ALEMANIA. La Cumbre del Clima de Bonn (COP23) se precia de ser la más ecológica de las organizadas hasta la fecha, pero sigue suponiendo una movilización masiva de personas y recursos con una notable factura medioambiental.
La organización de la COP23, a cargo del Gobierno alemán, destacó que ha hecho “todo lo posible” para que la “huella ecológica” de esta reunión, que empezó el 6 de noviembre y echa hoy el cierre, sea “la menor posible”.
Las medidas son perceptibles en el día a día de la conferencia: parte de las instalaciones son temporales, muchos menús son de producción local y ecológica (y también vegetarianos), y se han repartido botellas recicladas entre los participantes para que las llenen con el agua corriente de la red de abastecimiento de Bonn a disposición del público en múltiples fuentes.
Además, todos los documentos aprobados en la cumbre se difunden digitalmente (y no mediante fotocopias), las papeleras diferenciadas abundan en las instalaciones y los participantes pueden utilizar gratuitamente el transporte público (incluyendo autobuses eléctricos e híbridos), así como 600 bicicletas para moverse por el área de la conferencia.
“Todos los aspectos medioambientales esenciales de la conferencia han sido tenidos en cuenta y sus repercusiones medioambientales se han minimizado en la medida de los posible. La conferencia debe tener el menor número de emisiones posibles”, asegura el Ministerio alemán de Medioambiente.
El Gobierno alemán, que ha destinado 117 millones de euros a la organización de la COP23, ha logrado que toda la puesta en marcha de este enorme acontecimiento cumpla con la certificación medioambiental europea EMAS, uno de los conjuntos de estándares ecológicos más estrictos en este ámbito.
“La cumbre de Bonn debe fijar los estándares medioambientales para los grandes acontecimientos futuros”, según el Ministerio de Medio Ambiente.
El Gobierno alemán ha contratado además a una consultora especializada para que estime las emisiones totales producidas por la cumbre, un informe que se hará público en los próximos días.
La Cumbre de Bonn, como sucedió con sus más recientes predecesoras, tiene la determinación de recurrir a los mercados de emisiones para compensar financieramente el CO2 que se haya expulsado a la atmósfera para su celebración.
“Las emisiones contaminantes deberían ser evitadas en la medida de lo posible. Las inevitables serán compensadas a través de proyectos acreditados de protección del clima”, asegura el Ministerio de Medioambiente.
No obstante, el cálculo del coste medioambiental de la COP23 es difícil de establecer en toda su magnitud, dadas las cifras en las que se mueve esta conferencia.
La cumbre ha acogido durante dos semanas a unas 25.000 personas, tanto delegados gubernamentales como representantes de empresas y ONG, procedentes de cerca de 200 países, la inmensa mayoría de los cuales han viajado hasta la cita alemana (y volverán a sus hogares) en avión o en coche.
También tiene un indudable impacto medioambiental la construcción, mantenimiento y climatización de las instalaciones provisionales: dos auténticas “ciudades de barracones” de metal y madera con un tamaño total de 55.000 metros cuadrados, el equivalente a ocho campos de fútbol.
La única forma de evaluar si la COP23 ha merecido realmente la pena en términos medioambientales debe tener en cuenta también el alcance de los acuerdos finales, que deberían cerrarse en las próximas horas.
En unas negociaciones marcadas por las diferencias entre los países en vías de desarrollo y las economías industrializadas, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, pidió a presidentes y ministros “ambición” para hacer avanzar el Acuerdo de París de 2015 y la lucha contra el cambio climático.
La pelota está ahora en el tejado de los líderes.
Juan Palop