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El dilema del Ártico

El océano glaciar Ártico acaba de cerrar su invierno más ‘negro’, con la menor extensión de hielo registrada desde 1979, 12,79 millones de kilómetros cuadrados -210.000 menos que en el peor año de la serie, 2004-, que enciende la ‘fiebre’ de los estados por acceder a sus recursos. Estas son las últimas cifras de deshielo conocidas por el FRAM, el nuevo centro de investigación de cambio climático del Norte, situado en la capital de Ártico, Tromso; que esta semana ha recibido al Foro de Periodistas Ambientales Transatlánticos, del que forma parte EFEverde, para explicarle los retos y paradojas que afronta el más pequeño de los océanos.

Y es que, mientras la fecha en la que el Ártico quedará libre de hielo es aún una incertidumbre -que se mueve entre 2010 y 2040, dependiendo de la institución científica consultada-, no hay duda de que el deshielo estival y las nuevas posibilidades de navegación harán accesibles golosas cantidades de petróleo y gas, entre otros recursos, que disputan casi una decena de países.

«Los científicos nos hablan de una capa de hielo cada vez más delgada y de menor extensión, por lo que los países empiezan a ver cerca las oportunidades que ofrece este mar gélido, que podría albergar el 30% de las reservas de gas mundiales sin explotar y el 13% de las de petróleo», explica Karsten Klepsvik, embajador noruego en el Consejo Ártico.

¿De quién es el Ártico?
La gran cuestión que está por definir es «de quién es el Ártico», apunta Bjorn Johansen, director del Instituto Polar noruego. Ocho estados poseen territorio por encima del Círculo Polar Ártico, pero sólo cinco limitan con su capa de hielo: Rusia, Canadá, Estados Unidos, Noruega y Dinamarca (a través de Groenlandia).

El Polo Norte es territorio internacional administrado por Naciones Unidas, cuya Convención de Derecho Marítimo (UNCLOS, en sus siglas en inglés) reza que los países pueden reclamar la extensión de su frontera marina hasta 350 millas náuticas siempre que puedan demostrar que el fondo marino adyacente es una extensión de su plataforma continental.

Los estados tienen hasta 2014 para presentar sus propuestas en el Ártico -excepto Estados Unidos, que no ratificó la Convención-, algo que ya hecho Noruega (más de 360.000 metros cuadrados de ampliación), y que hará Rusia en 2013.

A partir de ahí, el UNCLOS emitirá un informe con las recomendaciones y será el momento en el que los países tendrán que sentarse a negociar para repartirse lo que parecen considerar «la gallina de los huevos de oro».
Todo apunta a que el lugar para hacerlo será el Consejo Ártico (Arctic Council, en su nombre original en inglés), un foro intergubernamental creado en 1996, con sede en Tromso, e integrado por los 8 estados árticos, las comunidades indígenas y, actualmente, más de 20 países observadores, entre ellos España.

¿Un tratado Ártico?
¿Saldrá de él un ‘tratado ártico’, una vez se pronuncie la UNCLOS?
Klepsvik subraya que «no hace falta un tratado, sino el establecimiento de unas reglas del juego claras que siente las bases del acceso a los recursos».Gran parte de la comunidad científica y las organizaciones ecologistas considera, sin embargo, que es «absolutamente necesario» un «Tratado Ártico» que regule con criterios medioambientales la explotación de los recursos, como ha reclamado Greenpeace esta semana a través de una protesta en una plataforma petrolera de Groenlandia.

El ministro de Exteriores noruego, Jonas Gahr Store, quien califica de ‘criminal’ la acción de Greenpeace, asegura que «nadie tiene derecho a decirle a Groenlandia que no explote los recursos a los que tiene acceso debido al calentamiento global, sobre todo cuando es un calentamiento que no han causado sus habitantes».

Su postura representa el sentir de gran parte de Noruega, un país en el que los hidrocarburos suponen el 22 del PIB, el 47% de las exportaciones y el 26% de los ingresos del estado, y que «ve como sus pozos de gas y petróleo actuales se agotan», agrega Ole Lindseth, ministro de Energía.

Ese hecho ha dado lugar a que las licencias de perforación y actividades de exploración aguas arriba se hayan disparado en el país nórdico en los últimos años. Su ambición se queda corta comparada con la de Rusia, el mayor explotador actual de recursos del Ártico, que en 2007 escenificó sus reclamaciones (1,2 millones de kilómetros cuadrados) colocando en ejemplar de su bandera fabricado en titanio bajo el Polo Norte.

La ‘paradoja’
Es lo que el investigador del CSIC, Carlos Duarte, define como «la paradoja» del Ártico: El cambio climático hace accesibles unos recursos de gas y petróleo cuyo uso contribuirá a que haya aún más cambio climático.

Greenpeace ha cuantificado la «paradoja»: el Ártico alberga 90.000 millones de barriles de crudo técnicamente recuperables, teniendo en cuenta que un barril produce unos 300 kilos de CO2 después de ser refinado y de su combustión, las reservas recuperables del Ártico podrían provocar 27.000 millones de toneladas de CO2, cantidad comparable a las emisiones anuales del mundo», apunta Ben Ayliffe, responsable de la campaña de petróleo.

No obstante, el oceanógrafo Duarte, quien lleva cinco años investigando el deshielo Ártico en un proyecto conjunto con la Universidad de Tromso y acaba de plasmar sus hallazgos en el libro «Tippings points», asegura que deshielo total en verano «es ya inevitable».

«Lo que aún podemos hacer es evitar que las consecuencias de sobrepasar ese punto de no retorno sean muy negativas, y prevenir que podamos cruzar otros puntos de no retorno en otras regiones sensibles al cambio climático del planeta», agrega.

Vía: Eco-Sitio