POR DOMINGO ABRÉU COLLADO
Una cueva de Bávaro, de aproximadamente 300 metros de desarrollo, parece estar destinada al manejo económico asociado al turismo de la zona. De esta cueva no se tiene información sobre algún nombre anterior.
Actualmente ostenta sobre una entrada construida para el propósito turístico el nombre de «El Mundo Taíno», una especie de invitación a los turistas para que conozcan la cultura taína desde el punto de vista de un ciudadano suizo: Robert Gélez, propietario de una pequeña empresa destilera artesanal que opera justo al lado de la cueva indicada.
La cueva presenta una importante profusión de formaciones secundarias que la hacen ideal para un recorrido de información sobre espeleología. También presenta dos niveles, amplios, aunque no muy altos, que se conectan a través de una abertura de menos de un metro.
La primera intención comercial desarrollada en la cueva tuvo el propósito de convertirla en un bar, para lo que se destruyeron en su interior algunas formaciones, mientras se construían barras en piedra y bancos en cemento.
Chulos y prostitutas proliferaron rápidamente en su derredor, llevando hacia el interior no solamente la actividad sexual y fiestera, sino también una gran cantidad de botellas y basura plástica que se diseminó por toda la cueva.
La segunda intención comercial debió deshacerse primeramente de toda la basura dejada por la intención primera. Esta pretendía armar una especie de «museo» donde aparecieran mezclados «indios y españoles», representados por réplicas de la cultura taína, los primeros, y pinturas en gran formato alusivos al «descubrimiento de América», los segundos.
Se construyó en el fondo de una dolina no muy profunda, que es parte de la cueva, una fuente semejando una cascada. Al lado de la fuente se construyó un «bohío» para simular el ambiente indígena, dos cosas que mayor divorcio con la cueva no podrían tener.
Decenas de réplicas en tamaño gigante y en menor tamaño fueron diseminadas por toda la cueva, armando un caos que nada tiene que ver con una museografía, mucho menos con una cueva.
Sin embargo, la intención del actual usuario de la cavidad es habilitarla decentemente, asumiendo una línea de presentación museográfica que pueda edificar a los visitantes en relación con la cultura taína y el impacto del descubrimiento. Con ese objetivo, Robert Gélez ha pedido asesoría a la Secretaría de Turismo, a la Secretaría de Medio Ambiente y a otras instituciones para ver qué logra.
Los primeros problemas de la cueva son las construcciones realizadas en el interior desde su época de lupanar, y la construcción de la fuente y cascada en la dolina. Lo del bohío puede resolverse reconstruyéndolo fuera.
El segundo problema es su readecuación para la visitación turística en atención a un plan más respetuoso de sus formaciones, sus espacios y las pinturas rupestres que todavía quedan en algunas paredes.
Pero el tercer problema, el mayor, abarca esta cueva y otras muchas. ¿Cómo va a evitarse que cada persona que se le ocurra ocupe una cueva para su manejo «turístico»? Principalmente, si se trata de una cueva no alterada, el problema es mayor todavía, porque en cierta manera, en las cuevas que han sufrido alteraciones irrecuperables pudiera tolerarse un uso turístico, exhibicionista, educacional, pero nunca una ocupación para otros fines.
La cueva «El Mundo Taíno» es una seria advertencia de lo que podría ocurrir con muchas de nuestras cavidades si no se toman a tiempo las medidas de conservación necesarias con estos recursos.
El turismo sigue siendo la principal alternativa económica de corte nacional, pero también se sigue perfilando como la amenaza más agresiva en contra de todos nuestros recursos naturales.
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