Santiago se fuñó por etapas. Una de ellas -que no se está mencionando- fue cuando decidieron (entre ayuntamientos y propietarios de tierras) sepultar las tierras productivas inmediatas a la ciudad, las que les daban de comer día por día.
El afán de lucro y el espejismo del desarrollo inmobiliario, además de competir con la ciudad Capital, les colocó en la misma trampa en que cayó Santo Domingo: construir horizontalmente cantidad de urbanizaciones y edificaciones sobre las tierras que alimentaban a la población.
Así, lo que fue aquella «fértil región de la palma, del café y del cacao…» vio encarecer desde los plátanos hasta el tocino sin poder detener sus alzas. Y como también ocurrió en Santo Domingo, creyeron que los supermercados y su comida importada, cargada de hormonas, envenenada para que no se «dañe», eran los mejores sustitutos de las marchantas, los marchantes, los ventorrillos, las bodegas y los saludables mercados de fruto fresco.
Por otro lado, mientras los santiagueros aclamaban «¡buá’l’aguila!», y festejaban sus triunfos en el beisbol con el «romo dao» de los Bermúdez, éstos envenenaban «las aguas del Yaque como un cinturón» con sus vertidos cargados de venenos para el curtido de pieles de la Tenería Bermúdez y otras fábricas.
Pero ¡Santiago es Santiago! y debe levantarse. ¡Santiago es Santiago! y debe indignarse. ¡Santiago es Santiago! y debe saber -como ciudad corazón- que aún «está siempre latiendo, latiendo…», que el juego no termina hasta que termina, que es todo un País el que está despertando para mandar a todos los políticos P’al Carajo, y que este País no está completo sin Santiago.
Domingo Abreu Collado