Se ha elaborado una estrategia mundial para conservar los seres vivos y los ambientes en que estos viven, porque, entre otras razones, en esos seres vivos, muchos de los cuales no han sido ni siquiera estudiados, puede estar la solución a los problemas de salud y alimentación que agobian a la humanidad.
El factor que más contribuye a la desaparición de la biodiversidad es la destrucción de los hábitats, sobre todo cuando se trata de bosques primarios, formados hace miles de años y cuya restauración es imposible. Este tipo de bosque no es, como pretenden algunos partidarios de la tan cacareada «reforestación», un recurso renovable. Yo puedo reproducir una planta por medios artificiales y conservar la especie indefinidamente. Pero no puedo hacer lo mismo con un bosque primario.
Una hectárea arrasada en el Parque Bahoruco, por ejemplo, es irrecuperable. Todos los esfuerzos humanos por restaurarla serían inútiles, porque las relaciones que se dan entre sus diferentes componentes son tan complejas y sutiles que resultan irrepetibles. Además, cuando destruimos un bosque primario, desaparecen con él un sinnúmero de especies endémicas que no lograrían restituir millones de años de recuperación espontánea. Un bosque natural es un ser vivo y su extinción, como la de los otros seres vivos, es también para siempre.
Por eso es más importante detener la deforestación que tratar de «reforestar» las áreas destruidas, tarea casi siempre inútil y en algunos casos peligrosa, porque crea la ilusión de que los programas de «reforestación» son una alternativa a la destrucción de los bosques primarios. De hecho, algunos «especialistas» comparan el «índice de deforestación» (área deforestada), con el «índice de reforestación» (área reforestada), considerándolo un indicador confiable de la conservación de la cobertura boscosa.
Otro error común es creer que el aumento de la cobertura vegetal es una buena noticia para la conservación de la biodiversidad y un indicador de que nuestros bosques están creciendo. Ese incremento de la mancha verde que se observa en las fotos de los satélites, puede ser consecuencia indirecta de la deforestación: al destruir la vegetación natural, prosperan especies invasoras (muchas de ellas extranjeras) que, al no tener competencia, se extienden más allá del área alterada, creando la falsa impresión de que aumentó la superficie boscosa.
La introducción de especies extranjeras invasoras ocupa el segundo lugar entre los factores responsables de la extinción de animales y plantas, principalmente en los ecosistemas isleños. Lo de que ocupa el segundo lugar es relativo, pues muchas veces la destrucción o degradación de los hábitats, que es el principal, es causada por una planta introducida, resistente y prolífica, que sustituye poco a poco la vegetación natural, como ocurre con el Pino Australiano y el Nim.
Por eso resulta preocupante el poco o ningún control que existe en algunos aeropuertos privados, por donde entra y sale todo tipo de material animal o vegetal, sin la supervisión de los técnicos de los organismos correspondientes. Este descuido no sólo amenaza la supervivencia de nuestra biodiversidad, sino que podría conducirnos a otra tragedia como la fiebre porcina, que nos obligó a eliminar los puercos criollos, y de cuyo efecto devastador no se han recuperado aún los campesinos pobres de nuestro país.
Por Simón Guerrero
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