles de biomasa han vuelto a ser buenos”.
Vía: Eco-Sitio