El país tiene una amplia superficie de montaña, integrada por tres cordilleras y varias derivaciones. Según Chardón, en 1940 el área boscosa ocupaba el 69% del territorio. Ya en 1992 la FAO la estimaba en sólo el 22%.
De acuerdo al estudio El Sector Bosques en la República Dominicana, presentado en 2007 por la Subsecretaría de Recursos Forestales, entre 1962 y 2006 los incendios habían afectado más de 310,000 hectáreas, y la superficie con bosque era del 33% (1.6 millones de hectáreas de 4.8 millones en total). Al mismo tiempo se informaba que las tierras con vocación forestal representaban el 67% de la superficie disponible.
Se ha dicho que entre 1992 y 2006 hubo una notable mejoría en la cobertura boscosa (del 22% en 1992 al 33% en 2006), difícil de entender en medio de tantos incendios, aunque estábamos muy lejos de alcanzar la cobertura óptima del 67%. En 2012 el ministerio de medio ambiente informó que la cobertura boscosa había aumentado al 39.5% del total, gracias a la política de reducción de los incendios forestales y al plan de reforestación Quisqueya Verde.
Hay que reconocer que se ha hecho un esfuerzo de reforestación y que sus huellas se perciben a lo largo del territorio, aunque también hay que decir que no ha sido suficiente.
Una visita por tierra o aire a nuestras montañas, revela que, a pesar de lo que indican los números oficiales, la devastación de los bosques es alarmante.
En 1999 Eleuterio Martínez recomendaba: a) declarar temporadas de veda de quemas en todas las áreas pineras de la Cordillera Central y la Sierra de Bahoruco, particularmente durante los meses de enero a mayo y entre Julio y Agosto; b) prohibición del corte de árboles y cualquier tipo de perturbación de la vegetación en un área de medio kilómetro a la redonda de los manantiales en toda la geografía nacional; c) fomentar el desarrollo de bosques protectores y de uso múltiple en todos los terrenos de propiedad pública en las zonas cordilleranas y establecer igual responsabilidad para los casos de terrenos de propiedad privada que se encuentren deforestados o en proceso de degradación; y, d) la creación de un cinturón verde de seguridad alrededor de todos los embalses y presas del país, en una franja no menor de 250 metros a partir de la cota intermedia o máxima de inundación del vaso de la presa.
De esas cuatro recomendaciones es muy poco lo que se ha ejecutado, por no decir nada.
En efecto, entre enero y abril, época de sequía estacional, el país se convierte en un gran generador de incendios, incluyendo la montaña, y por doquier se levantan columnas de humo sin control alguno. Y cada año se pierden centenares de hectáreas de bosque, que luego se usan para establecer conucos temporales y después para dejar crecer pastos naturales al servicio de unas cuantas cabezas de ganado.
Tampoco se ha protegido el área de nacimiento de los manantiales. Basta ir al salto de Aguas Blancas y contemplar la siembra intensiva de vegetales en esas montañas de El Castillo y otras, para darse cuenta de que dentro de poco habrá muy poca agua disponible en este país, como ya lo demuestran los principales ríos, agotados y ya cansados por la demagogia que lo resuelve todo en los periódicos, sin que se asomen decisiones contundentes y definitivas.
Ni mucho menos se ha hecho algo para fomentar el desarrollo de bosques protectores y de uso múltiple en los terrenos de propiedad pública en las zonas cordilleranas o para los casos de terrenos de propiedad privada que se encuentran deforestados o en proceso de degradación. Tan es así que ya en algunas cordilleras los trabajadores se amarran con sogas para que puedan trabajar en pendientes muy empinadas.
Y de igual manera, lejos de protegerse, las cuencas de los embalses están sometidas a un proceso de deforestación tan salvaje que explica el fenómeno de sedimentación masiva de la cuenca del Nizao en las presas de Jigüey y Aguacate, que bien pudiera afectar en el futuro cercano el suministro de agua de la ciudad de Santo Domingo, en cuyo caso se hablará de buscar soluciones de alta ingeniería y muy caras.
En la época de la colonia se esperaba con ansiedad la llegada de un barco que traía el Situado, que eran los suministros necesarios para la población. Tal vez en 2030 no se llegue a ver un barco trayendo el Situado del agua potable, pero ojalá que no fuese porque se estuviera desalinizando el agua marina para consumo humano, sino produciéndola en las lomas, nutridas de vegetación y vida.
¡Por Dios! Actuemos ya.