Si algo bueno tienen las plataformas audiovisuales es que cualquier usuario, conectado desde Murcia o Hong Kong, puede refrescar o engordar su hemeroteca después de darse un paseo por el amplio catálogo de miniseries o documentales centrados en desastres históricos con tintes apocalípticos. Ocurrió con la aclamada Chernóbil de HBO, cuyo fantasma revivió tras la invasión rusa de Ucrania y el miedo a que la guerra golpeara la central nuclear de Zaporiyia.
Con un efecto de masas más apagado, pero igual de impactante, otro ejemplo lo encontramos ahora en Los Días, una producción que se coló en el top 10 global de Netflix y que narra el accidente en la planta nuclear de Fukushima a través del coraje de los empleados que se quedaron trabajando en la central para evitar una catástrofe todavía mayor.
La buena acogida de la serie coincide además con la última gran polémica en torno a Fukushima: el plan del Gobierno japonés para liberar en el Pacífico el agua utilizada para enfriar los tres reactores de la central, los que se fundieron tras el tsunami desencadenado por el terremoto en alta mar frente a la costa noreste de Japón el 11 de marzo de 2011. Esa agua contaminada se ha ido almacenando en 1.000 tanques que ya están al 97% de su capacidad. Por ello, las autoridades están acelerando estos días las últimas inspecciones para comenzar este mismo verano a liberar el agua al mar.
En Tokio defienden que el agua se diluirá a niveles más seguros que los estándares internacionales (en cuanto a la radiación) y se liberará gradualmente en el océano durante décadas, haciéndola inofensiva para las personas y la vida marina. Pero la idea no convence a los grupos ambientalistas, a algunos científicos marinos o a los países vecinos como China o Corea del Sur. Tampoco a los propios pescadores de Fukushima, quienes temen volver a cargar con una etiqueta maldita (productos bajo la amenaza radioactiva) de la que nunca se han llegado a librar del todo.
«No podemos apoyar la postura del Gobierno de que esta descarga en el océano es la única solución», dice Nozaki Tetsu, presidente de la Federación de Pesca de Fukushima, quien recuerda cómo la mermada industria pesquera de la zona aún no se ha recuperado de la sacudida de prohibiciones de importaciones que recibieron por parte de decenas de países tras el desastre nuclear de 2011.
Antes del accidente, la prefectura de Fukushima era famosa por sus mariscos y frutas. Una tierra fértil muy turística. Fue un refugio habitual de los urbanitas de Tokio que buscaban una vía de escape donde encontrar campo y playa. Entre todos los municipios llegaron a sumar alrededor de 147.000 residentes. Ahora, apenas viven 65.000 personas. A pesar de los muchos proyectos de reconstrucción gubernamentales que tratan de devolver la habitabilidad a las localidades más próximas a la central nuclear, persiste el estigma de la radiación.
Hasta hace un par de años, Estados Unidos y la Unión Europea no suavizaron sus restricciones a los productos importados de Fukushima. Esta semana, las autoridades de Hong Kong han sido las primeras en advertir que, si la descarga del agua de la planta se lleva a cabo según lo planeado, la ex colonia británica prohibiría de inmediato la importación de productos del mar de las prefecturas costeras cercanas a Fukushima.
En medio de la polémica y para calmar a la comunidad pesquera, Tokio dijo que establecerá un fondo para promover los productos del mar de Fukushima y compensará a los pescadores en caso de que las ventas caigan debido a «problemas de seguridad», es decir, que salten materiales radiactivos y nadie quiera nada que salga de las aguas próximas a la prefectura.
El operador de la planta, Tokyo Electric Power Company Holdings (Tepco), ha estado recolectando agua radiactiva de la lluvia y la escorrentía a lo largo de todos estos años, purificándola mediante sofisticados sistemas de filtrado químico que eliminan los elementos radiactivos nocivos como el cesio y el estroncio. Tepco dice que ha llegado el momento de canalizar el agua hacia el mar y que se liberen gradualmente más de 1,3 millones de toneladas durante dos o tres décadas. Desde el operador de la central, tratando de demostrar que el agua descargada no dañará a los peces, empezaron el año pasado a criar lenguados dentro de la planta.
El problema que denuncian los que se oponen al plan es que esta agua todavía contiene un elemento radiactivo: el tritio, un isótopo del hidrógeno con una vida media de más de 12 años. Los científicos dicen que no existe una tecnología viable para eliminar las concentraciones insignificantes de tritio de semejante volumen de agua.
Los técnicos de Tepco ya han concluido la instalación para la descarga: un túnel excavado en el lecho marino para expulsar las aguas residuales a un kilómetro de la costa. Ahora están a la espera del permiso para comenzar la operación. Se espera que llegue después de las últimas revisiones que están haciendo los reguladores nacionales y el informe de evaluación final de la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA), que parece inclinada a apoyar el plan de Tokio y que ha enviado varias misiones a la planta para verificar que las medidas de seguridad cumplen con los estándares internacionales.