¿Cuál proporción de las aguas que bajaron torrencialmente desde los firmes y laderas de montañas pudo haber sido percolada, contenida o ralentizada por las cuencas de no haber sido deforestadas por aserraderos, ganadería extensiva y plantaciones intensivas?
¿Durante cuánto tiempo podría el agua que hoy se escapa abruptamente alimentar cauces, recargar acuíferos y mantener funcionando acueductos, sistemas de riego, lagos, lagunas y humedales que sostienen los paisajes y la biodiversidad en que se sustentan las actividades económicas de toda la sociedad?
¿Sabía usted que las sequías, las inundaciones, los deslaves y las consecuentes pérdidas de vidas, patrimonios y propiedades son potencializadas por el manejo inadecuado del territorio?
¿En qué medida áreas protegidas en montañas, laderas, costas o cavernas en realidad protegen personas y bienes dónde quiera que se encuentren, independientemente de la ubicación y distancia de dichas zonas?
¿Generaría los mismos impactos sociales y ambientales una tormenta si los ríos tuviesen su cobertura boscosa ribereña, si no se destruyera sus cauces, si las bermas y llanuras naturales de inundación se manejaran siguiendo criterios de ordenamiento territorial y se cumplieran las leyes y normas que los rigen?
¿De qué, o mejor dicho de quién, depende que el agua o la falta de agua que producen eventos meteorológicos habituales y recurrentes como los ciclones o las sequías sean una bendición o una maldición?
Una pequeña tormenta convertida en una enorme desgracia para las familias damnificadas debe ser un llamado de atención a toda la sociedad.
Estamos obligados a ordenar el territorio para poder ordenar a la sociedad.
Respetar las Áreas Protegidas y manejar adecuadamente cada tramo de nuestra geografía es la única forma de proteger a la población, al patrimonio y a todas las actividades productivas.
Luis Carvajal