LE BOURGET. En este punto de las negociaciones parece claro que aunque el acuerdo global sobre clima que se intenta cerrar en las inmediaciones de París sea legalmente vinculante, no incluirá medidas que penalicen su incumplimiento, como sanciones al comercio o embargos a los países rezagados.
La única sanción por quedarse corto en los esfuerzos para combatir el calentamiento global sería el aguijón de la vergüenza.
Y eso no es necesariamente algo negativo, dicen muchos analistas. En diplomacia internacional, la presión social y el riesgo de perder el honor pueden ser fuertes motivaciones para que un país mantenga una promesa, especialmente en un asunto de alto perfil como el cambio climático.
“Cumplir el compromiso nacional de emisiones puede surgir como una medida clave de integridad moral y diplomática internacional tras el acuerdo de París, con los países más reacios a rebajar sus objetivos enfrentándose al riesgo de ser tratados como parias”, dijo Paul Bledsoe, ex asesor de clima de Clinton en la Casa Blanca.
Algunos países liderados por la Unión Europea siguen insistiendo en que los gobiernos acepten objetivos legalmente vinculantes para reducir la contaminación por gases de efecto invernadero dentro del acuerdo de París, que se supone se adoptará a finales de esta semana. Pero esto es un punto innegociable para Estados Unidos por razones políticas. Por lo que las negociaciones se centran cada vez más en crear normas de transparencia para determinar qué países siguen realmente sus propias promesas.
La idea es garantizar que, incluso aunque los objetivos no sean vinculantes a nivel internacional, los países sí tendrían la obligación de informar sobre si logran sus marcas, lo que podría convertirse en una experiencia potencialmente humillante si no lo hacen.
“Tres palabras: Nombre y vergüenza”, dijo Li Shuo, experto en política climática de Greenpeace China
Esencialmente, el sistema que sale dela cumbre de clima de Naciones Unidas tiene unas normas claras pero carece de un mecanismo para sancionar a quienes las incumplan, algo similar a jugar un partido de fútbol sin árbitros sobre el campo.
“Todo pasa a la vista de todos en el estadio”, explica Li. “Así que si alguien comete una falta sobre otro jugador, aunque no vea la cartulina roja, será abucheado por el público”.
¿Eso funciona en realidad en relaciones internacionales? ¿No es el incentivo de ignorar las reglas, si implica una cierta ventaja competitiva, mayor que el miedo a ser criticado públicamente por una falta?
No hay respuestas fáciles. Pero hay ejemplos de acuerdos internacionales sin normas vinculantes que sin embargo han tenido un impacto en el comportamiento de los países, según el experto en legislación medioambiental Dan Bodansky, de la Universidad Estatal de Arizona.
En artículo académico reciente, Bodansky escribió que la Declaración de Helsinki de 1975 sobre derechos humanos tuvo éxito a pesar de su naturaleza no legal “porque conferencias de revisión habituales (…) que centraron el escrutinio internacional en los derechos humanos en el bloque soviético”.
Por el contrario, el pacto climático de 1997 conocido como Protocolo de Kioto fracasó pese a tener objetivos de emisiones vinculantes para las naciones ricas. Estados Unidos nunca se sumó al acuerdo en parte porque la naturaleza de los compromisos. Y cuando Canadá se dio cuenta que no iba a alcanzar su meta, simplemente lo abandonó.
“Incluso tener objetivos jurídicamente vinculantes no es garantía de que los países hagan lo que se han comprometido a hacer”, dijo Elliot Diringer, Center for Climate and Energy Solutions, un centro de estudios medioambientales en Arlington, Virginia.
La presión entre iguales, por su parte, suele influir en países para cambiar sus posiciones en negociaciones sobre clima de la ONU.
El extraño sentimiento de sentirse solo contra el mundo puede hacer que incluso las naciones más poderosas se dobleguen, como en Indonesia en 2007, cuando los negociadores de Estados Unidos bloqueaban una decisión sobre cómo hacer avanzar el diálogo. En un memorable momento David contra Goliat, un delegado de Papúa Nueva Guinea imploró a Estados Unidos que fuese un líder o “por favor, apártese del camino”.
Su petición fue recibida por una ovación, y poco después los negociadores de Washington retiraron sus objeciones.
Desde que el último intento para lograr un pacto global contra el cambio climático para países ricos y pobres no lograra su objetivo en 2009, Estados Unidos ha jugado un papel de liderazgo para alejarse de un enfoque como el empleado en Kioto. Esfuerzos conjuntos con China han acercado a los dos máximos emisores de gases con efecto invernadero del mundo y mejoraron las posibilidades de éxito de la cumbre de París, según analistas.
Reconociendo que los objetivos vinculantes tendrían pocas posibilidades de ser aprobados por el Senado, el gobierno de Obama se mostró a favor de que dejar que cada país decida sus propias metas. Washington presionó para que las naciones enviasen sus cuotas antes de la conferencia de París para que pudieran ser analizadas por gobiernos, científicos, expertos en medio ambiente y medios de comunicación antes de integrarse en el pacto. Más de 180 países atendieron a su petición, aunque mucho otros esperaron al último minuto.
Aunque parece que en París hay una creciente tendencia a aceptar un pacto con objetivos no vinculantes pero sí con normas de transparencia obligatorias, esto no supone que no vaya a haber discusión. La ruptura del pacto de Kioto dejó a mucho preguntándose cómo de seria será la postura de los países ricos ante metas que no les obligan a nada.
“Creo que esa es una muy buena pregunta”, dijo Ashok Lavssa, negociador de la delegación india. “En el pasado, muchos países no han cumplido con sus compromisos”.