En las economías en auge, desde Asia hasta Europa Oriental, el cemento es literalmente el pegamento del progreso. Un agente aglutinante que une a los otros ingredientes que juntos hacen el concreto, el cemento es un componente crucial de edificios y caminos, por lo que alrededor del 80 por ciento es fabricado y usado en economías emergentes.
Tan sólo China produce y emplea el 45 por ciento de la producción mundial. En lugares como Ucrania, la producción se duplica cada cuatro años.
Sin embargo, hacer cemento significa contaminar, en la forma de emisiones de dióxido de carbono, la principal causa del calentamiento global. El cemento no tiene un potencial viable de reciclado; cada camino nuevo y cada edificio nuevo necesita cemento nuevo.
Ahora, los incentivos verdes podrían estar en proceso de incrementar la contaminación. La Unión Europea subsidia a compañías occidentales que compran plantas cementeras anticuadas en países pobres y las reacondicionan con tecnología verde. Sin embargo, las tecnologías más verdes sólo pueden reducir las emisiones de dióxido de carbono en alrededor del 20 por ciento.
Así que cuando las compañías occidentales renuevan las fábricas orientales, disminuyen las emisiones por cada tonelada de concreto producida. Sin embargo, con frecuencia se incrementa drásticamente la cantidad de cemento producida, así como la contaminación total generada.
Muchos de los productores del mundo reconocen el dilema. «La industria del cemento está al centro del debate del cambio climático, pero al mismo tiempo, el mundo necesita material de construcción para escuelas, hospitales y casas», dijo Olivier Luneau, director de sustentabilidad en Lafarge, gigante cementero global con sede en París. «Debido a nuestras iniciativas, las emisiones crecen más lentamente que como lo harían sin las intervenciones».
Los fabricantes cementeros han invertido millones de dólares en programas verdes, como la Iniciativa de Sustentabilidad del Cemento. Lafarge, que compró 17 plantas cementeras en China, en el 2005, y tiene participaciones en Europa Oriental y Rusia, ha mejorado la eficiencia al disminuir las emisiones de dióxido de carbono por cada megatonelada de cemento producida. Sin embargo, la compañía reconoce que sus emisiones totales crecen cada año.
El cemento presenta un problema básico: la reacción química que lo crea libera grandes cantidades de dióxido de carbono. El 60 por ciento de las emisiones generadas durante la elaboración del cemento se deriva de este proceso químico, señaló Luneau. El resto es producido por los combustibles utilizados en la producción, aunque esas emisiones podrían ser mitigadas con el uso de tecnología más verde.
«La demanda crece tan rápido, no deja de crecer, y es algo a lo que no se le puede imponer un tope», dijo Luneau. «Nuestro negocio medular es el cemento, así que hay un límite a lo que podemos cambiar».
Los esquemas de intercambio de carbono, incentivos verdes creados por la Unión Europea y el acuerdo de Kyoto para poner freno a los gases de invernadero, fomentan las compras en Europa Occidental y Rusia por Lafarge y sus competidores, como HeidelbergCement. Sin embargo, también permiten que los fabricantes incrementen la producción total, tanto en el mundo en desarrollo como en casa.
La Unión Europea limita eficazmente la producción de los fabricantes cementeros europeos en sus países al imponer un límite a sus cuotas de emisiones anuales. Sin embargo, en lugares como Ucrania no hay límites.
Lo que es más, las compañías europeas obtienen cuotas mayores de emisiones en casa, en la forma de créditos de carbono, al organizar proyectos de limpieza verdes en otros lugares. Así, comprar una vieja fábrica soviética y hacerle adecuaciones con tecnología verde puede redituar de múltiples formas.
Una vez que las plantas anticuadas son reacondicionadas con tecnología limpia, disminuyen sus emisiones por cada mega tonelada de cemento producido. La planta Podilsky, en Ucrania, está en proceso de ser reacondicionada con hornos más verdes, y se espera que el consumo de energía caiga en un 53 por ciento.
Sin embargo, quizá ni esa caída tan marcada sea suficiente para detener el inexorable crecimiento en las emisiones del cemento en general, o compensar la nueva vida que las renovaciones dan a fábricas viejas que quizá, de otro modo, habrían cerrado sus puertas.
Por: Elisabeth Rosenthal
Tomado de CEMDA.org.mx