Pese a que el tráfico ilegal de fauna y flora afecta a numerosas especies protegidas en Latinoamérica, se sabe muy poco todavía sobre este grave delito, que afecta desde a cotorras y guacamayos a colmillos de jaguar, aletas de tiburón, tortugas o iguanas, según advierte Naciones Unidas.
Este tipo de tráfico aúna una enorme biodiversidad con leyes llenas de lagunas y, a menudo, sentencias leves para el daño causado al ecosistema y el gran beneficio obtenido por los criminales.
Para Jorge Eduardo Ríos, responsable del Programa Global para combatir este tráfico en la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), la falta de datos y estudios hace muy difícil medir el impacto real del problema.
“Pero todo indica que la situación está empeorando“, advierte en una entrevista concedida a Efe con motivo del Día Mundial de la Vida Silvestre, que se conmemora este sábado, 3 de marzo.
Ríos recuerda que algunas ONG sitúan el negocio ilícito global de este tipo de delitos en entre 10.000 y 20.000 millones de dólares, una estimación muy conservadora para este experto si se incluye también la pesca y la tala ilegal.
Ecotráfico, negocio lucrativo
Uno de los problemas es que el ecotráfico puede ser tan lucrativo como el narcotráfico, pero en ocasiones solo se castiga con una multa, y es justo por eso que la ONUDD insiste en que este tipo de delito debe ser catalogado como “grave”.
“Las penas son en muchos casos administrativas, no penales. Obviamente ese es un escenario muy atractivo para los criminales“, señala Ríos.
Pese a su enorme riqueza ecológica, América Latina no tiene una especie que simbolice los estragos de este crimen, como en otros continentes representan elefantes, rinocerontes, tigres o gorilas.
El experto, de nacionalidad boliviana y estadounidense, indica que “un porcentaje mínimo” de la ayuda internacional acaba en América Latina porque no existen “especies carismáticas” que capten la atención como símbolo del problema.
Y precisamente ese es uno de los aspectos que trata de cambiar la ONUDD, afirma Ríos, ya que las ayudas internacionales deben llegar a programas para defender especies no tan conocidas pero igual de importantes para el ecosistema.
Las rutas del tráfico de fauna y flora
El tráfico de fauna y flora tiene diversas rutas: existe un mercado regional latinoamericano para aves tropicales, mientras que las pieles de jaguar o de caimán van al mercado internacional y algunos peces o especies marinas faenadas ilegalmente van al voraz mercado asiático.
En esta última categoría destacan, además de las capturas ilegales de tiburón, por sus aletas, también el de la totoaba y el pepino de mar, que se utilizan en platos de la gastronomía asiática por los que se pagan elevadísimos precios.
La falta de datos y estudios impiden saber qué tipo de organizaciones están involucradas en estos delitos, pero la sofisticación logística que implica el transporte ilegal, por ejemplo, de las capturas de totoaba desde las costas de México a Asia apuntan a redes especializadas, indica el experto.
Ríos subraya que pese a que el continente se enfrenta a otros problemas, como el narcotráfico, este tipo de tráfico ilegal “desestabiliza y financia otros crímenes”, por lo que también debe ser combatido y tomado muy en serio.
“La corrupción es uno de los elementos que facilitan la existencia de este crimen y que no se den los decomisos que se deberían dar”, subraya el experto.
Cambiar las tradiciones
Sobre la demanda asiática y especialmente china, Ríos señala que las autoridades chinas se están esforzando por atajarla pero reconoce que es un problema complejo por la demanda existente.
“Lo más difícil de cambiar son las tradiciones que hay en ciertos países y crear la conciencia de las consecuencias de consumir productos de especies protegidas”, expone.
A medio plazo, además del aumento de las penas por “ecotráfico”, el experto de la ONU apunta que el cambio debe producirse con la reducción de la demanda de estos productos y con una mayor conciencia ecológica.
La compra del turista
Y afirma que hay que centrarse en los jóvenes y en luchar contra la ignorancia sobre el daño causado, también entre los turistas que compran recuerdos para llevarse a casa.
“Un turista no va a matar especies (protegidas) en sus vacaciones, pero si compra el caparazón de una tortuga o una concha o la piel de un tigrillo amazónico está fomentando el tráfico ilícito y el crimen”, resalta.
Ríos se muestra especialmente esperanzado con un próximo estudio de la ONUDD en Colombia, a petición de Bogotá, que servirá para aportar información sobre “el tráfico ilícito de especies y cuál puede ser la respuesta del Gobierno“.
El experto confía en que este estudio sea la primera pieza para empezar a tener una visión más contrastada sobre el alcance y el volumen regional del tráfico de especies.
EFEverde